domingo, 31 de mayo de 2020

Salir de casa

Pues la seña Teresa dirá lo que quiera, pero aprender a nadar 

¡Claro! Que la persona más joven soy yo y ya cumplí los 70 Pasarlo bien, ¡sí lo pasamos!
Yo no estaba apuntada al cursillo. Por la mañana, en el pan, esperando la fila, las oí hablar entusiasmás. Una se había comprado el bañador, otra el gorro, que si el monitor era el hijo de la Tomasa, que si no, que era chica,  la nieta de Paco el boticario. En fin, me debí quedar mirando y me preguntaron si yo iría este año. ¿A la piscina, yo? ¡Pufs, pues no hace años!
Recuerdo que cuando mi hija era pequeña iba todos los días durante el verano. El pueblo es pequeño, pero tiene una rica piscina. En realidad, hay una piscina grande que va desde el metro hasta los dos metros, más o menos, de profundidad. Y un poco separada una para pequeñines, pero que está a la sombra siempre y el agua suele estar muy fría. Por lo tanto, quién más y quien menos aprende toda la chiquillería a nadar bien temprano, si no el socorrista no les deja meterse en la grande.
Bueno, eso es ahora porque, los mayores,  llegamos tarde a la piscina. Yo estaba ya casada y con la chica cuando la abrieron. No tuve necesidad de aprender, además: ¡El agua no es lo mío!
Al lío. No sé como lo hizo la Teresa pero,  el día que empezaba, era de las primeras en entrar al vestuario de la piscina a cambiarme.
Aunque por la hora,  las 10, daba un poco de pereza, por lo del agua fría y todo eso,  se notaba entusiasmo en el ambiente.
Cuando nos intentaron explicar quiénes eran, (los mo nitores me refiero, ¡tan jovencicos que se nos escapan!) no reconocíamos de quién eran. Pero enseguida, en cuanto nos dijeron, sin problemas, ¡convecinos de toda la vida con sus abuelos!
Pasamos el rato en el agua, pierna arriba, brazo abajo, andar hacia atrás, ir hacia delante, por parejas, sueltos, saltar (lo que se dice un mini saltito arriba) agacharnos hasta metí la cabeza una de las veces de tanto que me agaché ¡Y mira tú! Me gustó.
No pasamos de la mitad de la piscina así, como mucho, el agua nos llegaba a un palmo del cuello. Acabé rendida, y me estuve un ratito tomando el sol, descansando. Al salir, vi que algunas estaban en la terracita del bar y me acerqué. Ahí que me tomé una media caña ¡La de años que hacía de la última! Al llegar a casa ya era la una. Mañana pasada.
El segundo día empezamos igual moviéndonos en el agua, como haciendo gimnasia, pero luego trajeron los churros. Son como unos tubos alargados de colores, hechos como de corcho, gomo espuma no sé, un extraño material plástico.
Parte del grupo había hecho el curso el año anterior y sabían utilizarlos. Se los ponían por delante abrazándose con ellos, por encima del pecho, pasando  por debajo de la axila  y flotaban panza abajo o se lo pasaban por debajo de la axila pero viniendo de atrás y entonces se tumbaban apoyándose en ellos y flotaban de espaldas. Parecía divertido pero yo no me atrevía. Enseguida se acercó Rocío, la monitora y me hizo flotar. Le costó un poco que cogiera confianza con ella Yo te sujeto, tranquila tú déjate llevar”—me decía. Y ese día aprendí a flotar, primero con ella y luego por parejas íbamos arriba y debajo de la piscina, siempre haciendo pie quien guiaba. Al final hicimos un corro y todos de las manos flotábamos unidos. ¡Me pareció volver a los juegos de cuando niña!
(Teresa, Teresita que lo de nadar… lo veo negro).
Yo me lo pasaba pipa en el agua pero, lo de flotar con el churro. yo sola, se resistía. Pasaba la semana y seguía necesitando ayuda para flotar, y llegar a la parte más profunda de la piscina me daba mucho respeto.
Pero Manuela, ¡qué sorpresa verla por aquí! El nieto de la seña Enriqueta, vecino de siempre, al que había visto crecer, estaba allí sentado en el bordillo de la piscina.
Ya ves, intentando aprender a nadar. Saltó al agua cerca de mí.
Pues esto es pan comido. Debió notar en mi cara un poco de no sé qué—. ¿Usted confía en mí, Manuela?
¡Cómo no, si te conozco de siempre! Me rodeó con el churro, que todavía lo llevaba conmigo, y me llevó hacia lo más profundo.
Me hablaba suave, sonriendo, haciendo bromas: que si “déjese llevar”, que si “cierre los ojos”, ahora de frente, ahora de espaldas. Entre bromas, risas, chascarrillos, de pronto, lo veo frente a mí.
Y qué, Manuela, ¿Cómo se encuentra? Lo tenía delante con las manos libres, sonriendo guasón como él es.
De maravilla, esto de flotar es divertido y . ¡pero si ni me estás sujetando!—. Negó risueño con la cabeza.
Ya hace rato, Manuela. ¡Qué ha aprendido a flotar! —Vaya siras nos echamos.
Ese día, al salir no estaban mis compañeros en la terracita del bar. Me quedé sin la rubia y sin presumir de mi éxito. Pero llegué a casa tan cansada como contenta.

Acabé la primera semana del cursillo florando por mi misma con el churro y sin tanto respeto al agua. Nadar, no sé yo, Pero disfrutar de la piscina ya empezaba a verlo en mi cabeza.
La segunda semana seguí ganando confianza en el agua, trabajamos el pataleo agarrados al bordillo, con la tabla de nadar, con el churro y por parejas. 
Habíamos practicado la respiración y metido la cabeza bajo el agua. Nos Lanzábamos por la colchoneta, puesta como si fuera un tobogán hacia el agua  y salíamos de debajo el agua medio buceando.
En fin. Que al final de la segunda semana, flotaba como pez en el agua (con mi churro) y le había perdido miedo al agua.
Además, había hecho muy buenas migas con todos los del grupo que, aunque nos conocíamos de siempre en el pueblo, por mi carácter reservado y solitario no los tenía tratados. Acabábamos la mañana de charlica en las mesas de calle del bar o tomando el sol y, el fin de semana, solíamos quedar en la piscina una rato, por la tarde o por la mañana.
La última semana del curso, la tercera, Marcial y La Casiana habían dejado el churro y ya nadaban ellos solos. Con su particular estilo. Estira esos brazos, Marcial. ¡Así van los perricos”! —Se reía el monitor.
La seña Genara, La Encarna y Nicolás el de la chata ya sabían casi nadar al llegar y se les notaba la soltura. Y yo, la última en apuntarme, me movía con mi churro con la mayor tranquilidad y empezaba a dar brazadas tan solo apoyada en él, sin agarrarme como si me fuera a hundir si me soltaba.
El último día hicimos una comida de despedida con los chicos, Rocío y Mario, que se les veía satisfechos con su trabajo.
Yo miraba al grupo en silencio. Me habían regalado una nueva ilusión para seguir adelante.
A ver, me explicaré. Llevo viuda varios años y mi hija, por motivos de trabajo, vive lejos con su familia y viene poco. Yo no me he querido mover de casa, del pueblo. Aunque ella me lo ha ofrecido varias veces, pero me veo bien, me manejo con mi casica. 
Siempre me ha gustado salir poco, en casa leo, escribo, veo documentales, me gusta mucho andar pero la verdad salir, hablar con la gente, disfrutar de la compañía lo había olvidado. No lo echaba de menos. Eso creía.
Ahora he descubierto que el día tiene horas para todo. Que soy capaz de seguir aprendiendo. Que me gusta hablar y comentar con los vecinos. Salir y cambiar de ambiente.
Dicen que si sigo practicando me sentiré más ágil y dormiré mejor. Seguramente. Y lo voy a hacer. A practicar me refiero. Y este invierno tal vez me apunte a la piscina cubierta. Ya están insistiendo estos.
Pero esta nueva ilusión por quedar un ratito con los amigos, que casi me lleva a mis tiempos de moza, esto ¡no se paga con dinero!
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Reto #22: tu protagonista no sabe nadar, pero se ha propuesto aprender. Explica en tu relato sus andaduras en esta nueva aventura.  
52 retos literup 2020.
No es la primera vez que para hacer uno de mis relatos me "documento". Este reto  me está llevando a escribir de temas que a veces no sé por donde empezar. Entonces me meto en Internet y navego durante unos días mirando aquí y allí, cogiendo ideas, tomando apuntes.
Esta semana navegué por diferentes páginas donde hablaban de cómo enseñar  y dí con información dirigida a trabajar la natación con adultos:
Así me decidí a que mi protagonista fuera una persona de la tercera edad, y con una idea más firme topé con este documento fotográfico que acabó de perfilar mis ideas:


Estos han sido los entramados de esta historia. Es sábado no había escrito ni una línea que me gustara. Tenía hilada la historia en la cabeza pero, en el papel, no me acababa de convencer. Me levanté temprano para salir a andar, como suelo hacer, pero cogí primero el ordenador y miré en el documento en el que llevaba trabajando durante la semana. Empecé a escribir y la caminata se quedó para la tarde. Por fin el relato parecía tomar forma. He querido darle al personaje el aire de persona rural  poniendo en su boca algunas expresiones que he oído en el pueblo a personas ya mayores. ¡No sé si habré acertado con eso!

Y aquí lo dejo por hoy. 
Esperando vuestra visita, vuestros comentarios
vuestro calor.
¡Besos!

miércoles, 27 de mayo de 2020

A veces para ganar hay que perder.


Hola Amaya
No sabía si escribirte o no. Si contarte mi historia o dejarte con la versión que te habrán dado en casa. Ahora estarás tú, sin lugar a duda, en mi misma situación, a puertas de casarte en cuanto cumplas los dieciséis.
Fui egoísta. Solo pensé en mí.  Pero ahora que sé que se puede, te voy a dar la llave de la libertad por si quieres volar como yo.
Coge todo el dinero que tengas ahorrado en el peluche de la cremallera. Uno de los días que toque educación física en el instituto mete en la bolsa un baquero, unas mallas, dos camisetas y dos mudas. Y vete al autobús. Bájate en la primera parada, cámbiate de ropa( fuera esa "mini" ajustada,  el top justito y ese día no te pongas taconazos) quítate el maquillaje ( fuera esas sombras brillantes, el carmín rojo y las pestañas postizas) y córtate el pelo ( adiós cola de caballo hasta el culo) . Ni tú te conocerás. (Somos un poco exageradas al vestir y maquillarnos, jajaja). Pasarás desapercibida.  Súbete en el primer autobús que salga, lo más lejos que te llegue el dinero.
Al llegar a tu destino dirígete al ayuntamiento y cuenta lo que te pasa. Si en casa te buscan, como te has ido voluntariamente y pides la emancipación familiar no les darán tu paradero.
Cuando yo decidí irme acababa de conocer a Ramón. el hombre que había decidido casarse conmigo. Tenía 40 años y me dijo que nunca me faltaría de nada si le daba hijos y le cuidaba bien. Yo Cumplía 16 años la semana siguiente y me pasé todos los días que quedaban llorando.
 Sé que es parte de nuestra cultura y se supone que debemos aceptarlo, es lo natural. Pero para mí, no es natural. Soy una mujer, pero no por eso pierdo mi libertad como persona, quiero elegir mi vida, con quién vivirla y pido mi derecho a equivocarme.
 Siempre he obedecido a papá, hasta ese día, pero no voy a vivir sumisa toda mi vida a un hombre. Papá me dijo que él no podía seguir manteniéndome y que ese hombre me daría de todo.
¿Qué es todo? Yo quería otro todo.
Ahora trabajo, comparto piso con gente de mi edad y disfruto de mi juventud lo que puedo. Estoy pensando en estudiar algo, pero todavía no lo tengo muy claro. Me ayudaron al principio, luego me han ido soltando de la mano.
Quiero que sepas que no va a ser fácil. Llegará el verano y añorarás las veladas en la puerta de casa, con todos los vecinos tocando, cantando, bailando rumbas. Para navidades echarás de menos a toda la familia junta esperando a que el asado esté acabado, con sus patatas crujientes, con la mesa repleta de todo lo que hemos ido llevando cada miembro de la  familia. Recordarás la boda aquella a la que fuiste, los trajes de la novia, tan bonitos;  los dos o tres días de fiesta y alegría. Sonreirás al recordar a mamá y papá roneando como siempre hacen por las esquinas… y en el silencio de la noche,  la habitación te parecerá demasiado grande para ti y te sentirás sola sin los peques, sin tus hermanos.
Pero si lo que quieres es decidir con quien compartir el resto de tu vida, debes dejar a la familia de lado. Si quieres elegir cuál va a ser tu futuro, debes decir adiós, porque la forma de vida de nuestra familia es diferente y las mujeres debemos aceptar lo que los hombres deciden.
Una vez al trimestre escribo a mamá. Le cuento como me va todo y le mando algo de dinero. La asistente social se encarga; ella hace que la carta le llegue de lugares diferentes y lejos de donde estoy. Aunque no creo que me  busquen.
Esta carta se la mandé a mi amiga María de esa misma forma y sabía que te la daría sin que nadie se enterara. Era una buena compañera de clase.
Ahora tienes la puerta abierta hacia tu independencia. Tú decides. Te quiero, hermanita.



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Reto #21: Escribe un relato sobre un personaje que ha cambiado de identidad y que añora su antigua vida. 52 retos literup 2020.

sábado, 23 de mayo de 2020

Quinientas palabras o menos

Había acabado mis estudios de perito caligráfico judicial cuando me llamaron para analizar la escritura de un convecino. En tan solo cinco líneas de su puño y letra debía corroborar si, como todo el mundo sospechaba, podía ser el asesino del niño encontrado enterrado en su jardín. Debía aceptar el encargo antes de acabar el fin de semana.  El lunes al medio día llamaba a mi puerta un mensajero. «Demasiada responsabilidad para una primera vez». pensé. Y abrí  el sobre.

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Relato participante en el reto "cinco líneas" de Adela Brac. En mayo las palabras a utilizar eran escritura, aceptar y cinco. Me resulta defícil, en tan solo cinco líneas, contar una historia, expresas un sentimiento.

domingo, 17 de mayo de 2020

Cara y cruz



Llevaba años enamorado de Luna. Estudiosa, formal, cumplidora, resultona físicamente. Y con un sentido del humor envidiable. Le encantaba su sentido del humor. No era el chico en el que ella se hubiera fijado. Se metía en líos todos los fines de semana y su fama de mujeriego tampoco ayudaba. Le gustan demasiado las mujeres. “Le gustaban”, porque estar enamorado solo lo había estado de ella…

—Señor Núñez, le recuerdo que esta asignatura es tan importante como las demás y tiene los trimestres anteriores suspensos.
—Lo sé. No hace falta que me lo recuerden.
—¿Tiene pensado con qué sorprendernos?
—¡No me conoce! Hay cosas de mí que ninguno de clase sabe.
—¿Quiere decir que es algo más que un conjunto de músculos que juegan a rugby?
—Esa beca universitaria, no me la han concedido por que sí.
—Tampoco por un expediente de infarto. ¡No se lo pondré fácil! ¡No voy a regalar ninguna nota! ¡Y hay notas difíciles de levantar!

Sonó el timbre y salió disparado hacia el recreo, hecho una furia. Esa profesora lo tenía cruzado. Se había sentido humillado delante de todos y ese silencio que inundó la clase mientras ella le hablaba no sabía muy bien cómo interpretarlo: si todos pensaban, como ella,  que era un deshecho o si les estaba pareciendo, como a él, que se estaba ensañando con él.

¡Mierda!, pensó. Ahora ella se acercaba, era la última persona con la que tenía ganas de hablar.
—¿Qué te ha pasado en la mano? —Fernando intentaba que bajo el chorro de agua fría de la fuente cesara el dolor, pero cada vez dolía más y se le estaba poniendo morada por momentos —¿La puerta del lavabo la ha tomado contigo?
—Algo así —le respondió a Luna devolviéndole la sonrisa cómplice que acababa de regalarle. Esos comentarios sarcásticos tan en su momento, con un toque de humor y de decirte «entiendo cómo te sientes», era lo que tanto le gustaba en ella.
—Creo que te  la has roto. —Él asintió—.  Vamos, tienen que verte esa mano.
—Y la clase…
—¡No digas chorradas! Mira cómo se te está poniendo. ¡Parece una morcilla! —Extendió la mano derecha—. Déjame las llaves de tu coche, te llevo al centro de salud.
—Desde cuando sabes conducir tú. —Ella se mordió el labio, levantó las cejas y cambió la expresión de su cara.
—Pues, veras… ¡míralo tú mismo! —Sacó el justificante de carné de conducir y se lo enseñó, mientras seguía mordiéndose el labio y lo miraba entre divertida y temerosa…
—Tía, ¡hace dos semanas! —Levantó las cejas sorprendido.
—Sí. Eso creo que pone en ese papel. —Explotaron los dos en una carcajada y en ese momento sonó el timbre para entrar del recreo. Fernando siempre iba en coche al instituto. Ya hacía casi un año que conducía, pronto cumpliría los diecinueve. Dejarle el coche a Luna no estaba en sus planes.

Pero realmente le dolía una pasada la mano.  Se acercaron a dirección y pidieron permiso para salir del instituto; un profesor los acercó al centro de salud. Mientras esperaban a ser atendidos en urgencias le preguntó:
—¿Por qué lo haces? Sé de sobra que no te caigo bien. —Al ver la expresión de su cara se arrepintió al instante de decirlo—. Tranquila, no tienes que disimular.
—A ver, lo he hecho por ti como lo hubiera hecho por cualquiera. Te he visto mal… realmente se ha pasado contigo dos pueblos…
—¡Puedes largarte ya! ¡Gracias! —Ella se levantó sin mirarle a la cara.
—¡Pero qué borde eres! —Y lo dejó solo en la sala de espera.

Al rato, cuando ya pensaba que ella se había marchado. Apareció con un botellín de agua entre las manos.
—Me había olvidado de la sed que tenía cuando te encontré en la fuente. —Le tendió la botella. La miró levantando las cejas sorprendido y cogió la botella que le ofrecía—. ¿Qué es eso tan especial que nadie conoce de ti?
—No estoy para pitorreos, ¡me duele un huevo! —Ella sonrió mirándolo.
—Conmigo no tienes que ir de machito. —Se miraban a los ojos. Se dejó llevar.
—Practico bojutsu.  —Al ver la cara de Luna como diciendo “¿Qué es eso?”, se explicó—. Es un arte marcial japonés que se practica con un . Un  es un palo largo de madera que se utiliza como arma, como prolongación del cuerpo.
—¡Me tomas el pelo! No te veo yo disciplinado como para practicar un arte marcial.
—Ya, un mentecato como yo, puede darse cabezazos en el rugby pero no practicar un arte milenario. ¿No? —“Me pillaste”, decía la cara de Luna en ese momento. Él sonrió decepcionado y en ese momento los llamaron.

Tras las pruebas, Fernando se quedó tranquilo al saber que no se había roto la mano. Salían en silencio. Ya eran cerca de las tres y cada uno iba a irse a su casa. A él lo habían venido a buscar. Ella se despidió sin querer que la llevaran a casa en coche. Era viernes. Ya no se verían hasta en lunes, pensó Fernando.

El domingo por la mañana le mandó un wasap invitándola a asistir a una exhibición  de bojutsu que hacían en el parque grande de su localidad. Cuando ella llegó, él la esperaba a la entrada y la llevó hasta el lugar donde iba a celebrarse.
Los diferentes participantes, ataviados con el traje correspondiente y armados con su bō, se movían deslizando los pies por la hierba; a la vez,  los  parecían fluir entre sus manos, cambiando de posición, en una especie de baile que alternaba movimientos de pies y manos.
 Después de unos minutos de solo observar a todos los participantes,  Fernando y ella se mezclaron entre la gente, aunque algo alejados y él le indicaba como seguir los movimientos de los demás. Primero le hizo practicar el movimiento de los pies, del cuerpo. Luego,  le invitó a tomar el  e intentar imitar los movimientos que le veía hacer a él, quien intentaba ir más lento para que ella le siguiera. Finalmente la retó a hacerlo todo: moverse acompasadamente con el cuerpo y el . Él se había posicionado frente a ella y se miraban fijamente a los ojos,  como queriendo adivinar el movimiento del otro. Fue un rato mágico, hasta que con un megáfono anunciaron que iba a tener lugar un simulacro de lucha.

Todos los asistentes se sentaron, haciendo un círculo, en un claro del parque y los dos primeros rivales salieron al centro.
Fernando iba explicándole a Luna los movimientos de los luchadores. Le hacía fijarse en el cambio de los pies, el giro del , la torsión del cuerpo. Ella parecía absorta, no se sabía si le estaba gustando o estaba a otra cosa.
—¿Qué diablos estará pensando? —Se preguntaba en silencio Fernando viéndola tan concentrada y callada. Parecía que el resto había desaparecido.
Se levantó y se marchó. Se le había cruzado el cable al creer ver indiferencia en ella.
Cuando acabó la demostración todos se levantaron. Luna buscó a Fernando, sin encontrarlo. Le mandó un wasap y al no recibir contestación se marchó a su casa.
No era ese el final que ella esperaba para esta improvisada “cita”. Tal vez había malinterpretado las señales que creía haber recibido de Fernando.
Se fue a casa pensando en la extraña forma de pasar una mañana de domingo. ¡Quién se lo iba a decir a ella! ¡Le había sorprendido Fernando! Y el bojutsu… tenía su magia.

—¡Ya le vale! ¡Marcharse sin decir nada!  —Pensó mientras de iba a casa dando un paseo.

El lunes, a primera hora,  tenían que presentar el proyecto fin de curso. Cada uno debía hacer una exposición oral, mostrando algo personal que nadie conociera. Objetivo: intentar sorprender a los demás. La idea era demostrar que, a pesar de ir a clase juntos  desde pequeños, no conocían a los demás con ellos creían. Tan solo eran conscientes de cómo eran sus amigos más íntimos.
Luna entró y se sentó en su pupitre,  sin fijarse quien estaba ya preparado para la presentación. Fernando esperaba  con su traje de practicar Bojutsu, su  y una presentación en prezzi preparada para empezar. 

Sorprendió. A ella y a los demás. Nadie esperaba verle así vestido, hablando con esa pasión de un arte marcial y haciendo una demostración tan delicada. Les hizo una especie de danza para que vieran alguno de los movimientos y entendieran lo que les había explicado. Los aplausos al final lo dijeron todo y la cara de la profesora no dejaba lugar a duda.
Al ir asentarse en su mesa, Fernando levantó la vista y miró al fondo donde Luna se sentaba, esta le sonrió levantándole la mano derecha con el pulgar hacia arriba. Él sonrió moviendo tan apenas la comisura de sus labios. Se sentó notando que su corazón latía tan fuerte que parecía querer salírsele del pecho.

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Y cada semana se me hace un poquito más complicado, pero me obligo a publicar. a Seguir. No voy a dejar que los acontecimientos rompan todos mis planes. Quiero escribir, soltar lastre. Aunque no me salga como yo quisiera, aunque no alcance a transmitir lo que en el fondo quiero. Si lo dejo ahora lo abandonaré de nuevo. Aparcaré de nuevo la escritura y es mi mejor medicina. Además,  ahí estás tú con tus comentarios para darme el subidón de adrenalina que necesito. Tú y tu opinión. No necesito más.
Reto#20.  Haz una historia que contenga una lucha con unos bō. 52 retos literup 2020.











domingo, 10 de mayo de 2020

Torear con la vida


No sabía todavía que esa felicidad que le embriagaba se le iba a nublar en cuanto llegara a casa.
Pero de momento, estaba sentada en la cafetería del pueblo con su amigo de toda la vida contándole que por fin una editorial importante iba a apostar por ella. Sus cuentos, sus ilustraciones, sus novelas… todo parecía empezar a tomar vida, a ocupar su espacio. En el mejor momento.
El último año sus hijos habían volado prácticamente solos, la madre lavandera, cocinera, chacha, enfermera, compradora de todo, maestra … esa madre había quedado atrás y ahora era la madre a la que llamaban para compartir sus buenos y malos ratos, para pasar juntos una tarde de compras, para recibir algún consejo. Esta madre también le gustaba ser. Sus niños ya habían crecido y entre el final la universidad y demás proyectos, sus dos hombrecitos empezaban a disfrutar de una vida propia en la que de momento estaba encantada de poder participar cuando la dejaban.

—Pensaba que estabas contenta con autopublicar, con tu página web, tu firma de ejemplares…—Mira extrañado a su amiga.
—Y lo estaba, o eso pensaba. No tengo muchos ingresos, pero algo cae y con los encargos de ilustración, corrección de novelas y trabajos universitarios me mantengo como autónoma. He podido realizarme como madre y profesional a la vez. Pero ahora es otra cosa… ¡me vienen a buscar!, ¡me ofrecen contrato! —le dice sin poder ocultar toda su emoción contenida.
   ¿Y todo a partir de autopublicar? —pregunta incrédulo, sorprendido.
   Sí, las editoriales van buscando y observando. Mi última novela ha funcionado muy bien en varias plataformas online para escritores; voy ya por la tercera edición.
   Y lo de los cuentos y dibujos, ¿cómo ha sido? —Está sorprendido. Lleva años oyéndola hablar de sus historias, las visitas a su blog, los seguidores de su novela y de repente se le presenta con un contrato.
   He ido con mi “Buk”. Como se dice ahora. Tengo varios cuentos ilustrados, uno en proyecto y estoy trabajando en ilustrar un cuento de encargo… vamos le he vendido todo mi potencial. Llevo una semana preparando esta entrevista —No se había fijado antes en el maletón con el que había llegado. Con sus rueditas y todo.
   Te llega en el mejor momento.  —Ella sonríe picarona.
   Pues sí, 45 años, muy bien puestos —dice dándole un golpecito cómplice en el brazo—,  mis hijos volando por su cuenta, Iñigo viento en popa con su empresa…
   Vamos, ¡todo a favor! —Se abrazan felices.
   Pues sí.  — Le mira con cariño y satisfacción, al separarse—. Y tú puedes disfrutarlo conmigo, como todo lo que hemos compartido juntos.
   Y espera a que venga Cristian y se lo cuente, se pondrá tan contento como yo. —Desde que se encontraran de pequeños en la consulta del sicólogo infantil de menores, ya no habían perdido nunca el contacto. A pesar del ir y venir de sus vidas.

Al salir del bar la sonrisa no le cabía en la cara. ¡Era tanto lo que la vida le sonreía!. Y poderlo compartir con su amigo, Luismi, al que la vida le devolvía todo lo bueno que él se merecía era, una de las cosas que más le satisfacían.
Con «el manos libres» había hablado con Iñigo y este le había prometido que lo celebrarían con una de esas cenas especiales que él solía preparar. Saldría un poco antes de la oficina, era un día de poco lío y lo prepararía todo antes de que ella volviera de hablar con su hermano de corazón.
Entró en casa entusiasmada, nerviosa deseando abrazarlo, besarlo. Pero nada más entrar supo que algo no iba bien… no sonaba jazz, el siempre se ponía su música preferida para preparar estas noches románticas. Tampoco olía a todas esas especias que utiliza en sus salsas y que llenan el ambiente de un aroma especial. Y no la había llamado, desde donde quisiera que estuviera, para hacerle saber que la esperaba ansioso. Fue ella la que lo llamó varias veces sin obtener respuesta. El teléfono sonó. Era él.

—¡Iñigo! ¿Dónde estás? Pensaba…
—Acércate a casa de Rosa y Javi, por favor.

Ellos eran sus vecinos. Habían hecho amistad a través de Marina, la niña que tenían en acogida hacía dos años y que poco a poco se había ido ganando el corazón de toda la familia y vecinos.
Al llegar, la puerta estaba abierta y se oía llorar a la niña. Iñigo hablaba con al menos dos personas de las que no era capaz de reconocer sus voces. Nada más verla Marina se lanza hacia ella y se le agarra a la cintura, tan fuerte que casa duele.

—¡No dejes que me lleven, no les dejes, deja que me quede contigo…!

Iñigo le explicaba algo, una mujer tiraba de Marina para separarla de ella mientras le decía no sé qué y el hombre que completaba la escena también la miraba y hablaba. Ella estaba en shock y solo alcanzaba a escuchar a Marina que cada vez se apretaba más a ella, desconsoladamente y gritando.

—Deja que me quede Cris, por favor, deja que me quede…

Se agachó, como pudo, para tener sus ojos a la altura de la niña, y hablándole suavemente consiguió despegarla de ella y calmarla.

—Qué ha pasado, princesa, ¡cuéntame! —Todo a su alrededor desaparece y deja de escuchar. Ahora solo está para Marina.
—Veníamos de la playa y el camión… papá se salió de la carretera… dimos vueltas… mamá no contestaba y papá no podía moverse… llamé a urgencias como papi me dijo y ahora yo… mamá… papá…
—Ven aquí, pequeña, calma. Se va a solucionar. —La coge en brazos; parece hacerse pequeñita por momentos. Se calma abrazada a su cuello y al fin es capaz de prestar atención a todos para enterarse de lo ocurrido.

Al volver de la playa un camión se había cruzado en la carretera provocando un choque múltiple. Su madre estaba en coma y su padre con un fuerte conmoción y problemas de movimiento. En el hospital habían llamado a menores para que se hicieran cargo de la pequeña que no había sufrido más que rasguños, milagrosamente.

Pobre pequeña. Le recuerda a ella misma a su edad. Cuando le quitaron la custodia a su abuela y empezó a rodar de casa en casa de acogida. No era una niña fácil, tampoco la situación se lo facilitaba. Su abuela siempre estuvo cerca, pendiente, luchando por cada porción de derecho parental que le concedían. Le hacía sentir que no estaba sola, su abuela luchaba por ella.

—Cris, podemos hablar —Íñigo teme que Cristina va a olvidarse de todo lo que está por llegarles, sus planes, sus sueños. Los nuevos proyectos que ella tiene entre manos…

Iñigo la arrastró hacia el pasillo en cuanto pudo despegarla de Marina dejándola de la mano de la trabajadora social.

—No pretenderás quedarte con la niña, ¿verdad?
—No sé. Está tan asustada, tan perdida…
—No puedes permitir que lo que a ti te pasó se interponga entre lo que quieres y lo que crees que debes hacer. Es menores quien debe hacerse cargo de ella.
—Esta noche, Iñigo. Ya ha pasado por mucho por hoy. En nuestra casa ha estado muchas veces, para ella será más fácil aquí.
—Vale. ¿Y mañana?
—En principio mañana puedo hacerme cargo de llevarla a menores, de visitar a sus padres, avisar a la familia… —La miró contrariado—. ¿Tú te ves capaz de verla irse llorando con esos desconocidos?

—Por favor, Iñigo. Deja que me quede —Nota la presión de los bracitos de la niña a la altura de su cintura.
—¡Marina!
La niña había salido al pasillo, claramente estaba oyéndolos hablar o al menos imaginaba la conversación. Se agachó y la tomó en brazos. Es chiquitina para su edad y entre sus brazos aun se lo parece más.

Se quedaron con ella esa noche y alguna más. Los días pasaban, desde menores trabajaban en el papeleo, en la búsqueda de la mejor solución. Marina visitaba a sus padres con Cristina y sus esperanzas de volver empezaban a ser una posibilidad. La niña estaba haciendo hueco poco a poco en el tullido corazón de su padre que había temido que el amor de su vida lo dejara solo de repente. Marina desapareció. Se olvidó de ella, solo tenía lugar para su mujer. Los médicos decían que era  efecto del  traumatismo, pero mientras Marina estaba en tierra de nadie.

Cristina desde el primer momento escuchó en su interior la voz de su abuela siempre repitiéndole cuando era pequeña: “Estaremos siempre juntas, amor. Tú no te preocupes”. Su abuela la hacía sentir segura y disipaba esos sentimientos de soledad que la rodeaban de familia en familia de acogida. Y nunca se rindió, aprovechaba cada minuto que la dejaban estar con su nieta. Hasta que llegó Marta, su última madre de acogida. Una viuda encantadora que la recogió con catorce años y a pesar de estar ella cerca de los setenta tenía tanta vitalidad y ganas de ser feliz que se las contagió a Cristina. Además, desde el principio, integró a su abuela en la familia, y estaba a todas horas con ella, o iban a la residencia a verla, donde ella vivió sus últimos años o estaba con ellas en casa de Marta invitada con cualquier excusa. Cuanto amor recibió. Le devolvió la confianza, la tranquilidad, le ayudó a construirse un futuro. Esa inmensa generosidad de Marta le hacía sentirse obligada a devolver parte de todo aquel regalo de vida que a ella le hicieron.

Y así fue como Marina se quedó con Iñigo y Cristina. Ambos adaptaron de nuevo su vida a la nueva prioridad y afrontaron el futuro día a día, como siempre hicieran cuando sus hijos eran pequeños. Cristina sabía como encajar sus necesidades con las de Iñigo para no tener que abandonar ninguno sus obligaciones, Iñigo siempre encontraba la pieza adecuada para el puzle de sus vidas y hasta Marina había ido adaptándose a la familia hasta el punto de que era un eslabón importante en esa cadena de felicidad.

Aquella noche Cristina llegaba muy tarde a casa. Había ido a la ciudad a una reunión importante con la editorial, pues pronto empezaba la gira promocional de su novela. Había tenido que ajustar los viajes al verano, para no desatender el ritmo de Marina, su cole, sus amigos, sus actividades, el hospital… Había implicado a todos en su proyecto y al final todo había encajado de maravilla.
Sus hijos se habían comprometido a cuidar de la pequeña en determinadas fechas, Iñigo se había guardado días de vacaciones y algún día se la podría llevar a la oficina y Cristina con todo ese engranaje de buenas intenciones había ido a la editorial a cuadrar el calendario. Llegaba rendida a casa.

Al entrar en casa suena un cálido saxofón de fondo.
—¡Jazz! —piensa.
Un aroma a azafrán y curri le guía por el pasillo y al fondo se oye la voz de Iñigo que le llama:
—¡Estoy en la cocina!
Allí lo encuentra, delantal puesto y sartén por le mango. Se acerca y la rodea con sus brazos. Se besan.
—¿Todo esto?
—Hoy Marina tenía baloncesto, he aprovechado. —Se vuelven a besar—. Me quedan unos quince minutos, tienes tiempo justo de una ducha rápida.
—¡Me vendrá de maravilla!

Marina siempre llegaba agotada de sus entrenamientos. Esos días poca después de las nueve caía rendida en la cama.
 Se fue a la ducha de tirón. El día había sido de los mejores del último semestre. Por la mañana había estado en el hospital y el padre de Marina había preguntado por ella. Por fin reaccionaba. Parecía que su mujer empezaba a dar muestras de responder al tratamiento. Se lo contó a Marina comiendo y la luz de la esperanza le dibujó una sonrisa tierna y tranquila que hacía días no veía en la niña.
Aquel día la ducha le resultó totalmente reparadora. El día del accidente puso en jaque toda la vida que tenían pensada en ese momento Iñigo y ella. Su recién recuperada intimidad, la casa de nuevo era de ellos. Su nueva libertad para disponer de su tiempo a sus anchas y que nada intercediera en su inspiración para escribir, sus planes con los chicos… Todo lo aparcó para acoger a Marina y sin embargo en vez de perder todos habían ganado con su decisión.
Al llegar al salón Iñigo le esperaba con una copa de vino, brindaron se sonrieron, cenaron, se besaron…
Y la velada se alargó hasta que los besos y las caricias les empacharon.
   
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Aquí estoy de nuevo. Una semana más. Este relato me ha quedado un poco largo lo sé y además estoy un poco insegura con el uso que he hecho de los tiempos verbales, mezclando pasado y presente, para dar énfasis a algunas partes, pero que no sé si es correcto. Me gustaría que si lo lees me comentaras tu opinión. Gracias

Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020.

Reto#19. Trabaja el trasfondo de tus personajes para explicar por qué tu protagonista es un buen samaritano que daría su vida por los demás