domingo, 30 de agosto de 2020

Mi único delito: tener más de ochenta


Aquella mañana el calor era abrasador. Los ruidos de las obras le taladraban los oídos y su única opción de aire puro era la terraza en la azotea. A pleno sol. A sus ochenta y cuatro años, pensó ella, quería poder decidir cómo vivir o morir. Salir a dar un paseo, sus piernas se lo reclamaban, y los besos de sus nietos, era todo lo que necesitaba. Cruzó los dedos y empezó a llamar a sus hijos. Solo ellos, ahora, tenían la llave  para su libertad. Perdiendo parte de la suya.

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Relato participante en el reto de escritura 5 líneas del blog de Adella Brac
A priori, escribir un microrelato con tres palabras dadas y de tan solo 5 líneas parece algo relativamente fácil. ¡Qué ingenua! 
¡Para cuándo me di cuenta, era demasiado tarde!
Lo que se empieza se acaba.
¿Participas?
¿Te resulta complicado cumplir el reto cada mes?


domingo, 23 de agosto de 2020

Yo no tengo la culpa de todo

Me envidian, lo sé. Por eso me persiguen. Me acusan, sin embargo, tienen lo que querían. Se quejan y luego se lamentan. No lo entiendo. Ellos ganan, yo gano. Todos contentos...


 — Míralos, dormiditos, por fin puedemos descansar.

— Me preocupa el espacio, son muchos, no esperaba tantos polluelos, el nido se queda pequeño.


Tantas quejas. A veces se caen. ¿Eso también es culpa mía?

 Soy sigilosa, cierto. Me deslizo ágil y silenciosa, ligera y cuidadosa. Cierto. Y no espero a que se enfríen. Calentitos sientan mejor...

  La madriguera se les queda pequeña pero aún son pequeños para salir.

—Tranquilo, no te apures, para eso estamos nosotros, para evitarles los peligros. 


Yo, algunas veces, husmeo en la entrada. Me asomo al agujero por un segundo y ellos, pequeños diablillos, se mueren de curiosidad, eso los mata. ¿Yo qué culpa tengo? Ellos me siguen, se pierden, medio muertos me los encuentro… Sus padres… ¿Dónde están? ¿Despistados?

No van a amedrentarme. En el bosque la ley de la supervivencia es inquebrantable...


 Se acerca engañosa. Su piel la esconde entre la maleza y está siempre al acecho, pendiente si uno de mis bebés se cae del nido. — Tú eres la que se quejaba de que eran muchos. Si no quieres que se caigan vigila.

 Se asoma a la madriguera, los pequeños creen que quiere jugar. La aleja y se los come. —¡Cuánto gimoteo!

—¿No dices nada, serpiente? ¿Callas?

—Yo no robo nada. Ya están moribundos cuando los añado a mi menú. Me los encuentro solos, tirados…O acaso, entre todos vosotros, veo búhos, conejos, coyotes, mapaches, tucán y demás, todos, ¿alguno me ha visto allanar vuestras moradas y llevarme las crías?


Me voy. No pueden acusarme de nada. Me odian. Me envidian ¡Pobres infelices!

El bosque es peligroso, pero yo, yo no soy el mayor de sus enemigos. 

¡JAJAJAJAJAJ!

👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀

34. Haz una historia con un narrador poco fiable en primera persona, al que acusan de robar bebés.52 retos literup 2020.

Esta semana la he hecho buena. Me centré en la primera parte del reto, "narrador poco fiable" y me olvidé del resto "Le acusan de robar bebés". Así que el relato que tenía escrito no cumplía el reto. ¡Qué faena! Pensaba que era inevitable retrasarme una semana con los relatos, porque no se me ocurría nado y de pronto me he sentado frente al ordenador y he escrito esto que veis.

Creo que está cogido con alfileres. Pero bueno. Esto es lo que publico esta semana.

      No tenía ni idea que era el narrador poco fiable. La verdad que estoy aprendiendo bastante este año con este reto. Por eso, aunque los relatos no sean de mi gusto del todo, luego me paseo por los vuestros y acabo sabiendo un poco más.

¿Qué os ha parecido?

¿Cómo os ha ido a vosotros con este tipo de narrador?

Si te pasas a leerme, bueno o malo, 

¡Déjame tu comentario!


martes, 18 de agosto de 2020

Zuzón

Cada vez que acabo un reto empiezo con el siguiente. Busco ideas dentro de mí, leo cosas por internet sobre las características que debe cumplir el relato, busco imágenes... la mitad de la semana la paso sin escribir, construyendo mentalmente el relato. Bueno, no solo uno, suelen ser varios, y al final me quedo con el que fluye al sentarme a escribir. A veces escribo otro totalmente distinto pero que, seguramente, sin todo el anterior proceso nunca  se me hubiera presentado. 



Esta vez había que escribir un relato donde apareciera 
la última palabra del diccionario: Zuzón
 ¡Vaya palabrita! el primer día que la busqué en el diccionario no la encontré. Por lo visto en ese ejemplar, para niños de primaria,  la última palabra no es esta.   En la web, la búsqueda me llevó a el concepto de hierba cana.
¡¿Qué es eso?!


 Lo bueno que tiene la red, como todos sabemos, es que información no le falta: leída, escuchada, en imágenes...
De paseo por el ciberespacio, wikipedia me dio dos nombres: senecio vulgaris y  senecio jacobaea. 

Y, de repente, me veo paseando, camino de la ermita de San José, en mi pueblo. Ruta que hago todas las mañanas para darme el baño de sol tan necesario para mis huesos, al menos en eso insiste mi oncólogo.
La verdad que si lo piensas o  lo comparas con otros lugares más cuidados, es un cochambroso camino de tierra, con miles de desniveles debidos a las lluvias, los pasos de tractores y el poco mantenimiento. A los lados crecen hierbas y arbustos de todo tipo, altura, colores... maleza que nadie cuida y aprecia, pero que a mí, a veces, me parecen milagrosos, ¿cómo una flor tan bonita puede crecer así,  solo rodeada de hierbajos, en ese secarral?


Hay flores amarillas, cactus morados, florecillas azules...  
«A veces mi paseo se torna mágico y me encantaría conocer el nombre de todas esas plantas e imagino que podría hacer una excursión con los alumnos y recoger muestras para hacer un herbario e investigar sus nombres...» Ese día llego a casa con el triple de energía positiva que el resto de la semana. 
El   caso es que buscando para conocer que era un zuzón me encuentro en la galería de fotos de google y de repente creo reconocer en ellas lo que todas las mañanas veo y admiro. 
Y ya, me zambullo en una búsqueda frenética de flores, arbustos, colores, nombres... Pero no. Mis dientes del león, que en el camino me acompañan en mis baños de sol. Son otra cosa.

El senecio vulgaris, por lo visto, en una de sus fases vitales tiene un momento en que se parecen. Pero no son lo mismo. Tampoco las flores amarillas que crecen por mi recorrido son las mismas.
Pues nada, Para otro día más .
Pues me parece, que por hoy, la clase de botánica ha terminado. 




Así, más o menos, es como empiezan a fraguarse mis relatos. Buscando, divagando, hablando conmigo misma, convirtiéndome en uno de los personajes en voz alta cuenta la historia... recursos que me ayudan a dar forma a mis ideas. A veces mejores, otras...
¡Tú decides!
Esta es la propuesta al reto de esta semana
¿crees que he dado con el propósito del reto?
¿puede cumplir este escrito los términos de "relato"?
Espero tus críticas en comentarios.
¡¡Nos leemos!!


🌳🌴🌲🍀🍈🍐🌺🌺

Reto#33: Escribe un relato que incluya la última palabra del diccionario: zuzón. 52 retos literup 2020. 

domingo, 9 de agosto de 2020

La vida no es una leyenda


A veces se nos concentran las malas energías y en vez de fluir parece que todo se estanca. Paralizándote. Atrapándote. Otras veces el Karma parece llevarte a lugares que creías prohibidos para ti, al menos en esta vida. Como si tú, también, pudieras alanzar lo que deseas, aunque de momento ignores desearlo.


 Ahí estaba yo, con el coche en marcha, pero todavía en el aparcamiento. Después de salir de la consulta, había ido directa al coche, lo había arrancado y cuando ya iniciada la marcha atrás, echaba el freno de mano para, escondiendo la cara entre mis manos, derrumbarme en un llanto desconsolado que había estado retrasando hacía casi un mes. Por fin caía. Soltándome de esa mano invisible que parecía sostenerme en el aire hacía días.
❤❤❤

     Desde ese fatídico día que una indisposición me llevó a regresar a casa a media tarde, si haber acabado mi jornada laboral. Al entrar a casa, me dirigí al baño. Me encontraba fatal, el estómago revuelto, la comida que parecía atrapada al principio de la garganta, gases molestos, dolor de cabeza, de lumbares… me refresqué un poco. Era un día de julio agobiante de calor.

No tenía fuerzas para ducharme, que era lo que de verdad necesitaba, me mareaba, así que, decidí echarme un rato y cuando Eloy volviera pedirle que me ayudara a refrescarme. Si seguía encontrándome así de mal, le pediría que  me acompañara al médico…

¡Vaya con Eloy! Al abrir la puerta del dormitorio me encontré una escena que bien podría haber estado sacada del Kama Sutra. (Lástima que la protagonista no era yo. Hacía meses que no era yo. No me acuerdo cuánto tiempo hacía ya que no intimábamos. Mucho. Tal vez demasiado). Cerré la puerta. Creo que ni se enteraron. Mi hijo pequeño, me miraba desde la puerta de su habitación. Cómplice. Lo miré y no supe qué decirle, él tampoco me dijo nada.

Las piernas me flaqueaban y cada vez me mareaba más. Me metí a la habitación del mayor, que ya no venía a casa salvo en contadas ocasiones, cuando su trabajo y vida personal se lo permitían.

Me sentí caer en la cama, como un peso muerto y ya no recuerdo nada más, hasta el día siguiente que desperté de madrugada. Miré el reloj, las cinco. Casi diez horas durmiendo. Tal vez mi cuerpo empezaba a sentir los últimos días, donde el trabajo había sido agotador, preparando el congreso que al que debíamos acudir a finales de mes.

Salí al balcón, la fresca de la mañana  me reconfortó. Qué paz. Me estuve buen rato allí. Eloy y Fran se levantaron, como todos los días; se vistieron, como todos los días; almorzaron, como todos los días; y se fueron a trabajar, como todos los días. Sin mediar palabra de lo pasado el día anterior. ¡Demasiada normalidad para mí!

Al poco sonó mi móvil:

—¡Hola mamá! —Mi hijo, mayor, estaba al otro lado de la línea.

—Desde cuándo, Nacho —Suspiró antes de contestar.

—Mamá, qué querías. Hace tiempo que vosotros… —Mi cabeza iba a estallar.

—Cómo habéis podido, no decirme nada, tapar a vuestro padre, ¿y yo? —Empezó a explicarme algo, pero no podía escucharle. Un zumbido en los oídos me lo impidió, notaba que me temblaban las piernas y la vista se nublaba…

—¡Cómo veo que no me escuchas, te llamaré mas tarde! — Nacho colgó el teléfono.

Llamé al trabajo. No podría ir a trabajar. Pedí hora para mi médico. El monstruo que habita en mí, hace varios años, estaba despertando.

 ❤❤❤

    No sé cuánto tiempo llevaba allí, llorando, con el coche en marcha.  No sé, perdí la noción del tiempo, de la realidad…

    —¿Te encuentras bien? —Alguien chocaba sus nudillos contra la ventanilla de mi coche—. ¿Me oyes?, Has cruzado el coche y no puedo salir.

    —Perdona… —dije levantando la cabeza. Y allí estaba él. Hacía tantos años ya…

    —¿Carmen? —Su sonrisa no había cambiado de como yo la recordaba, y en sus ojos seguía reflejándome al mirarme. La misma sensación de entonces me envolvió. Salí del coche, nos sonreímos y nos dimos un abrazo. Inocente y torpe.

    —¡Darío…! ¡Cuánto tiempo sin vernos!!!

    —Pues sí… y ya lo siento. Pero me coges en un mal momento. Llevo prisa. —Nos quedamos mirando, a los ojos, en silencio—. ¿Estás bien?

    —Sí, sí… ya muevo el coche —Entré, lo puse en marcha, lo miré por última vez y me fui. 

❤❤❤

Pufffffffffffff. Hacía casi diez años que no lo veía. Cuando empecé a trabajar de bibliotecaria, en su pueblo. Él iba todas las tardes, cogía un libro y se sentaba en una de las mesas. Con sus cascos se aislaba del entorno y se estaba una hora larga enfrascado en su lectura. Pronto empezamos a hablar y comentar sus lecturas, las mías, su vida, la mía… había mucha conexión entre nosotros… Saltaban chisma al mirarnos. Enseguida me di cuenta. Me estaba enamorando. Y no podía ser. Estaba casada. Tenía dos hijos. Y tenía diecisiete años menos que yo. Pedí traslado enseguida, a la primera oportunidad, con la excusa de mi enfermedad. Dejamos de vernos y todo quedó en una breve, pero intensa, amistad. Ya entonces mi vida matrimonial no era tan satisfactoria como a mí me hubiera gustado. Pero no quería romper con todo…


Navas del Marqués
NAVAS DEL MARQUÉS

❤❤❤

¡Vaya día para reencontrarse con él! Le acababan de decir que posiblemente le quedaban solo dos meses de vida y estaba pensando en irse lejos. Lejos de tanta hostilidad que le envolvía últimamente. Ella, acababa de irse de casa y sus hijos se habían volcado con su padre, quien no había hecho el más mínimo movimiento para sentarse a hablar con ella.  Cierto, que ella, había estado muy distante. 

Además de que su matrimonio, junto con su familia, se iba al garete, su enfermedad volvía, queriendo parar su vida de nuevo. La "quimio" no estaba resultando, el tratamiento no controlaba el avance.

En situaciones normales hubiera llamado a su hijo mayor o  le hubiera acompañado como otras veces a la consulta. Él, lo llevaba mejor que su padre, al menos aparentemente. Siempre lo había tenido a su lado. A sus treinta años era su bastón para caminar en tiempos duros y quien más disfrutaba compartiendo sus alegrías. Fran, el pequeño,  con veinticinco años recién cumplidos, aún vivía en casa y tenía pocas ganas de volar. Tranquilo con su trabajo y sus amigos, era mucho más reservado y distante. Habían sido, los dos, toda su vida desde que nacieran y ahora era lo que más echaba de menos en su día a día. Cada vez los sentía más lejos de ella.


Casa Jardín, El colmenar.
CASA JARDÍN, EL COLMENAR




Quedaba apenas un día para el congreso,  un fin de semana   que llevaba esperando, y preparando, todo el mes.

Iba a asistir como invitada, debido a sus proyectos en la biblioteca del pueblo, al X Congreso Nacional de Bibliotecas Públicas, evento bianual, que este año tenía lugar en Navas del Marqués, uno de los cuatro municipios más poblados de Ávila, zona gran interés turístico de la región. Situada en las faldas de la Sierra de Malagón, esta villa colinda con la Comunidad de Madrid al este y sureste y con la provincia de Segovia al norte. En ella se encuentra el Castillo-Palacio de Magalia, escenario, en es esta ocasión, del congreso.


Cuando le comunicaron su asistencia al congreso, hacía ya más de dos meses, pensó en preparar unas vacaciones para la familia. El lugar era único y parecía adecuado para pasar unos días en familia. El congreso duraba tres días y así sus hijos podrían disfrutar de la compañía de su padre, que por el horario de trabajo lo veían poco y luego ella se uniría al grupo. Había estado mirando un alojamiento muy céntrico a la par que atractivo: La casa jardín “El colmenar”. Alojamiento en régimen de casa rural, habitaciones con baño, cocina, lavandería y salas de estar, piscina exterior y gran extensión de jardines y bosque para pasear. Además, ofertaba numerosas visitas guidas que podrían ser del agrado de sus hijos muy aficionados a senderismo.

 ❤❤❤

Tras dos horas conduciendo llegué a mi destino. Me instalé en la habitación y me fui a dar una vuelta por los jardines para estirar las piernas de tanto coche. Cuando me interesé por este destino, en la descripción del lugar ponía que su vegetación forestal contaba con especies como el roble melojo, el pino piñonero, los chopos, los cedros, los enebros, los helechos… yo no reconocía cada uno a simple vista, pero esa mezcla de aromas  y colores creaban un ambiente mágico, al menos eso me pareció, se respiraba paz y tranquilidad. De pronto, me pareció oír el trote de un caballo, apareció a lo lejos y cuando quise fijarme me pareció que me saludaba el jinete…no, ¿un centauro?

    —Vale, calma, Carmen. Estás mezclando realidad con leyenda.

 El estrés de este tiempo atrás, los resultados de las pruebas,  y el cansancio del viaje se mezclaban con las leyendas que había leído sobre el Castillo. ¡Ahora venía a saludarle el Centauro de Magalia! Lo vio alejarse mientras una sonrisa se dibujaba en su cara. La primera del día.

Tenía ganas de visitar el Castillo-Palacio y pasear por  los pasillos que recorría el centauro para encontrarse con su amada Magalia.

Volvió a la Casa Jardín, entre que se duchaba y no se haría una buena hora para acercarse a comer a algunos de los restaurantes de la zona, estaba hospedada en el centro de la villa, todo lo tenía muy cerquita.

PATIO INTERIOR CASTILLO PALACIO DE MAGALIA

Por la mañana me levanté renovada, no madrugué pero si quise llegarme hasta el castillo de Magalia con tiempo de pasearme antes de la hora de comienzo del congreso.

Los exteriores de la edificación contaban con elementos fortificados propios de los castillos, como grandes torreones defensivos y amplios muros  y su interior era tan refinado como un palacio.  Hacía honor a su nombre: Castillo-Palacio. Al acercarme a la ventana de la fachada principal leí la frase escrita bajo ella «Magalia Quondam, Magalia, ¿dónde estás?».(Cuenta la leyenda que el espíritu errante del padre de Magalia  se ve, en ocasiones por el palacio, gritando esta frase.)

Por detrás de mí, en ese momento una voz de hombre rompió el silencio con un agudo gemido: ¡Magalia, Magalia… dónde estás? 

Me volví impresionada:

¡Los que se quedan sufren la ausencia! —Realmente parecía el señor del castillo, desesperado por la ausencia de su hija.

  Los que se van, tal vez, para ser felices, deben elegir entre un amor u otro. —le contesté y casi din darme cuenta, de pronto, había desaparecido.

De nuevo, me encontraba confundida. Sin saber si lo vivido en ese instante era real o fruto de mi imaginación, y ya empezaba a preocuparme.Se acercaba la hora de empezar el congreso, así que me dirigí a recoger mis credenciales. 


EXTERIORES CASTILLO-PALACIO DE MAGALIA


Tras hora y media de intervenciones, el calor empezaba a agobiarme y la cabeza volvía a dolerme como si no hubiera una mañana.

Salí a tomar el aire. Cogí una pastilla del bolso. Me tomé una con la esperanza de que mi cabeza dejara de doler, como si martillearan desde dentro. Me senté en uno de los bancos, mirando hacia el patio y vi acercarse a una mujer, vestida de época, preciosa, que me miraba a los ojos y me sonreía.

—Las nubes escamparán, y volverás a ser feliz.

—Perdona… —Empezaba a estar harta de estas visiones.

—No fue fácil huir con el centauro, cuando mi padre, el señor del castillo, prohibió nuestra relación. Lo diferente no es aceptado.

—Renunciaste a tu familia por él —Se levantó sonriendo.

—Tu familia parece haber renunciado a ti, ¿no?

—No sé… —Estaba confundida: ¿Qué pasaba?

—Y si él te llama, ¿será la edad la diferencia que os separe?

Bueno, aquí estaba pasando algo raro. Tal vez el tumor cerebral me estaba jugando una mala pasada.  Aunque poco a poco el dolor de cabeza iba remitiendo, casi no lo notaba. Volví a la sala y en todo el día no me acordé de todo lo que había pasado.

Disfruté el congreso sin más fenómenos extraños. Conocí a gente interesante y di a conocer mi trabajo, que por cierto gustó bastante.

El resto de los días que pasé en Navas del Marqués disfruté de los paseos por el pueblo lleno de preciosas casas blancas rodeadas de verdes campos y montañas rocosas.

Visité el convento de  Santo domingo y San Pablo que 1982, fue declarado Monumento Histórico Artístico de Interés Cultural Nacional y saboreé la rica gastronomía del lugar  tanto sus tapas, su carne a la plancha o los ricos postres tradicionales.

Tuve tiempo para hablar con mi oncólogo y escuchar todo lo que, aunque ya me había dicho en la consulta,  entonces no oí, asustada por el pronóstico de mi enfermedad.

Probaría el nuevo tratamiento y pararía el ritmo de trabajo, para darme un respiro y evitar el estrés del que  también se alimentaba mi monstruo interior.

Esperé la llamada de mis hijos, incluso la de mi marido. Los tres sabían que esperaba resultados y que no era del todo buena la situación. Pero nada, ni un wasap.

Sin embargo, si recibí una llamada de Dario, que al no cogerle, me grabó un mensaje de audio:

—¡Me gustó volverte a ver!¡Me quedé preocupado! Cuando tengas ganas, podemos quedar.

¡Vaya! ¿De dónde había sacado mi teléfono? No sé si quedar con él iba ser la mejor idea. Pero reconozco que oír su voz me reconfortó. Y de nuevo, después de algunos días, volví a sonreír.

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Reto#32. Haz una historia ambientada en el entorno rural de un pueblo de Castilla. Recoge alguna de sus leyendas e intégralas.  52 retos literup 2020. 

Una semana más os presento mi escrito. Otro reto que me ha supuesto un "vamos a ver cómo hago esto". Primero recorrí un poco la web intentando conocer diferentes leyendas de Castilla e intentando crear un relato con alguna de ellas, Por fin me decidí por la leyenda de Castillo-palacio de Magalia y me centré en la información de  la  wikipedia y de la página web La mochila de mamá. La fotos las he sacado de la web. 

Ya hace semanas, os lo digo que no acabo de estar contenta con lo que escribo, cumplir todas las semanas es difícil y si voy acumulando hasta estar contenta con el resultado dejaré a medias el reto. Y este año me he propuesto acabarlo. El ceñirme a un tema dado  con unas premisas especiales me está haciendo trabajármelo mucho, y creo que el proceso me está ayudando. Yo siempre les digo a mis alumnos que, a veces, el camino para llegar al resultado es más importante que el resultado. Pues lo estoy poniendo en prática.

Ahí he dejado a Carmen, 

en medio de un mar de dudas, en el pero momento de su vida

¿Qué pensáis que puede pasar? 

¿la llamaran sus hijos primero o lo hará ella?

¿Quedará con Darío?

Os espero en comentarios. ¡¡Saludos!!

domingo, 2 de agosto de 2020

No era necesario

Apenas hacía una semana que había fallecido el abuelo y ya les encorría el tiempo para poner en venta su piso. ¡Qué poco habían demostrado esa prisa en otras ocasiones! Cuando estaba enfermo y necesitaba de nosotros, cuando se sentía sólo y nos llamaba para que fuéramos, cuando tenía visitas médicas y le hacía falta que lo acompañásemos, el día de su cumpleaños para festejarlo... ¡Nunca estaban disponibles!  En la lectura del testamento estábamos todos, ningún problema para acudir y ahora, para reunirse y hablar de la venta lo mismo:

— Bruno,¡muévete si quieres quedarte con algo del abuelo! —escribió mi hermano Alex en el wassap familiar- mañana van a limpiar el piso y tirarán lo que quede.

Eran casi las tres de la tarde, poco tiempo me daban para ordenar toda una vida. En fin, como estaba en casa sin hacer nada, cogí unas cajas que tenía preparadas y me fui a bucear en los recuerdos del yayo.
Mis abuelos nos habían acogido a mis dos hermanos y a mí tras el accidente, cuando murieron nuestros padres. Enseguida,  Marisa que tenía 19 años y Fernando de 23 se fueron de casa de los abuelos. No tenían ganas de normas de viejos, como ellos decían. Tardarían como mucho un año. Yo tenía entonces 16 años y muchos planes en mi cabeza y ellos parecían compartirlos y disfrutarlos.Hace ya diez años de todo esto.



Mi abuela falleció en pocos años, creo que la muerte de su hija, mi madre, fue demasiado duro para ella. Yo me refugié en mi abuelo y creo que él en mí y creamos un vínculo muy especial. 
Abandoné, hace unos dos años, su casa, al irme a vivir con Manuel. Aunque mi abuelo conocía de sobra mi historia y sabía que somos mucho más que amigos, pensé que vernos en actitudes demasiado cariñosas iba a ser incómodo para él. Así que nos alquilamos un pisito cerca y nos tenía dispuestos cuando nos necesitaba. 


Ya en casa del abuelo, al abrir la puerta, me extrañó que no estuviera echada la llave, pero lo entendí nada más pasar el umbral de la puerta. Libros, papeles, ropa, cazuelas... todo tirado por el suelo. Alguien había entrado y buscado, yo que sé que cosa. La casa la había dejado patas arriba por completo.
Miré hacia la puerta. Allí, en el perchero,  seguía impasible la gabardina de la abuela. Invierno y verano, inmóvil, era testigo de la vida de esa casa.
No se habían llevado la tele, ni el ordenador...  era uno de nosotros. No era cualquier ladrón. 

Sin embargo, que yo supiera, mi abuelo no tenía nada. Las joyas de la abuela y su pensión. Fui a su cuarto, ¡qué desastre! En el cajón de su mesilla, tirado en el suelo se veía abierta la cajita de música de la abuela. Ni rastro de su pulsera de pedida, de la medalla que llevó siempre en el cuello, del reloj que le regaló mi abuelo en las bodas de oro, ni de las alianzas de mis padres, que estaban allí desde que murió la yaya y dejaron de colgar de su cadena.

¿Cuánta gente entraba en casa de mi abuelo y, qué más buscaban?

Empecé a pensar en Arcadia, la asistenta, que venía una vez a la semana y alguna vez más cuando el abuelo caía malo. Ella mantenía la casa limpia de todo lo más grande: ventanas, persianas, cocina, baño... y así mi abuelo y yo solo seguíamos la casa con lo que manchábamos a diario. No nos preocupábamos de grandes limpiezas. Arcadia era muy buena en su trabajo. Ella no hubiera necesitado destartalar la casa para llevarse la joyas, sabía de sobra donde estaban.
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Abrí una de las cajas y empecé a recoger la ropa que esparcida por el suelo iba pisoteando sin querer. Me acordé de cubo de la ropa sucia. Miré. Estaba vacío y en el tendedor se balanceaba la última colada de Arcadia, con la ropa de mi abuelo de los últimos días.
No tenía mucho sentido desvalijar una casa y dejar la colada hecha de paso, ¿verdad?
Seguro que había estado allí para dejarnos las cosas listas para la venta. 

Me acordé de Ricardo, el voluntario de la cruz roja, que dos tardes por semana venía para hacer compañía a mi abuelo. Unas veces le ayudaba en su aseo personal, otras iban a comprar. En ocasiones habían ido al cine o al teatro o se quedaban en casa disfrutando de una buena partida de ajedrez.

Sonó mi teléfono justo cuando acababa de guardar toda la ropa en las cajas, era el móvil de mi abuelo...

— ¿Diga? — La voz de Ricardo me sacó de mis sospechas.
— Se le había estropeado a Gregorio el móvil y yo me había quedado al cargo. Te llamo a ti ya que no reconozco ningún otro móvil de su agenda.
—Vale. —Estaba mudo. Tampoco era muy lógico que si él había entrado a robar lo que quiera que fuese, ahora me llamara para devolver un móvil.

Cuando al fin reaccioné, quedamos que me lo acercaría esa tarde. Él quedó en llevarse la ropa al albergue municipal.

Metí en una caja las pocas fotos que guardaba, dos o tres libros especiales para él, la chaqueta de lana  que llevaba todos los inviernos, echa por mi abuela,  y la gabardina del perchero.

Estando casi a punto de irme llamaron a la puerta...

—¡Hola! ¿Eres uno de sus nietos?
—Sí, Felisa, Soy Bruno. —Felisa era vecina de mi abuelo, puerta con puerta, tenía llaves del piso. 
—¡Su querido Bruno...!  —dijo melancólica—. Ayer vinieron... dos de vosotros... y no veas la que montaron... casi me arrepentí de haberles abierto...
— Marisa y Fernando, supongo —ella asintió—. ¿Sabes lo que buscaban?
—No sé qué papeles, un sorteo... no sé, por lo visto Gregorio había ganado algún dinero y necesitaban un comprobante. 

Me miró como si yo supiera a lo que se refería. Pero no tenía ni idea. Me encogí de hombros.

—Que yo supiera, mi abuelo no jugaba a ningún sorteo, él me lo hubiera dicho. Y de todas formas, Felisa, me da igual. Que se queden con lo que quieran. Yo hace tiempo que disfrutaba de lo más valioso que él tenía, su cariño.

Felisa se fue, dejándome hundido en el sofá. Sollozando. Mis hermanos, qué ruines... 
Pero yo, no tenía fuerzas en ese momento de nada más. Echaba mucho de menos a mi abuelo y eso no me lo iba a pagar ningún dinero. 
Me levanté y bajé a la calle. Guardé la caja en el coche y esperé a que Ricardo llegara con el móvil de mi abuelo.

Me fui a casa y nada más abrir la puerta Manuel salió a mi encuentro. Sin mediar palabra me abracé a él y la cálida presión de sus brazos reconfortó mi triste corazón.

Por la noche, busqué la caja donde había traído los recuerdos de mi abuelo. No la encontré, Sin embargo, en mi despacho vi las fotos colocadas en la estantería y sus libros junto a las novelas de mi biblioteca. Encima de la silla la chaqueta doblada parecía esperar un lugar en mi armario. 

¿Y la gabardina? Salí al pasillo, miré hacia la puerta. Una sonrisa se dibujó en mi cara. Colgada en el perchero de la entrada la gabardina de mi abuela volvía a presidir la entrada. Esta vez la entrada de mi casa.

En el sofá Manuel sonreía con lágrimas en los ojos mientras repasaba el wassap de mi abuelo. Prácticamente todos los días hablábamos con él. 

—¡Mira! —Me tendió el teléfono para que leyera el último mensaje de mi abuelo.
— "Recuerda llevar la gabardina a la tintorería antes del invierno"—Leí en alto extrañado.
—¿Para qué querría llevara a limpiar si no la usaba nunca?

Miré la fecha del mensaje. Ese día ya estaba muy mal. Algo quería decirme. Seguro que intuía su marcha y me había dejado una despedida en la gabardina. Él sabía que s vendría conmigo a su partida.

Busqué en los bolsillos y no tardé en encontrar el regalo de mi abuelo. Un número de la ONCE premiado. Lo había olvidado. Siempre compraba uno para el cumpleaños de mi abuela, Allí estaba. Año tras año. el mismo número. Todos lo sabíamos. 
Miré en internet. ¡¡¡¡ Premiado !!!! 

Misterio resuelto. Eso buscaban. Miré a Manuel y volví a guardar el billete en la gabardina. Nos echamos a reír. No dejaron "títere con cabeza" en casa del abuelo y lo que más a mano y a la vista tenían, les pasó desapercibido. 

Había tiempo para cobrarlo. Pero iba a esperar. Esperaría a que mis hermanos me dijeran lo que buscaban o me preguntaran. Yo no pensaba decir nada de momento. 
Manuel y yo nos reímos a carcajadas como hacía muchos días que no lo hacíamos. 
Guardé de nuevo el boleto en la gabardina y esta volvió al perchero. Inmóvil , testigo silencioso.
¡Qué bien nos conocía mi abuelo!

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Reto#31: Escribe un relato con una gabardina como arma de Chéjov52 retos literup 2020.

Un nuevo reto realizado. Otra vez, literup me ha puesto a buscar información. En esta ocasión buscaba contestar una pregunta:
¿Qué es un “arma de Chéjov”?
Lo primero que hice fue ir a la página de Literup y leer la información que ellos nos dan. Y luego para intentar ampliar o encontrar más pistas busqué en la red y me encontré con  "Escuela de escritura creativa". Después durante toda la semana he estado dándole vueltas a una idea y esta mañana, ha quedado escrita.
ESpero que os guste mi propuesta. He dejado a Bruno con el billete de loteria premiado. ¿Tardarán mucho sus hermanos en reclamarle a Bruno su parte? ¿Les dará vergüenza tras haber invadido la casa del abuelo de esa manera?