domingo, 11 de diciembre de 2022

Pedrito, el saxofón

Hubo un tiempo, cuando los niños gobernaban el mundo y el sueño y la ilusión eran los primeros ministros, en que los habitantes del mundo eran raros, variados, divertidos...
Uno de los países era el país de la música. Había infinidad de calles y avenidas llenas de gran armonía y  musicalidad. En ellas vivían Juan el violonchelo, Cristina el clarinete, María el tambor, Nacho el piano... y un sinfín de instrumentos más. Todos juntos formaban "La gran orquesta del mundo" que servía para ambientar sueños, juegos, fiestas... 
Esta orquesta estaba dirigida por Don Director. Don Director iba siempre con su frac bien arreglado y, a su paso, todos los habitantes del país  le hacían una reverencia.
 
¡No fuera a ser que Don Director se enfadara!

Bueno, pues aquí, en este gran país, vivía Pedrito el saxofón, un niño único, especial. Era orgulloso, inestable en ocasiones, impresionable, hipersensible, nervioso, imaginativo... Sí, era el más encantador, generoso, idealista a la par que el más cascarrabias, inconstante y terco. 
Pedrito el saxofón era indescifrable, indefinible, a veces oscuro, extraño. Sin embargo, era música, armonía, canción. De él la música fluía, como fluye el agua en dirección al mar, y era apreciado por su talento. 
¡Ah! ¡Pobre Pedrito! Tenía el corazón de un romántico, de un sentimental. Necesitaba siempre alguien a su lado, cariño, comprensión, amistad. 
Sí, claro que tenía amigos, pero todos pensaban que era muy raro, difícil de comprender por eso se encontraba solo muchas veces. 
Un día, Don Director empezó a exigirle más y más a Pedrito. Le decía que era muy malo, que su música no valía para nada, que tendría que echarlo de la orquesta si no mejoraba. Poco a poco, Pedrito fué perdiendo su musicalidad: olvidaba las canciones, rechazaba la armonía, y fue volviéndose más huraño y solitario. Solo pensaba y decía: ¡No puedo!
¡Qué pena! Pedrito el saxofón estaba perdiendo los sueños, las ilusiones y constantemente en su cabeza tenía presente a Don Director.
Ahora ya no era él mismo. En la orquesta, todos los instrumentos, qerían saber cómo ayudarle. Aunque tenían sus más y sus menos, eran mejores o peores amigos, había instrumentos que arpeciaban mucho su música. 
Entre ellos estaba Alberto el timbal. Alberto siempre estaba enfadándose con él, pero tras esos enfados había un fondo de cariño. Sabía que si no volvía de nuevo a disfrutar con la música perdería para siempre su gran corazón pero por más que intentaba hablar con él, ayudarle,  no le escuchaba. Pero Pedrito  solo pensaba en  las palabras de Don Director:

—¡NO VALES!¡NO PUEDES! —se repetía a sí mismo sin parar.


Una noche que no podía dormir, de esas de vueltas y vueltas en la cama,  se le apareció un duende. Al encender la luz para beber un poco de agua se lo encontró sentado en la mesilla.
—¡Hola, Pedrito! Soy Pedrón, el duende del Serrablo. —El niño lo miraba estupefacto, frotándose los ojos, no podía creer lo que estaba viendo.
-—¿Y tú quién eres? —preguntó sentándose en la cama.
-—Soy tu tocayo, Pedrón. ¿Qué no me oyes? —La verdad que Pedrito estaba un poco en shock, así que el duende tuvo que explicárselo desde el principio. —Soy un duende y he venido aquí para ayudarte.Toma, lo traigo para tí. —Pedrito alargó la mano para cogerlo.
—Pero si es un trozo de pan duro. —Intentó incarle el diente pero no pudo.
—Sí, un corrusco. ¿Ves ese saco? —el niño asintió—. Lo llevo llenico, llenico, para todos los niños que tengan hambre.
—Pero yo no tengo hambre —replicó acomodándose en la cama, con la almohada bien puesta en su espalda.
—Yo creo que una poquica sí. El hambre no solo se siente aquí —le explicó tocándole la tripa, también puede sentirse aquí —y le puso el dedo en el pecho, cerca del corazón.
—¡Estoy harto de este sueño, seas quien seas! Me voy a dormir. —Y apagando la luz se acurrucó en la cama y se durmió. 
Al día siguiente se encontró encima de la mesilla un canto de pan duro.
—¡Un corrusco! —exclamó contentó—. En realidad sí que estuvo aquí.
Desde entonces cada día al encender la luz por la noche, cuando todos dormían se lo encontraba sentado en su mesilla, con un trozo de pan duro esperándole. Mientras lo mordisqueaba hablaban.
—Yo tuve que irme un día de mi pueblo, donde había vivido siempre, porque toda la gente se fue, se quedó despoblado.
—¿Todos se fueron? ¿Y dónde fuiste? —Pedrón sonrió.
— A mí me encantaba asustar a la gente menuda, como tú, y encorrerles. Se reían y jugaban conmigo. Me alimentaba de los corruscos que iba cogiendo por los cajones de las casas. Al irse y quedarme solo, decidí ir por el mundo buscando a los niños y niñas que tuvieran hambre y darles mi corrusco de pan. 
—¡Debiste sentirte muy solo, al principio! —dijo con un hilito fino de voz Pedrito—,  como yo ahora...
—¡eh, eh, tocayo! Para eso estoy aquí yo, mocico. —Y se fundieron en un abrazo antes de que rompiera a llorar.
-—¿Tocayo?, qué es eso, ¿eh? —dijo entre risas y llanto.
—¡Na malo, zagal! Qué nos llamamos igual, Pedrito, Pedrón, ¡ves! —dijo el duende con un gesto cariños de las manos. Y rieron juntos a carcajadas.
Y noche a noche, poquito a poquito Pedrito el saxofón fue abriéndo su corazón. Corrusco a corrusco Pedrito fue recuperando la ilusión, la alegría y la confianza en sí mismo. 
Siempre con su canto de pan en la mano, mordisqueándolo cuando las cosas paracían superarle. Así fue como empezó a trabajar para que su música volviera a deleitar los oídos de toda la orquesta. De nuevo murmuraban, cuando pasaba junto a sus convecinos, lo bueno que era y lo bonitas que eran sus melodías. 
Don director seguía y seguía exigiéndole, pero en vez de amedrantarse, se fue creciendo, fue practicando más y esperando que su trabajo diera frutos. 

—¡SI QUIERO, PUEDO! -se decía cada mañana al cogerse el corrusco de pan y metérselo al bolsillo.

Poco a poco Pedrón, distanció sus visitas. Hasta que un día ya no volvió más. Bueno, o tal vez sí porque los corruscos siguen apareciendo mañana tras mañana en la mesilla de Pedrito el saxofón. "La gran orquesta del mundo" sigue contando con el talento de Pedrito que ahora es un poco más sociable, se ha dado cuenta que es mejor estár con gente que te aprecia que solo. Aunque para ello haya que ceder y adaptarse, en ocasiones, a los gustos de los demás. Y sobre todo ha aprendido a confiar  en sí mismo y en el trabajo hecho con corazón. 
💙💚💛💗💖💘💚💛💜💚

Este blog nació para sacar a la luz cuentos y poemas que escribí durante un largo periodo de mi adolescencia y juventud. Pero tras publicar unos pocos dejé de hacerlo y me lie con otros proyectos. Para este reto del Blog Acervo de Letras, he recuperado uno de esos cuentos que escribí allá por el año 1984, cuando acababa el instituto y que dediqué a un buen amigo. Lo he adaptado un poco(bastante diría yo, jejej), para intentar cumplir con las premisas del  VadeReto de este mes. Y estoy contenta porque después de mucho tiempo sin escribir he vuelto a intentarlo y he acabado mi cuento, que era el propósito. Participar. 
Os dejo unos enlaces por si queréis conocer mejor a Pedrón, el duende del Serrablo:

lunes, 8 de agosto de 2022

Crisis de identidad

 No sé hace cuánto he salido del trabajo, necesitaba un respiro. Sentía como un agobio que no me dejaba respirar. Me era imposible seguir el ritmo de la cadena productiva. Aún me parece oir las voces a mi espalda: ¡Pero dónde vas, destalentada! ¡A quién se le ocurre salirse de la fila!
 A cada esquina que doblo  esa vocecita interior me censura,  me increpa, como cuando haces algo que se sale de la norma, que no está del todo bien. 
El sol es abrasador, el asfalto quema. Si no encuentro pronto agua y una sombra voy a desfallecer. 
Hace rato que he perdido el rumbo, no sé donde estoy. Tengo que parar, el sudor resbala por mi cara y casi no me deja ver. He cerrado los ojos y he seguido avanzando. 
De repente, el suelo ya no quema. ¿Estoy bajo una sombra? Al abrir los ojos una colosal figura aparece sobre mi, inquietante, amenazadora. Doy unos pasos atras, asustada. El gigante de hierro no se mueve. Me atrevo, por fin, a mirar hacia arriba. Una hormiga gigante parece contemplar la ciudad desde el mirador de este parque. Una pequeña hormiga baja por una de sus patas...
—¡Por fin te encuentro!, Anda, volvamos al hormiguero. —La miro sorprendida y se echa a reir.
—¿Me hablas a mí? ¿Y cómo es que te entiendo? —Me mira con resignación, ahora, seria.
—¿Otra de tus crisis de identidad? ¡Nos tienes más que hartas a todas! ¡¡Qué eres una hormiga!!

❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤👀❤


Buscando una estatua inspiradora me encuentro con esta anécdota: "La hormiga obrera de Vallecas"
De la noche a la mañana aparece una enorme hormiga contemplando desde lo alto la ciudad de Madrid. Nadie sabe de donde ha salido, nadie sabe quién o quiénes la han puesto ahí. Y sin mucho miramiento, se la llevaron cuando casi formaba parte de los habitantes del barrio. Historias urbanas.
Esta es mi humilde aportación al VadeReto de agosto. Desde un pueblo de Zaragoza a 40º a la sombra.



jueves, 14 de julio de 2022

La cabaña del bosque

La alegría inundó la casa cuando Izaskun nació. Una niña buscada, deseada y esperada. Desde   siempre, Plasencio y Maricruz, habían buscado el preciado bebé y cada mes deseaban que ese fuese el último de su larga espera.

Amistades y familia acudieron felices a visitar a la feliz pareja que llena de gozo recibía a las visitas y disfrutaba de los elogios que dirigían a su pequeña.

A medida que crecía, Izaskun, se convertía en una persona que derramaba luz y bondad por donde quisiera que fuese. Tenía un corazón humilde y bondadoso, su sentido del humor le acompañaba hasta para afrontar los peores momentos y su inteligencia le ayudaba a solventar todas las dificultades.

 Al alejarse de la niñez, en pleno camino de hacerse mujer, todas esas cualidades se acrecentaban, sin embargo, sus padres cada vez estaban más angustiados. Sus rasgos faciales la afeaban año tras año. A ella, parecía no importarle, a pesar de las burlas que debía soportar, pero a sus progenitores la situación les sumía en una inmensa tristeza.

Poco a poco la vida de Izaskun se convirtió en un tormento. Plasencio y Maricruz no podían soportar verla afearse cumpleaños tras cumpleaños y vivía encerrada en casa, para evitar las mofas y que sus padres sufrieran.

Había conseguido trabajar online, en diseño y desarrollo de webs, para varias empresas, y prácticamente no salía de casa. Pero ver sufrir a sus padres era insoportable para ella.

Un día decidió desaparecer. Encontró por internet una cabaña oculta en un bosque solitario pero lo suficientemente cerca de la civilización para poder tener luz, agua e internet. Además tenía dirección postal para poder comprar online desde alimentos hasta el capricho que se le ocurriera. A sus padres les dijo que le había surgido una oportunidad de empleo buenísima y se fue. 

Los primeros días fueron como unas vacaciones en el paraíso. Se dedicó a recorrer el bosque y encontrar infinidad de rincones increíbles donde disfrutar de la naturaleza, de la soledad, de su nueva libertad. Hablaba a diario con sus padres, a los que echaba mucho de menos, las conferencias se hacían eternas. Pero los veía felices, a ella la veían contenta y con eso les era suficiente.

 Un día, por la mañana muy temprano, oyó que picaban a su puerta y titubeó antes de girar el picaporte, pero al final decidió que no tenía nada que ocultar. Al abrir, una pequeña bolsa de regalo le esperaba en la puerta. Dentro, una máscara preciosa de fantasía y una invitación a una fiesta de caretas en el pueblo.

El resto de la semana no pudo concentrarse en nada pensando en la fiesta y la posibilidad de acudir a ella. Al final, decidió acudir. Se vistió, la ropa no debía de ser especial, según decía la tarjeta y después de ponerse la mascarilla se encaminó hacia el pueblo. Era su primera visita y le pareció como de cuento. Pequeñas casas unifamiliares, juntas, iguales de colores variados formando círculo. En medio estaba la gente, no mucha, y la fiesta. Mesas largas adornadas con manteles divertidos con comida y bebida. Una pequeña orquesta tocando música bailable y hombres y mujeres, con sus máscaras riendo, bailando, comiendo, bebiendo… disfrutando.

Sin darle demasiada importancia, con mucha naturalidad, a medida que avanzaba entre la gente le iban saludando, reían con ella, la acogían. El tiempo pasó rápido y se sintió acogida y querida en todo momento.

 De pronto paró la música y todo el mundo empezó a quitarse la máscara. Ella también lo hizo, sin miedo, tranquila. Sonrió al mientras miraba a su alrededor. Hombres y mujeres encantadores y entrañables, pero físicamente como ella. Feos. Bueno, eso decía el resto de la humanidad.

Habían formado una pequeña comunidad, autosuficiente. Donde cada uno tenía una actividad económica que repercutía en la comunidad y le permitía pagar los gastos cotidianos. No había niños, ni adolescentes, estaban empezando. Un pequeño pueblo abandonado era su refugio del mundo y estaban empezando a construir una nueva vida lejos de burlas, miradas curiosas y rechazo.

 Empezarían a construir una casa para ella. Izaskun les ayudaría con sus conocimientos a mejorar sus negocias a través de la web y entre todos se harían la vida un poco más agradable.

De momento lejos del mundo, pero sin descartar ninguna posibilidad. Ahora necesitaban sentirse queridos y disfrutar de salir a la calle, reír y llorar sin sentirse bichos raros.

Antes de irse a dormir, se hicieron una foto de grupo que envió a sus padres.

💙💚💛💜💗💚💙💛

Este relato llegó tarde al reto para el cual lo pensé.
 Pero he pensado merece ser publicado, leído y criticado. 
Así que ahí va. ¡Saludos!


jueves, 28 de abril de 2022

Una mirada, una historia.

Me despierto de repente y a mi alrededor todo es desconocido. Estoy en una habitación blanca, minimalista, su único mobiliario es una cama, una mesilla y unos estantes con ropa y enseres de aseo.  Salgo a un pasillo y frente a mí un enorme ventanal. Parece verse a través de él una película del espacio, me acerco…  ¿Estoy en una nave rumbo a no sé qué galaxia?

 Empiezo a recorrer la nave. Un laberinto de pasillos blancos, luminosos, diáfanos. A uno de los lados del pasillo en cada laberinto hay grandes ventanales abiertos al exterior. Un espectáculo maravilloso, que te atrapa, el universo al alcance de la mano.

Llego a un pasillo estrecho más oscuro que conduce a una sala abierta, me acerco… una especie de motos esperan aparcadas en una gran sala nuevamente iluminada en exceso, y al fondo lo que parece ser la entrada/salida de la nave. Mis pies se quedan pegados al suelo. No parecen querer avanzar hacia ella. Aprieto los puños de las manos que cuelgan al final de mis brazos a lo largo de mis costados. Retrocedo sobre mis pasos, marcha atrás, sin poder apartar la mirada de la puerta y salgo del pasillo alejándome. Alterada. Creo. No sé.

¿Esto es un sueño o está pasándome de verdad?

Decido entrar en las habitaciones que habitan los pasillos. Aunque el no saber qué habrá dentro me crea una cierta desazón, ¿Qué pinto yo aquí? ¿Cómo he llegado?

Empiezo a entrar en las distintas habitaciones, todas numeradas, vacías, silenciosas, sin embargo nada más entrar en ellas como si de una realidad virtual se tratara, un juego ajeno a mí, empiezo a revivir un episodio familiar, con uno de hermanos, con mis padres, mis abuelos, tíos… Unas veces la historia la vivo y la siento como propia, algunas tan vivamente que me parece retroceder a ese momento. Otras habitaciones me hacen vivir episodios de mi infancia o juventud desde la vivencia de uno de mis hermanos. Son escenas que hemos vivido, que yo he compartido con ellos pero que las siento desde su perspectiva.

Es como abrir el baúl de los recuerdos, de las intimidades, de las alegrías, las tristezas, los celos, las envidias, los días bonitos, los días que quisieras olvidar… Voy conociendo y sintiendo como lo vivieron cada una de mis hermas y hermanos e incluso mi padre y mi madre. Por un rato, lo que tarde en salir de la habitación, estoy dentro de ellos y siento lo que ellos sintieron, yo observo imparcial, y sus emociones me invaden. Puedo entrar varias veces en la misma sala y la misma escena la viviré siendo una hermana o hermano diferente, o mi padre, o mi madre, o yo misma …

Empiezo a entrar y salir de unos habitáculos a otros, como si fuera un carrusel que gira y voy subiendo primero en el caballito, luego en el camión de bomberos, después en la olla… sin dejar que pare de girar y girar.

  Unas veces salgo llorando, otras rabiando, otras riendo… Descubro el lado desconocido de cada uno de ellos, me veo en mis peores momentos, y en los mejores… Descubro sus pasiones, sus miedos, sus recelos. Me descubro como víctima y como verdugo, igual que a ellos, y todos los entramados de nuestra vida juntos van deshilándose a medida que entro y salgo de puerta en puerta.

 

Entro en la última sala del día, ya estoy algo agotada anímicamente. Pero lo que allí veo no me lo esperaba. Mi madre yace en la cama del hospital, yo estoy con ella, con el traje EPI que me hicieron ponerme para dejarme verla, nos agarramos de las manos… salgo rápidamente de allí. No sé si quiero vivir con ella su final. Volver a sentir ese desgarro que en ella forzó la soledad. En todos y todas que la perdimos. No sé si quiero.

Corro hasta la sala de las motos, sin pensar, impulsivamente. Me monto en una de ellas y consigo que se ponga en marcha, no sé muy bien cómo, la puerta de salida se abre y salgo al espacio. A la inmensidad de un silencio luminoso. El traje que se te adhiere a la piel en cuanto montas a la nave, te cubre de pies a cabeza y te va insuflando oxígeno para respirar.

No sé, todo muy extraño. Este sueño empieza a cansarme. Quiero despertar. ¿Por qué es un sueño, verdad?

💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔💔

Con este relato participo en el VadeReto de abril, propuesto desde el blog Acervo de Letras.

jueves, 14 de abril de 2022

El club de la microficción

Tras abrir el blog "Hasta casi cien libros" en 2014, fue en febrero de 2019 cuando realmente ese rinconcito literario empezó a tomar vida. Pretendía ser mi biblioteca virtual, donde ordenar y contabilizar los libros que tenía. Hice alguna reseña, participé en retos de lectura, puse en venta mis libros de cuando daba clases particulares  y fui poco a poco haciendo  visible esta paraticular biblioteca. 

A la par empecé a publicar relatos en este blog, A orillas del Oria, y así di rienda suelta a mi creatividad y mis ganas de escribir. Siempre he soñado con ser escritora. 

En esta andadura visité y me visitaron muchas bitácoras. Pequeñas y grandes ventanas abiertas a la web que nos muestran todo un paraiso de escritos y lecturas, de retos, concursos... en resumen espacios para compartir. 

Dos fueron las ventanas a las que me asomé, que me acogieron y sacaron mi  blog de escritura del anonimato. Una es la página de J. A. Sánchez,  Acervo de letras en la que participo siempre que puedo a través de su convocatoria VadeReto. Si no la conocéis estáis a tiempo de visitarla y participar en el VadeReto de abril. 

 La otra es el Tintero de Oro de David Rubio, a la que le dedico esta entrada. Quiero presentaros uno de los últimos proyectos que se ha propuesto en su página:

 El club de la microficción. 


«Está diseñada como revista digital, con la vistosidad que permite el formato en cuanto a imágenes y color sin olvidar la legibilidad, algo que a mí me parece esencial en publicaciones que pueden aparecer en formatos tan dispares como móviles, tablets u ordenadores.»                                                                                          (estracto de la entrada original)


Os dejo el enlace a la  primera edición  de esta revista, que recoge los  39 microrelatos participantes bajo la temáticas de las fobias

Estoy muy contenta de tener el honor de participar en este proyecto con uno de mis relatos (Claudia, ¡qué te asusta!),  lo podéis encontrar en la página 118 de la revista, que también publiqué en mi blog "A orillas del Oria", en su momento,  pero dentro de la revista adquiere otro carid. Os invito a leerlo y comentarme en esta entrada. Y por su puesto, os ánimo a que os paséis por El Tintero de Oro y conozcáis el gran trabajo que relaliza David Rubio. Os va a sorprender.


jueves, 24 de febrero de 2022

Desde que te fuiste


Y entre tú y yo un desierto.
Un desierto de silencios
un desierto de noes y de sies.

Silencios que hacen estallar mi cabeza
que duelen, que rompen, 
que resuenan con una bomba.

Miles de noes que nunca te dije, 
injfinidad de sies que debí callar.

Un desierto de silencios, 
de noes,
de sies.
Un abismo insalvable.

💙💙💙💙💙💙💙💙💙💙💙💙💙💙💙💙

martes, 25 de enero de 2022

A pesar de la bruma que me acecha

Después de tres meses de retiro voluntario del mundo,
con el piloto puesto modo robot, (trabajo, casa, obligaciones y vuelta empezar)
me he prohibido la melancolía.  Buscando un antídoto eficaz,
me he acordado del blog "Acervo de letras", de los motivadores comentarios de su anfitrión
y de las originales propuestas mensuales de su  "VadeReto".
Salgo pues de la bruma en la  que me he ocultado estos meses 
y después de felicitaros el año nuevo ( ya, ya sé que un poco tarde),
os presento mi propuesta para este mes. 
Gracias por vuestra visita.
❤👍👍👍👍👍👍👍💋💋💋

Niebla

Una espesa niebla me envolvía sin piedad. Iba totalmente en tensión, agarrada al volante como si mi vida fuera en ello, temerosa al no saber si cerca tenía algún vehículo, si me mantenía en mi sitio o estaba demasiado a la derecha o invadiendo el otro carril. Hacía rato que no veía más allá de los faros del coche.  En mi cabeza, creo que inconscientemente, para intentar relajarme, evocaba una de las últimas veces que, bajo un tupido manto blanco, similar a este, conducía de vuelta a casa con mi sobrino…

Tía, vas a cien —me dijo con cara de circunstancias.

—¡Pero qué dices!, si no paso de 50 —le dije echando un ojo el cuentakilómetros.

—Pues eso, vas haciendo el ridículo. Un caracol te adelanta.  ¡Mira, mira!

—¡¡¡JA, JA, JA…!!! —repliqué con sorna—. A ti te querría ver yo al volante en este momento.

…Instintivamente eché el freno, parecía vislumbrar un bulto bajo los focos antiniebla. Solo de pensar que pudiera tener frente a mí uno de esos jabalíes que tan a menudo se cruzaban en este tramo de carretera, me hizo hincar el pie en el freno y tensar todo mi cuerpo hacia atrás. Te destrozan el coche, los bicharracos esos, y te puede caer una buena multa si, además, los matas “fuera de temporada”. El coche paró a dos palmos de los dientes de una gran bola de pelo grisáceo furioso y a la defensiva.

—¡Será posible! —pensé—. En medio de mi camino y el ofendido es él.

Bajé del coche sin dudarlo. Estaba en medio de la carretera, era casi de noche en una fría tarde de invierno y no parecía tener muchas ganas de conocerme el susodicho. Me quedé atónita. Frente a mí, un enorme San Bernardo que seguía enseñándome su mala leche.

—¡Pero vamos a ver!, ¿tú que pintas aquí en medio? —Sorpresivamente, al oírme hablar, me miró con sus enormes ojos negros y se tumbó todo lo grande que era en el asfalto.

—¡Qué voy a hacer contigo! —Me acerqué a acariciarlo. No sé explicarlo, pero se ganó mi corazón—. ¡Anda, sube al coche!

El perro se puso en pie y como un corderito me siguió al coche, al abrir la puerta, se subió al asiento trasero, y se recostó como si nada.

Sí, no solo salí del coche viendo un perro aparentemente agresivo, sino que a la primera que se calma me acerco a él, lo acaricio y, como si fuera lo más normal, lo monto en mi coche. Sin pensar en las consecuencias… Solo quería llegar lo antes posible a casa y no me parecía humano dejarlo tirado en la carretera… Bueno, actué por inercia, sin pensar. No sé.

Lo llevé a la clínica de una amiga del pueblo, veterinaria, que se ofreció a quedárselo esa noche y me aseguró que por la mañana lo llevaría a la perrera si nadie lo reclamaba.

Al día siguiente, al salir del trabajo, fui a enterarme que había sido del chucho.

—Lo tengo en la enfermería. No se ha movido en todo el día. No ha bebido, no ha comido, no ha hecho sus necesidades… Es viejito, sabes, puede ser que ya no le quede mucho. A veces, hacen esto. Se adormilan y poco a poco se van.

Me hizo duelo verlo, allí tan solito, triste y, al ver que levantaba la cabeza y me miraba, le dije:

—¡Qué, Niebla! ¿Nos vamos a casa?

Y como os podéis imaginar, Niebla y yo,  damos largos paseos por el parque, despacito, a su ritmo.