domingo, 7 de febrero de 2021

Gracias por estar, por tu calidad, por tu alegría.

El día 31 de enero, tempranito, se fue para siempre. 
Nos dejó tristes y desolados a su seis hijos e hijas y a sus 11 nietas y nietos. 
Ayer, sábado, eché de menos nuestra llamada de por la mañana.
Tampoco pensé si bajaba o no a verla a Zaragoza, ya no estaba esperándome.
Se fue, sola, en la habitación de la planta once del hospital Miguel Servet.
Nada pudimos hacer para estar junto a ella, día y noche, sus últimos días.
El covid 19 nos la quitó.
A sus ochenta y cinco años seguía preocupándose por hijos, hijas, nietas , nietos.
Nunca se dejó de ser madre;
por encima de todo, de ella misma, por encima de todo y todos.

A los sesenta años, el faro de su vida se apagó. Mi padre.
Entonces se permitió un tiempo para llorarle y todos, 
todos parecíamos invisibles.
Pero poco a poco se reinventó, pasito a pasito 
volvió a sonreír y aprendió a disfrutar de la vida sin él.
Su recuerdo siempre ha estado en muchas de nuestras conversaciones.

Un día decidió que no quería seguir viviendo sola en su casa.
Tampoco quería rodar de casa en casa, de hija a hijo, 
siempre con la maleta a cuestas.
Y sin darnos tiempo a protestar nos la encontramos viviendo en una residencia.
No sería una decisión de un día, lo meditaría.
Quiero creer, como a veces me dijo, que fue egoísta y que solo pensó en lo que ella quería.
La primera vez que pensó solo en ella,
 tenía ya más de setenta años.
Fue feliz en la residencia.
Disfrutó de su tiempo:
Aprendía inglés, informática, historia del arte; hacía manualidades, leía,
 iba a terapia ocupacional, aprendió a manejar un móvil con wassap, tenía amigas, salía a tomarse un café, un vermut...
Y, disfrutó de todas y todos nosotros cada vez que le dedicamos un ratito.

Ella decía que había sido muy feliz,
que cada día, ahora, era un regalo.
Para mí, el regalo fue ella.
Espero que se haya encontrado con él, con papá, 
deseo que juntos se impregnen de luz.
Te quiero, mamá.
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