
Escrito en septiembre de 1988
«En un pequeño reino, más allá de las estrellas, vive una pequeña princesita. Sola en su planeta. Espera impaciente la llegada de su príncipe soñado. ¡Os preguntaréis por qué! Intentaré contároslo.En su reino, una antigua tradición obligaba a las princesas a casarse con el príncipe que les apareciera en sueños la noche de su dieciocho cumpleaños. Durante años y años, las princesas del reino habían cumplido esta antigua tradición, e incluso muchas no pudieron encontrar nunca al príncipe de sus sueños.»
«A nuestra princesita le faltaba solo una semana para cumplir dieciocho años, y en vez de esperar con gran ilusión esa noche, en que conocería a su príncipe, paseaba cabizbaja por los jardines de palacio.—¡OH, no, no! ¿Por qué nacería princesa? No sé con quien soñaré esa noche, pero seguro que no es mi príncipe. Sé, que cuando llegue. campanas de oro repicarán en mi corazón y un suave aroma de jazmín envolverá el ambiente. La sangre hervirá en mis venas y una alegría inmensa desbordará por todo mi ser. Solo podré conocer a mi príncipe viajando incansablemente. ¡No en un absurdo sueño!
La noche de su cumpleaños, nuestra princesita no durmió. ¡Tendría que casarse con el príncipe del sueño!En la fiesta de su cumpleaños debía describir al príncipe con el que había soñado. El día entero lo pasó pensando en una descripción que no encajara con nadie que ella pudiera conocer...
«—El príncipe tenía un hermoso caballo negro que relucía a la luz de la luna y entre su capa llevaba un pequeño saxofón, del que salía una bella y extraña melodía.
Un murmullo irrumpió en el silencio de la sala. Nunca, nunca se había visto un príncipe que tocara ese instrumento. ¡Solo es arpa era instrumento real!
Y menos aun en un caballo negro. Desde pequeños los príncipes montaban blancas cabalgaduras, signo de poder y grandeza.
Desesperado, el rey buscó y buscó en todos los reinos un príncipe que cumpliera esas condición. Numerosos bandos colgaban en los árboles de muchos kilómetros a la redonda.
Un día se presentó en palacio un príncipe montado en un majestuoso caballo negro y de su saxofón brotaban melodías que hacían estremecer a las estrellas.
la princesita no salía de su asombro y quiso conocer a este personaje de fantasía. Durante días y días la princesita habló y paseó con Ernest. Parecía encajar tan bien con ese príncipe con quien tanto soñaba...
Sin embargo, cuanto más lo conocía, aunque más lo quería, un extraño miedo invadía todo su ser.»
Así que aparece su futuro marido y rompe con todos los esquemas. ¿Qué problema hay con el color del caballo? ¿Blanco sí y negro no? No sé yo... un poco racista, ¿no? Y los instrumentos musicales, ¿tienen categorías según el rango en la sociedad?
—Me parece, hija mía, que esto es sacarle punta a las palabras. —La mirada inquisidora de la crítica del cuento se clavó en las pupilas de la escritora, que se hundió en el sofá, esperando que algo se salvara de su cuento.
—Sigamos:
«Cuando el rey la llamó para que fijara la fecha de la boda, la princesita sorprendió con su respuesta:
—¡Oh, padre! ¡Cuánto lo siento! Pero no es el príncipe del sueño. Él, solía recitar largos poemas al viento y al sol y Ernest ni siquiera sabe un corto poema de amor. Yo le quiero, padre, pero no es el príncipe del sueño.
El pobre rey ya no sabía donde buscar, a quien preguntar, `pues ¿dónde se había visto un príncipe poeta?
¡¡¡¡La poesía era cosa de juglares!!!!
Pero, para sorpresa de todos. en medio de una horrible tormenta apareció un príncipe con cabalgadura negra, que al saludar descubrió bajo su capa un pequeño saxofón. Por la noche, mientras cenaban, recitó largos poemas al viento y al sol.
La princesita maravillada con la coincidencia pasó los siguientes días sin separarse de Walter, que así se llamaba.
Parecía coincidir hasta en el último detalle con sus pensamientos, sin embargo... ¿Por qué incesantemente lo comparaba con Ernest? Y si esperaba más, ¿Aparecería quien ella buscaba?»
«Los miedos de la princesita volvieron nuevamente y el día que tenía que fijar la boda...—¡Oh, padre! ¡siento deciros que no es el príncipe de mi sueño! El día de mi boda, en el sueño, el príncipe pasó la noche cocinando un gran pastel de chocolate y Walter... ¡Nunca quiso pisar la cocina de palacio!El monarca no pudo evitar encolerizarse: ¡Un príncipe en la cocina, menuda desfachatez!»
Este rey me empieza a caer mal. ¿No se da cuenta que su hija le está tomando el pelo? Y bueno, estos herederos de reinos, ellos y ellas , qué vidas más vacías, ¿no te parece? Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere... Y bueno, eso de que los hombres no pueden estar entre fogones... eso creo que ya lo hemos superado en este siglo. ¡Menos mal!
Antes de que digas nada voy a continuar con el cuento:
«Y así, la princesita fue conociendo a numerosos príncipes que coincidían con sus peticiones ( y con sus sentimientos) pero siempre aparecía ese miedo que le atormentaba.Los quería, y al mismo tiempo quería no quererlos. Los comparaba incansablemente y no sabía cual le gustaba más y a la hora de elegir el miedo respondía por ella. Durante meses y meses. la princesita inventó raras cualidades de su príncipe.
- Sus príncipe era un gran pintor. ¡Solo a las princesas se les enseñaba ese gran arte!
- Su príncipe era diestro en hacer malabarismos. ¡Cuándo eso era ocupación del buzón del rey!
- Su príncipe conocía todas las constelaciones del firmamento. ¡Solo los astrónomos estudiaban y conocían los astros!
¿Cómo iba un príncipe a perder el tiempo en esos menesteres descuidando los asuntos de gobierno?
Pero siempre, siempre, por rara que fuera la escusa de la princesita aparecía un nuevo príncipe. Así conoció a todos los príncipes que existían y a pesar de ello n unca calmaba esos miedos, esos temores ¿Y si conocía a otro ao que quisiera más? ¿Y si al elegir se equivocaba? ¿Y si...?Viendo que so seguía inventando personajes de cuento acabaría quedándose sin argumentos. buscó una cualidad que nadie, nadie, pudiera cumplir.
—... Cuando miraba asus ojos, una media luna aparecía en medio de sus pupilas, una media luna dorada.
La indignación del rey creció y creció. Parecía que con sus rugidos estallarían las paredes.»
Te olvidas que chicos y chicas pueden hacer o les pueden gustar las mismas cosas. Que cualquier persona puede elegir lo que quiere hacer en su vida. Que tu princesa tiene pocas aspiraciones o inquietudes, pero que tus príncipes tampoco se salvan. Pocas cosas parece que pueden elegir en sus vidas. Y lleva todo el cuento, el rey de enfado en enfado. ¿Y la reina? ¿No tiene nada que decir?
Bueno, y por fin llegamos al final:
«Entonces, súbitamente, se abrierontodas las ventanas de palacio y entre una gran nube mágica, un hada apareció ante la princesita:
—Durante meses y meses has mentido a tu padre inventando tontas historias. has engañado con ellas a tu propio corazón. buscando sos rumbo alqo que ni siquiera tú sabías que es.
Y. el hada del buen querer castigo tu indecisión. Quieres seguridad en el amor ¿acaso asegurarías que mañana sale el sol? Por eso te maldigo: «Que conozcas muchos, muchos príncipes. Todos ellos merecedores de tu amor. Pero que no puedas querer más que a aquel que en sus pupilas brille una media luna dorada»
Y aun sigue esperando a su príncipe, que nunca llegará pues:
¡¡¡Qué príncipe puede tener una media luna dorada en sus pupilas!!!»
He de decirte que cambiaré un poco el final. Un encantamiento la convierte en encantaira: legendaria criatura de la mitología aragonesa, condenada a vivr sola eternamente, vagando incansable por las ruinas del castillo. ¿No te parece que así le damos una aire más "tradiocional" ?
—Deduzco que ya has acabado de desmontarme el cuento, ¿no? —Parecía disgustada. Se levantó con semblante triste. Cabizbaja. durante días estuvo dandole vueltas a la cabeza la tarde pasada con su hija donde le hizo una lectura totalmente diferente a lo que ella quiso expresar al escribirlo. Todo parecía ser más complicado. Escribir no solo era juntar palabras de forma que quedara un bonito escrito con un mensaje explícito. Había que fijarse lo que se decía implícitamente.
Un día llego su hija pletórica del instituto. Hablaba muy deprisa y le contaba lo bien que le había ido la exposición y la buena crítica que le había hechos sus compañeros. Había triunfado en clase. El profesor le había felicitado. La tutora decía que iban a preparar una actividad, a partir del cuento para que fueran los alumnos y alumnas de otras clases los que "desmontaran el cuento".
Se fijó en su muñeca. La llevaba vendada. De pequeña siempre decía que se tatuaría una media luna cuando fuera mayor. ¡Seguramente no era muy realista pensarlo ahora! Se había quedado sin cuento. Pero había servido para un buen fin, aunque no fuera el que ella imaginó. Su hija se abrazó a ella y le transmitió toda su emoción. Toda su alegría. Sonrió. Este momento valía más que todos los cuentos que ella pudiera escribir.
🌙🌙🌙🌙
Este es uno de los cuentos que escribí, haceya muchos años, y que he "desmontado" en forma de relato para participar en el VadeReto de julio. Os dejo el enlace al blog Acervo de letras . Así podéis conocer el blog, con todos sus retos y sus relatos. Entretenimiento para cualquier noche fresquita de verano, o alguna de las más calurosas con un buen refrigerio entre las manos.
Un poquito de mí, para empezar
a conocernos:
Me llamo Bartolo (te
agradecería obviaras pensar en determinadas bromitas de las que estoy más que
harto). Todo el mundo me llama Barti. Estoy acabando secundaria y como toda la
promoción debo decidir qué quiero hacer al año que viene: Bachiller, grado
medio, grado superior…
Yo quiero trabajar en el campo.
Y con el ganao. Vamos, quiero irme con mi padre a trabajar. Me encanta ese
trabajo y adoro mi pueblo y vivir en él. Lo tengo clarísimo. No veo la necesidad
de seguir estudiando en la enseñanza reglada, porque no necesito títulos y no
me van a enseñar nada de lo que vaya a necesitar. Ahora con internet, todo lo
que quiera aprender sobre agricultura y ganadería para avanzar en mi trabajo lo
tengo a golpe de “un clic”. Todo lo que mi padre no pueda enseñarme. ¡Claro está!
Te cuento cosicas sobre mí. Mi
madre dice que soy un bisajudo1,
porque me pongo lo primero que encuentro me planto las maripis2 y listo para salir de casa.
También soy un poco zaforas3, tanto
con mi aspecto como en mi proceder diariamente:
—¡Dónde vas con el calzero4
de trabajar! —grita mi madre en cuanto entro por la puerta— ¡Menudo barrestruz5 me has dejado en el
suelo! ¡Mira!
“Y al inte”6,
antes de que pueda reaccionar, me ha puesto una rodilla7
en la mano y me tienes limpiando el rastro que he dejado al entrar.
Mi abuelo dice que estoy arguellau8, vamos que soy un “tirillas”
y además algo garroso9.
—¡Dónde
vas con ese cuerpo escombro! —grita mi abuelo riéndose cuando los sábados me voy
de marcha. (Para que no vayas soñando con que soy un Robert Redford).
Puedo parecer un poco aplampau10, un zebollo11. Las vecinas de mi madre alguna
vez le han dicho: ¡A tu hijo Barti parece que le falta
un hervor!
Me da pampurrias12 solo de pensarlo.
Confunden el tocino con la velocidad. Es cierto que en el colegio y en el
instituto no he demostrado mucha virtud. Cierto. ¡No sabes lo que me
abuuuuurrrrrro!
Pero no te equivoques, ¡eh!,
no soy para nada un malchandro13. Soy
el primero en levantarme los fines de semana para irme con mi abuelo o con mi
padre a trabajar al campo. O al monte con las ovejas. Soy muy hábil en el ortal14. Mi padre dice que lo que
yo trabajo tiene un sabor especial. A mi dame un
ajau15 y déjame ser feliz.
—¡Ranca al instituto y no me
hagas hablar! —Mi madre no lo entiende, ella cree que debería estudiar para tener
una vida mejor—¿Quieres estar como tu padre, toda la vida trabajando pa otri16?
—¡Ñai17!
¡Ya estamos! ¿Tan mal hemos vivido? Yo, a Papá lo veo feliz.
—¡Qué chandrío18! ¡No sé qué vamos a
hacer con este chiquillo! —Así acaba la discusión. Mamá se va medio enfadada,
medio triste y yo que quedo esbafau19.
Te lo explico. Me gusta contemplar
las hormigas cuando empieza la primavera y haciendo caminos eternamente largos
de montones de hormigas van llenando el hormiguero con provisiones para el
invierno. Una detrás de otra, en grupo, las puedes encontrar en todas las
direcciones. Pero a veces, si te fijas bien, cerca de ellas, pero lo suficientemente
lejos, una hormiga ha perdido la fila. Se mueve de manera errática atrás y
adelante, a izquierda y derecha, como si se moviera dentro de un laberinto
invisible y no encontrara la salida. Como perdida. En ese momento pienso en lo
que estará sintiendo: angustia, miedo, soledad… no encuentra su grupo de trabajo,
¿sabrá volver al hormiguero? ¿la echaran de menos?
Así me siento yo, como en una
encrucijada… ¿qué quiero, qué hago, que esperan de mí…?
—¡Inde20,
Barti! A papá le va a dar un torzón21
si no te apuras, te esperan para ir a la cuadra. ¿Qué haces ahí “pasmao” contemplando
las hormigas?
Y bueno, poco más te puedo
contar antes de que vengas. Estoy deseando que llegues y nos conozcamos en
persona. Te voy a caer bien, ya verás. No soy rebordiau22,
ni alparzero23 y no me
gusta nada zismiar24. Á la finitiba25, soy buena gente y,
en este mi pueblo, lo vamos a pasar de miedo.
(La profe nos dijo que en la
carta fuéramos sencillos y que usáramos el lenguaje normal de casa, eso he intentao.
Y los diálogos los he puesto para hacerme entender mejor, así parece que ya estás
aquí, ¿no te parece?).
¿Vendrás, vedad?
Tu
amigo de intercambio,
Barti
Este mes de abril en el blog VadeReto, nos proponen un relato utilizando tres palabras o vocablos raros, de uso local, inventadas... y utilizar la palabra perdida. Yo la verdad creo que he utilizado alguna que otra palabra más de las pedidas. Me entusiasmé.
Aquí os dejo una relación de las palabras que he utilizado con su significado, aunque imagino que la mayoría se entienden. Os dejo el enlace a una página donde encontraréis más vocablos propios de la zona. Léxico Taustano – Asociación Cultural El Patiaz
Érase una vez, no recuerdo muy
bien dónde ni cuándo, dos nacimientos que perturbaron para siempre la vida de
sus progenitores.
En el castillo del rey, el
agua caliente corría de palangana en palangana, de mano en mano de las criadas junto
con los paños blancos. Las mujeres de palacio ayudaban a la parturienta dirigidas
por la correspondiente matrona, mientras los hombres se arremolinaban en la
puerta esperando al real heredero.
Al otro lado de la ciudad, en
una pequeña y oscura cabaña, embarrada por el agua que se colaba por rendijas
de paredes y techo, en una noche de turbulenta tormenta, el herrero ayudaba a
su esposa a traer al mundo a quien sería su aprendiz y heredero del taller. Acompañado
por roedores y bichos varios que habitaban su cabaña, hervía el agua en la olla
de las judías y la vertía en un pozal donde tenía tres o cuatro trapos, que una
vez hervidos le ayudarían a lavarlos tras el alumbramiento. La partera no había
llegado a tiempo o tal vez no hubiera acudido temerosa de no poder cobrar sus
servicios.
En el mismo momento dos bebes
lloran desconsoladamente en un extremo y otro de la villa. Dos parturientas
mueren sin conocer a sus vástagos y dos padres miran asombrados a la criatura
que acaba de nacer y reposa en sus brazos.
El rey, entrega al recién
nacido y vomita en una esquina de la estancia donde la reina, sin despedida
alguna de su esposo, emprende en su último viaje.
El herrero envuelve en harapos
a su descendiente, la coloca en una cuna de madera, para ir a darle el último
abrazo a su esposa. Con el pie aparta a las ratas que intentan escalar por los
barrotes de la cuna y se hunde en el pecho de la fallecida madre.
En una esquina y otra del
lugar, dos niñas han nacido esa noche. Una de alta cuna y la otra en la más
absoluta miseria, pero ambas unidas por una fealdad nunca descrita. La cabeza
demasiado grande para su cuerpecito, los ojos diminutos y saltones, con media
cara manchada de rojo, sombra que cubre media nariz, pasa por el labio y
desemboca por debajo de la barbilla. Feas y lloronas, nacían las pequeñas.
El herrero decide mentir sobre
su sexo y anunciar que es un varón. Nadie nunca se burlará de su pequeña. Nunca
sufrirá el escarnio público de no tener marido que la proteja. Siendo hombre,
el trabajo lo tiene asegurado en la herrería y no necesita casarse.
El rey, rechaza al abominable
ser que se ha llevado a la reina, que nunca podrá darle el heredero deseado. Le
preparan su estancia en lo alto de una torre. Con todos los cuidados y lujos
posibles, pero lejos de la corte donde nadie pueda verla. Nunca deben saber que
existe, para todo el reino madre e hija fallecieron en el parto.
La vida de las niñas
transcurre paralela pero muy distinta.
La hija del herrero se ha
convertido en “ un” profesional muy solicitado por la corte. Su fino trabajo,
su rapidez en el servicio y su saber estar le han concedido el respeto de
todos. Su padre ya fallecido supo hacerle entender la necesidad de esconderse
tras una identidad masculina y así ha vivido desde siempre. Cada mañana, al
dirigirse a su trabajo para frente al convento de las ursulinas y alza la vista
hacia la gárgola que con pétrea mirada parece vigilar quien entra y sale del
lugar. ¡Quién tuviera esas enormes alas para volar lejos!
La hija del rey rechazó la
oferta de la bruja del norte, quien a cambio de casarse con su hijo le prometió
un hechizo que la convertiría en la princesa más bella de todos tiempos. Desde
entonces vive confinada en el convento, repudiada por su padre. Los días de
lluvia asoma para contemplar como la gárgola de la fachada escupe el agua
protegiendo la estructura del edificio. ¡Ojalá tuviera ese cuerpo fuerte y esas
garras para poder huir lejos, sin miedo a nadie!
Una mañana, bien temprano
herrero y princesa cruzan sus miradas. Ambos contemplan el gran perro alado y
suspiran por que sus sueños se cumplan, al mirarse se ven reflejadas en los
ojos de la otra y todo parece cambiar para ellas. La oscuridad se torna luz, la
tristeza parece sonreírles.
No será la primera vez que se
sonrían en silencio, que hablen sin palabras, que bailen en sus sueños.
Una noche de tormenta, de
grandes rayos y lluvia torrencial, una corriente eléctrica choca contra la gárgola.
A la princesa, que la mira como en todas las tormentas, le parece que de pronto
cobra vida.
Extiende los brazos y cierra
los ojos. Vuela hasta la casa del herrero y montadas en su lomo huyen; una de
los rezos del convento, otra de las ratas de su casa.
Por la mañana, en un bosque
lejano, de no se sabe dónde, dos jóvenes mujeres aparecen tiradas en el suelo.
Mojadas, llenas de barro, heladas, medio desnudas, hambrientas.
Se miran y sonríen, se
acercan. Se reconocen en la otra. La cabeza, los ojos, las manchas…. Se
acarician y suenan al unísono sus carcajadas. Un enorme perro aparece junto a
ellas.
La vida, les hace un guiño, un
nuevo principio les espera.
Encarna y Jero.
—¿Has cogido los papeles que te pedí?
—No estaban en la cómoda. He buscado por tus
cajones, pero no hay nada de Julia.
—¡Los ha
encontrado! —Encarna se entristece.
—Antes o
después teníamos que decírselo. —Ella cabecea, muy a su pesar tiene razón.
Cuando la adoptaron sabía que antes o después llegaría el momento de querer saber. Temía la avalancha de preguntas que sin filtro le haría exigiendo, como siempre hacía, la respuesta.
Julia
Late tan deprisa
mi corazón… me da la impresión de que todos pueden oírlo (pum-pum, pum-pum). Resuena
en mi cabeza más fuerte que el traqueteo del tren. La verdad, estoy tan
nerviosa que hasta la gente me parece hoy demasiado ruidosa. Cierro los ojos.
He salido de casa apretando la
carpeta contra mi pecho y arrastrando la maleta a duras penas con la otra mano.
He corrido tanto, para que no me encontrara Jero antes de irme, que creo que la
he llenado demasiado. Cualquiera que me haya visto habrá creído que huía de
algo. Que me llevaba algo que no era mío en ese portafolios.
Pero tenía que aprovechar que
al fin, la bruja, ha salido del cuarto y me ha dejado vía libre. Odio a
Encarna. No puedo con ella. Siempre tan indulgente, tan comprensiva. ¡Te hago
la vida imposible, tía! ¡Lo hago a conciencia! Y tú como si fueras mi madre,
perdonando y dándolo todo. ¡Qué no eres mi madre, entérate!
No pienso volver. Ahora ya sé
quién soy. En los papeles está todo. Bueno, si por fin la palma volveré por
Jero. Él sí que es mi padre. Lo adoro. Nunca podré querer a nadie como a él.
¡Ojalá me hubiera contado antes lo que yo quería saber! Seguro que esa arpía lo
tiene engañado, amenazado para que no diga nada.
La última vez que vi a Laura,
mi madre, fue en el punto de encuentro con la trabajadora social. Me prometió
que iba a cambiar. Me abrazó llorando y mirándome a los ojos me juró que
volveríamos a estar juntas.
—¡No llores, mi amor! Pronto
no volverán a separarnos.
Me agarré fuerte a su cuello,
no me volverían a separar de ella.
—Escúchame, pequeña —dijo desenredándome
de su cuello, bajándome al suelo y secándome las lágrimas—.Confía en mí. Deja
de llorar y pórtate como una niña mayor.
Aquel día fue el último día
que la vi. Salí de la mano de la trabajadora social, como siempre, pero esta
vez no me llevó a mi casa de acogida. Ellos esperaban en otra sala.
En cuanto la vi allí,
sonriendo, tendiendo sus brazos para cogerme me escondí tras mi acompañante.
—No quiero otra mamá,
tengo una. LA MEJOR —grité mirando a Encarna directamente a los ojos.
Jero se agachó, me miró
a los ojos y acariciando mi carita dijo:
—Había pensado que tal
vez te gustaría pasar el verano con nosotros, vamos a ir a la playa.
—¿A mar? —Algunas
amigas del cole me habían explicado eso de la playa y el mar, vamos, sus
vacaciones.
—¡Si! Pero si no te
apetece, no pasa nada.
Acarició de nuevo mi
cara y sonrió. Después se levantó y dándome la espalda fua hacia Encarna. Algo
dentro de mí reaccionó y casi en un susurro dije.
—¡Contigo si quiero! —Jero
se giró pasó su brazo por los hombros de Encarna y la besó.
—Vamos juntos.
En ese momento su rostro
cambió, no sé explicarlo era dulce y serio a la vez. Sentí miedo a no volver a
verle.
—¡Vale! Pero ella no es mi
madre.
Jero miró a su mujer y ella
sonriendo con lágrimas en los ojos asintió con la cabeza. Yo solo tenía seis
años pero entonces me pareció la mujer más patética del mundo. Y me lo sigue
pareciendo.
Sin embargo, mi vida con Jero
ha sido maravillosa. Cierto que la he tenido que aguantar a ella, a muchas de
sus normas, manías, costumbres… pero ha merecido la pena por él. Mi padre.
Sé que he aprovechado el peor
de los momentos para irme a buscar a mi madre, he sido ruin. Lo sé. Pero llevo
dos años deseando conocerla y no aguanto más. No aguanto más “largas”. En una
semana cumplo dieciocho, al curso que viene empiezo la universidad, ¿por qué no
en el lugar donde vive mi madre?
Sabía donde estaban los
papeles porque un día en una conversación con Encarna me lo dijo. Yo sé como
sacarle las cosas. Hago lo que quiero con su voluntad. No entiendo que esté tan
ciega conmigo.
Mi madre es su hermana, según
los papeles. No se hablan. ¡No me extraña! Si a mí me hubieran quitado a mi
hija seguramente tampoco querría saber nada de ellos. ¿Qué cara pondrá al
verme? Ella no sabe que voy. Espero que siga viviendo en la misma dirección.
Sé que no se habla con su
hermana porque tuve que hacer un árbol genealógico de mi familia y Jero me ayudó
a completarlo. Él me contó que con su hermana hace años que no se habla.
Entonces no me dijo que fuera mi madre.
Ya hemos llegado. Creo que he
caído dormida. Mejor. Ahora, sentada en un banco de la estación busco en el
móvil la dirección. Parece estar cerca. Son las 5 de la tarde. No es mala hora
para hacer una visita ¿no? Allí que voy.
Todo me parece bonito. La
gente va y viene. Algunos me sonríen. Las tiendas abiertas, los bares con gente
en la terraza, los autobuses y los coches llenas las calles… Ya estoy en el
portal. Llamo al timbre. Me contesta. Pregunto por mi madre. Es ella. El
corazón me va a estallar
—¡Soy yo, mamá!
Cuelga el telefonillo, el
portero. Pero no me abre la puerta. Dudo si volver a llamar. Seguramente está
alucinando. Alguien sale del ascensor. O eso parece a través del cristal de la
puerta.
—¿Se puede saber que diablos
haces aquí? Te han echado, ¿no?
No doy crédito a lo que veo y
oigo.
—¡Qué dices, mamá! Encontré tu
dirección y me vine a buscarte. Hace tiempo que…
—Seguro que Jero, ahora que
Encarna se va, no quiere seguir haciéndose cargo de ti. Nunca le gusté a ese
malnacido calzonazos.
—Mamá, no entiendo nada yo…
—¡Deja de llamarme mamá!
Sale del portal y me hace un
movimiento de cabeza para que la siga. Entra en un bar que hay dos portales más
allá. Se sienta en una mesa y enciendo un cigarrillo.
—No soy tu madre. Hace tiempo
renuncié a ti. Lo hice porque quise. Porque no te quería en mi vida. No
encajabas en mis planes. Así que ya puedes volverte por donde has venido. Y si
la buena de Encarna se muere. Lo siento por ti. Si no te hubiera sacado de la
basura cuando naciste, no se hubiera tenido que hacer cargo de ti a los seis
años. Seguro que ahora tenía algún hijo propio. Pero al llegar tú y retrasarlo,
la quimio se le comió los sueños. Y
total para acabar en la tumba a los 50 años. ¡No se puede ser tan buena!
Escupe las palabras con odio.
Con tanto odio como cuando yo pienso en ella. Sin embargo me está doliendo. Y
lo extraño es que no es por mí, me duele lo que dice de Encarna. Por cómo lo
dice. ¿Cómo sabe que está de nuevo grave, en peligro?
De pronto siento la necesidad
de volver a casa. De ir al hospital. De verla. Me levanto, la miro y me voy.
Corro a la estación. No sé
porqué corro. Tal vez no haya trenes hasta mañana. Pero yo corro, corro, corro.
Lloro, lloro, lloro…
Llego a casa. Llevo más de
ocho horas fuera de casa. Todo está como lo dejé al irme. Jero no ha vuelto del
hospital. Dejo los papeles donde estaban. Me ducho, me preparo una bolsa y me
voy al hospital.
—¡Julia! —Está en el pasillo,
se abraza a mí, ¡Qué bien se está entre sus brazos! —La están cambiando, ha
vomitado. Lleva mal día.
—¡Vete a casa, Jero! Descansa
y vuelve mañana. Yo te hago la noche.
—¿Seguro? Esta vez necesita
mucha atención.
—Tranquilo, seré cariñosa. Lo
prometo. —Sé lo que teme. Mi lengua puede ser viperina. —Sabes que puedo
cuidarla. Lo he hecho en casa muchas veces y esta vez, no voy a ser cruel con
ella. Confía en mí.
Acabo convenciéndolo, aunque
creo que duda que lo cumpla. Nunca le he demostrado cariño ni respeto. Por eso
Jero es reacio a irse. Pero al final cede. Está roto.
Al día siguiente desayuno con
Jero en la cafetería del hospital y me voy a casa.
Encarna y Jero.
—¡Jero, por fin estás aquí!
—Encarna le tiende los brazos a su marido con una enorme sonrisa.
—¿Ha sido muy dura contigo? Le
cogí la palabra en seguida, estaba muy cansado. Necesitaba dormir. —Ella le
coge la cara con las dos manos y le mira a los ojos dulcemente.
—Me ha llamado mamá. Me ha
dicho: “Mamá, ahora viene papá. Duermo un poco y vuelvo por la noche”.
Se abrazan riendo mientras sus
ojos se llenan de lágrimas. Ella le cuenta que ha sido la mejor enfermera, como
siempre. Es la que mejor le pone el pañal, la que la limpia con más suavidad,
la que siempre le acomoda mejor la almohada. Sus masajes en los pies es el
único bálsamo para sus dolores. Julia es la que mejor la cuida siempre y esta
vez, además, ha sido cariñosa, le ha dado sus primeros besos y le ha sonreído
al hablarle.
—¡Me ha llamado mamá, Jero!
¡Por fin!
Y mientras ellos se abrazan,
Julia se ha metido en la cama para poder volver por la noche a cuidar a su
madre. Sí, su madre. Ha preparado una bolsa con cosas que va a necesitar en el
hospital. Encarna es muy presumida y en cuanto esté mejor querrá arreglarse
algo. Esta vez, le ha dicho el doctor, el ingreso en el hospital será largo.
Así que tendrá que organizarse con Jero. Ella está de vacaciones y él tiene que
trabajar.
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Con este relato participo en el VadeRero de febrero23, reto que se nos propone desde el blog Acervo de Letras.
A medida que nos hicimos mayores nuestra amistad creció con nosotros pero estaba llegando a un punto insostenible. Teníamos edad de abrirnos a los demás, de salir y conocer gente nueva. Lo que para él era una gran aventura para mí suponía enfrentarme a mi fantasma particular: la gente.
En nuestro pequeño pueblo todo había sido sencillo. Al llegar al instituto prolongamos un poco más ese binomio, centrados en la nota de selectividad. Pero ya en la universidad a Nacho se le quedaba pequeño el mundo que habíamos creado entre los dos. Necesitaba volar, conocer gente nueva. Por otro lado, para mí suponía un gran esfuerzo tan solo ir y venir a la facultad todos los días. No necesitaba más interacción...
—No puedes entenderme, tú lo tienes fácil. Sabes siempre qué hacer, qué
decir.
—A ver, Rubén, tu carácter tímido y retraído te dificulta un poco la
sociabilidad pero debes abrir tu corazón y enfrentarte al mundo. ¿Sabes lo que
le dijo el mendigo al gigante Netú?
—¡No me vengas ahora con lecciones de mitología!
—“Tu corazón es duro como una roca, ojalá te conviertas en roca”—Me miró
directamente a los ojos mientras lo decía—. Ya sabes lo que pasó.
Nada volvió a ser como antes. Sentía que la distancia entre nosotros se hacía insalvable. Poco a poco fue endureciéndose mi carácter y la gente fue olvidándome. Me cobijé bajo una inmensa soledad que hizo crecer sobre mí, cual monte Aneto en formación, una montaña de tristezas.
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