Aún no
sé muy bien qué hago en este avión. A estas alturas de nuestra vida, hacemos
una quedada exalumnos del colegio para ir a una isla perdida en la costa
oriental africana. ¿Qué se nos ha
perdido allí?
Vale,
sí. Bruno, un excompañero, es socio capitalista de un complejo de lujo en las
Seychelles y nos ha reservado una semana por un precio irrisorio. Pero aun así,
a poco más o menos de tres años para cumplir los cuarenta y haciendo alrededor
de veinticinco que no nos vemos, ¿en qué estábamos pensando cuando aceptamos acudir?
Yo, por
un lado tengo curiosidad por saber qué ha sido de algunos y algunas. Los
jefecillos y jefecillas. Los que dirigían la “manada”. Así es como acababas
comportándote, si no querías que te hundieran en la miseria. Si no formabas
parte del “rebaño”, te esperaba el olvido más cruel, o todo lo contrario, ser
protagonista de todas las bromas y burlas que se les ocurrieran.
Por
otro lado, creo que, en la vida me podré permitir venir a este destino paradisíaco,
y aunque me lo pudiera permitir, yo sola no creo que viniera. Sí, sigo sola.
Tanto como lo estuve en la escuela.
Ya
estoy en el avión. Todos gritan saludándose. Como era de esperar, a mí, ni me
han visto entrar. Estoy empezando a agobiarme. Tengo claustrofobia. Me he
tomado las pastillas que me aconsejó la psicóloga, y a ver si me siento y
empiezo con la relajación… ¡¡Dónde me siento!!!
¡¡¡Ayuda, me ahogo!!!
—Aquí
tienes sitio. —No recuerdo quién es—. Si quieres, claro.
—¡Claro
que quiero! —Le sonrío al sentarme—. Estoy al borde de un ataque de nervios.
—Ya
somos dos. —Se agarra a una pequeña mochila como si le fuera la vida en ello—.
—Soy
María, ¿me recuerdas? —Se relaja un poco, eso parece al menos.
— La
verdad es que no. —Parece pedir perdón con los ojos —. Yo soy Félix.
— ¡¡Félix!!
—Noto que se me suben los colores. Lo enamorada que estuve de él.
— Sí, he
cambiado mucho. Ya no soy aquel niño gordito del que era fácil burlarse.
Nos
ponemos a hablar de los tiempos de la escuela, no recuerda que yo estaba allí.
Yo sí recuerdo los escarnios que él sufría y lo invisible que yo era, hasta
para él
— ¿Recuerdas
las cartas de “Amapola Negra”? —Frunce el ceño contrariado.
— ¿Cómo
sabes eso? —Se ha puesto nervioso, casi me da miedo—. Nunca se lo dije a nadie.
Ni a mis padres.
— Era
yo. Todos los martes. Para tu cumpleaños y en días señalados.
— Esas
cartas… eran los único bonito del colegio, incluso lo único bueno de muchos días. Aún las guardo. —Su cara se
enternece.
— Estuve
locamente enamorada de ti, varios años. Pero nunca acudiste a mis citas. —Me
mira sonriendo tímidamente.
— La
verdad es que, me daba vergüenza.
—Y a mí.
Si hubieras venido, no sé qué hubiera hecho. Te esperaba escondida.
Nos
miramos y nos echamos a reír. Vaya par de tontos. Colorados hasta las orejas
por un sentimiento de la niñez. Me empieza a entrar el sueño. Las pastillas
hacen su efecto. Anda, no me he acordado de mi claustrofobia. Me he relajado
hablando. Le comento que voy a dormirme...
Alguien
me despierta…
—¿Qué
pasa, Félix? —digo despertándome sobresaltada.
Está alterado, pálido. Me
zarandea hasta espabilarme. He debido
dormir varias horas. Aun quedan otras tantas para llegar a las islas.
— He
cometido el mayor error de mi vida. Y
ahora…—Todos deben oírle, lo dice gritando.
— Bueno,
tranquilo. Todo puede solucionarse.
— ¡NO LO
ENTIENDES! —dice levantando aún más el volumen de su voz. Todo el avión se
queda de pronto en silencio—. ¡¡TODOS VAMOS A MORIR!! Esto —dice alzando la
pequeña mochila que lleva abrazando todo el viaje—, es una bomba, que explotará
en menos de dos horas.
Se mueve despacio. Nadie hace
el menor movimiento. Creo que se oye un “clic”; desde cabina nos están oyendo.
Los auxiliares de vuelo han desaparecido.
— En
cuanto me enteré de este viaje. No pensé en otra cosa. Por fin me vengaría de
todas las lágrimas que me hicisteis derramar. Soy Félix. Imposible reconocerme. He cambiado mucho físicamente. Bueno, lo importante es
que aquí llevo una bomba activada para explotar y si no se para el
temporizador… explotará.
¡Guau!. Vamos a morir. El
silencio se puede cortar. Su mirada va de una lado a otro, estamos todos aterrados.
Alguien delante de mí levanta, tímidamente, la mano.
— Yo
creo que, sí tú quieres, claro, puedo intentar desactivarla.
—¡Cómo
no! Manu, el más guapo y listo de clase. —El sarcasmo puede masticarse.
—Mira, acepto mi culpa. Te hice la vida
imposible. Pero todos vamos a morir, tú también.
— ¡¡Llevo
años pensando en esto!! Mi vida me importa tres.
Mientras Manu, se va acercando
a Félix. Se van oyendo voces tímidas que intentan limar la situación.
—¡He visto tu último anuncio!
—¡Estuve en tú monólogo del
parque de atracciones!
—¡Has conseguido el éxito, tío!
Él se sorprende, se lo veo en
la cara, de que haya quien conozca su
trayectoria; pero no deja que Manu se le acerque. Hasta que Lucía se levanta y
dice la palabra mágica:
—¡Perdóname, Félix! Nunca
pensé que te doliera hasta este extremo.
En ese momento uno a uno todos
va levantándose y pidiendo perdón. Félix deja la mochila en el suelo y Manu,
que es bombero, se acerca sigiloso a abrirla. Una vez la cremallera desabrochada, explota en una
carcajada a la vez que se echa a llorar. Enormes lágrimas recorren su mejilla.
Ríe y llora. Llora y ríe.
—¡No jodas, Félix! Esto es una
bomba de juguete.
Se sienta de nuevo a mi lado. Solemne. Inpertérrito. Su semblante se ha relajado de repente. De la cabina
salen los auxiliares. Se oye de nuevo un "clic". El vuelo continúa. Tenso.
Todo lo tenía medido.
Preparado. Su mejor actuación. Una broma macabra que
seguramente nunca olvidaremos.
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Esta es mi aportación a la propuesta de "VadeReto" de septiembre,
del blog "Acervo de Letras".
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para un nuevo relato.
¿Te animas?