lunes, 24 de abril de 2023

Un poquito de mi, para empezar a conocernos

Un poquito de mí, para empezar a conocernos:

Me llamo Bartolo (te agradecería obviaras pensar en determinadas bromitas de las que estoy más que harto). Todo el mundo me llama Barti. Estoy acabando secundaria y como toda la promoción debo decidir qué quiero hacer al año que viene: Bachiller, grado medio, grado superior…

Yo quiero trabajar en el campo. Y con el ganao. Vamos, quiero irme con mi padre a trabajar. Me encanta ese trabajo y adoro mi pueblo y vivir en él. Lo tengo clarísimo. No veo la necesidad de seguir estudiando en la enseñanza reglada, porque no necesito títulos y no me van a enseñar nada de lo que vaya a necesitar. Ahora con internet, todo lo que quiera aprender sobre agricultura y ganadería para avanzar en mi trabajo lo tengo a golpe de “un clic”. Todo lo que mi padre no pueda enseñarme. ¡Claro está!

Te cuento cosicas sobre mí. Mi madre dice que soy un bisajudo1, porque me pongo lo primero que encuentro me planto las maripis2 y listo para salir de casa. También soy un poco zaforas3, tanto con mi aspecto como en mi proceder diariamente:

—¡Dónde vas con el calzero4 de trabajar! —grita mi madre en cuanto entro por la puerta— ¡Menudo barrestruz5 me has dejado en el suelo! ¡Mira!

“Y al inte”6, antes de que pueda reaccionar, me ha puesto una rodilla7 en la mano y me tienes limpiando el rastro que he dejado al entrar.

Mi abuelo dice que estoy arguellau8, vamos que soy un “tirillas” y además algo garroso9.

¡Dónde vas con ese cuerpo escombro! —grita mi abuelo riéndose cuando los sábados me voy de marcha. (Para que no vayas soñando con que soy un Robert Redford).

Puedo parecer un poco aplampau10, un zebollo11. Las vecinas de mi madre alguna vez le han dicho: ¡A tu hijo Barti parece que le falta un hervor!

Me da pampurrias12 solo de pensarlo. Confunden el tocino con la velocidad. Es cierto que en el colegio y en el instituto no he demostrado mucha virtud. Cierto. ¡No sabes lo que me abuuuuurrrrrro!

Pero no te equivoques, ¡eh!, no soy para nada un malchandro13. Soy el primero en levantarme los fines de semana para irme con mi abuelo o con mi padre a trabajar al campo. O al monte con las ovejas. Soy muy hábil en el ortal14. Mi padre dice que lo que yo trabajo tiene un sabor especial. A mi dame un ajau15 y déjame ser feliz.

—¡Ranca al instituto y no me hagas hablar! —Mi madre no lo entiende, ella cree que debería estudiar para tener una vida mejor—¿Quieres estar como tu padre, toda la vida trabajando pa otri16?

—¡Ñai17! ¡Ya estamos! ¿Tan mal hemos vivido? Yo, a Papá lo veo feliz.

—¡Qué chandrío18! ¡No sé qué vamos a hacer con este chiquillo! —Así acaba la discusión. Mamá se va medio enfadada, medio triste y yo que quedo esbafau19.

 

Te lo explico. Me gusta contemplar las hormigas cuando empieza la primavera y haciendo caminos eternamente largos de montones de hormigas van llenando el hormiguero con provisiones para el invierno. Una detrás de otra, en grupo, las puedes encontrar en todas las direcciones. Pero a veces, si te fijas bien, cerca de ellas, pero lo suficientemente lejos, una hormiga ha perdido la fila. Se mueve de manera errática atrás y adelante, a izquierda y derecha, como si se moviera dentro de un laberinto invisible y no encontrara la salida. Como perdida. En ese momento pienso en lo que estará sintiendo: angustia, miedo, soledad… no encuentra su grupo de trabajo, ¿sabrá volver al hormiguero? ¿la echaran de menos?

Así me siento yo, como en una encrucijada… ¿qué quiero, qué hago, que esperan de mí…?

—¡Inde20, Barti! A papá le va a dar un torzón21 si no te apuras, te esperan para ir a la cuadra. ¿Qué haces ahí “pasmao” contemplando las hormigas?

Y bueno, poco más te puedo contar antes de que vengas. Estoy deseando que llegues y nos conozcamos en persona. Te voy a caer bien, ya verás. No soy rebordiau22, ni alparzero23 y no me gusta nada zismiar24. Á la finitiba25, soy buena gente y, en este mi pueblo, lo vamos a pasar de miedo.

(La profe nos dijo que en la carta fuéramos sencillos y que usáramos el lenguaje normal de casa, eso he intentao. Y los diálogos los he puesto para hacerme entender mejor, así parece que ya estás aquí, ¿no te parece?).

¿Vendrás, vedad?

                                                                                   Tu amigo de intercambio,

                                                                                               Barti

 

 Este mes de abril en el blog VadeReto, nos proponen un relato utilizando tres palabras o vocablos raros, de uso local, inventadas... y utilizar la palabra perdida. Yo la verdad creo que he utilizado alguna que otra palabra más de las pedidas. Me entusiasmé.

Aquí os dejo una relación de las palabras que he utilizado con su significado, aunque imagino que la mayoría se entienden. Os dejo el enlace a una página donde encontraréis más vocablos propios de la zona. Léxico Taustano – Asociación Cultural El Patiaz

  1. Bisajudo: Mal vestido, de forma desapropiada.
  2. Maripis: Deportivas, tenis, calzado deportivo.  
  3. Zaforas: Descuidado, desaliñado.
  4. Calzero:Calzado.
  5. Barrestruz: defecto de un trabajo. Rastro que dejamos al pisar el suelo con barro, por ejemplo.
  6. “a l'inte”: Al instante
  7. Rodilla:Bayeta para limpiar
  8. Arguellau: Flaco, deslucido.:
  9. Garroso: Que tiene las piernas encorvadas
  10. Aplampau: Con poco ánimo
  11. Zebollo: Estúpido
  12. Pampurrias: Dar mala gana, dar asco. 
  13. Malchandro: Vago, holgazán.
  14. Ortal: Huerto
  15. Ajau: Azada
  16. "Pa otri”: Trabajar para otro (un agricultor que cultiva tierras ajenas), trabajar por cuenta ajena. 
  17. Ñai: Interjección de sorpresa, extrañeza.  Utilizada solo por hombres.
  18. Chandrío: Mala pasada, travesura. Desgracia.
  19. Esbafau: Evaporado.  Sin gas, como se queda la gaseosa abierta.
  20. Inde:Interjección de extrañeza, sorpresa. Utilizada solo por mujeres .
  21. Torzón: Dolor agudo.
  22. Rebordiau: Persona non grata. Borde.
  23. Alparzero: Chismoso, alcahuete. 
  24. Zismiar: Provocar a alguien. Incitar
  25. Á la finitiba”: En definitiva, a fin de cuentas. 

lunes, 10 de abril de 2023

El poder de los deseos

Érase una vez, no recuerdo muy bien dónde ni cuándo, dos nacimientos que perturbaron para siempre la vida de sus progenitores.

En el castillo del rey, el agua caliente corría de palangana en palangana, de mano en mano de las criadas junto con los paños blancos. Las mujeres de palacio ayudaban a la parturienta dirigidas por la correspondiente matrona, mientras los hombres se arremolinaban en la puerta esperando al real heredero.

Al otro lado de la ciudad, en una pequeña y oscura cabaña, embarrada por el agua que se colaba por rendijas de paredes y techo, en una noche de turbulenta tormenta, el herrero ayudaba a su esposa a traer al mundo a quien sería su aprendiz y heredero del taller. Acompañado por roedores y bichos varios que habitaban su cabaña, hervía el agua en la olla de las judías y la vertía en un pozal donde tenía tres o cuatro trapos, que una vez hervidos le ayudarían a lavarlos tras el alumbramiento. La partera no había llegado a tiempo o tal vez no hubiera acudido temerosa de no poder cobrar sus servicios.

En el mismo momento dos bebes lloran desconsoladamente en un extremo y otro de la villa. Dos parturientas mueren sin conocer a sus vástagos y dos padres miran asombrados a la criatura que acaba de nacer y reposa en sus brazos.

El rey, entrega al recién nacido y vomita en una esquina de la estancia donde la reina, sin despedida alguna de su esposo, emprende en su último viaje.

El herrero envuelve en harapos a su descendiente, la coloca en una cuna de madera, para ir a darle el último abrazo a su esposa. Con el pie aparta a las ratas que intentan escalar por los barrotes de la cuna y se hunde en el pecho de la fallecida madre.

En una esquina y otra del lugar, dos niñas han nacido esa noche. Una de alta cuna y la otra en la más absoluta miseria, pero ambas unidas por una fealdad nunca descrita. La cabeza demasiado grande para su cuerpecito, los ojos diminutos y saltones, con media cara manchada de rojo, sombra que cubre media nariz, pasa por el labio y desemboca por debajo de la barbilla. Feas y lloronas, nacían las pequeñas.

El herrero decide mentir sobre su sexo y anunciar que es un varón. Nadie nunca se burlará de su pequeña. Nunca sufrirá el escarnio público de no tener marido que la proteja. Siendo hombre, el trabajo lo tiene asegurado en la herrería y no necesita casarse.

El rey, rechaza al abominable ser que se ha llevado a la reina, que nunca podrá darle el heredero deseado. Le preparan su estancia en lo alto de una torre. Con todos los cuidados y lujos posibles, pero lejos de la corte donde nadie pueda verla. Nunca deben saber que existe, para todo el reino madre e hija fallecieron en el parto.

La vida de las niñas transcurre paralela pero muy distinta.

La hija del herrero se ha convertido en “ un” profesional muy solicitado por la corte. Su fino trabajo, su rapidez en el servicio y su saber estar le han concedido el respeto de todos. Su padre ya fallecido supo hacerle entender la necesidad de esconderse tras una identidad masculina y así ha vivido desde siempre. Cada mañana, al dirigirse a su trabajo para frente al convento de las ursulinas y alza la vista hacia la gárgola que con pétrea mirada parece vigilar quien entra y sale del lugar. ¡Quién tuviera esas enormes alas para volar lejos!

La hija del rey rechazó la oferta de la bruja del norte, quien a cambio de casarse con su hijo le prometió un hechizo que la convertiría en la princesa más bella de todos tiempos. Desde entonces vive confinada en el convento, repudiada por su padre. Los días de lluvia asoma para contemplar como la gárgola de la fachada escupe el agua protegiendo la estructura del edificio. ¡Ojalá tuviera ese cuerpo fuerte y esas garras para poder huir lejos, sin miedo a nadie!

Una mañana, bien temprano herrero y princesa cruzan sus miradas. Ambos contemplan el gran perro alado y suspiran por que sus sueños se cumplan, al mirarse se ven reflejadas en los ojos de la otra y todo parece cambiar para ellas. La oscuridad se torna luz, la tristeza parece sonreírles.

No será la primera vez que se sonrían en silencio, que hablen sin palabras, que bailen en sus sueños.

Una noche de tormenta, de grandes rayos y lluvia torrencial, una corriente eléctrica choca contra la gárgola. A la princesa, que la mira como en todas las tormentas, le parece que de pronto cobra vida.

Extiende los brazos y cierra los ojos. Vuela hasta la casa del herrero y montadas en su lomo huyen; una de los rezos del convento, otra de las ratas de su casa.

Por la mañana, en un bosque lejano, de no se sabe dónde, dos jóvenes mujeres aparecen tiradas en el suelo. Mojadas, llenas de barro, heladas, medio desnudas, hambrientas.

Se miran y sonríen, se acercan. Se reconocen en la otra. La cabeza, los ojos, las manchas…. Se acarician y suenan al unísono sus carcajadas. Un enorme perro aparece junto a ellas.

La vida, les hace un guiño, un nuevo principio les espera. 

“Comienza haciendo lo que es necesario, 
después lo que es posible
 y de repente estarás haciendo lo imposible.” 


Con este cuento participo en CONCURSO DE RELATOS 36ª Ed. EL PENTAMERÓN de Giambattista Basile,que nos propone  "El Tintero de Oro".