viernes, 31 de julio de 2020

Evocaciones

De vez en cuando, el aire me envuelve con un cierto aroma fresco que me lleva al aguamanil que tenía mi abuela en su “alcoba”, en el que aguardaba un botecito con pulverizador de colonia de  “Heno de Pravia”, fragancia que la acompañó desde que yo la recuerdo. Allí se mezclaba con el olor a naftalina que salía de arcón que presidía el pasillo, cerca de la puerta de su habitación. 

Invaden mi memoria reminiscencias de esa niña que evoca olores impregnados de cariño, sonidos característicos que envolvían los ambientes que paseaba y alguna que otra revuelta callejera de aquellos o aquellas que necesitaban reivindicar lo que les hervía en las venas…

Nosotros vivíamos apartados, en una casita al pie de la carretera lejos del pueblo, cerca eso sí de un caserío que era nuestro refugio particular.

Allí nos esperaba, a mis hermanos y a mí, el mugido de la vaca, cuando nos llevaban a ver ordeñarlas o el valido de la oveja al recibirnos en el día que alumbraba a sus corderillos. Fuera habíamos dejado el corral de las escandalosas gallinas que, con sus incansables, cacareos parecían querer decirnos: “¡Si tocas los huevos, probarás mi pico”.

 Al bajar por el camino que nos llevaba de vuelta casa, todo se impregnaba de la calma y tranquilidad de los campos labrados, tan solo interrumpidas por nuestros juegos y risas.

Este sonido campestre contrastaba con el agudo y penetrante chiflo de la ocarina de plástico que llenaba toda la calle los miércoles por la mañana cuando, de visita en casa de mi abuela, corríamos veloces a su llamada:

   ¡El afiladooooorrrr! —(Grito precedido del sonido inconfundible del “chiflo”)— ¡Se afilan cuchillos, navajas, tijeras, hachas, machetes. Todo tipo de utensilios de cocina! ¡Ya está aquí el afilador!»

Allí las mujeres se arremolinaban con sus utensilios envueltos en un paño y, esperando su turno, se ponían al día de chismes y chascarrillos. Uno de los mejores momentos, sin duda, para algunas de ellas que, dedicadas a las labores del hogar, disponían de pocas oportunidades de asueto con sus convecinas.

Muy de tarde en tarde, vuelvo a oír por el pueblo la ocarina del afilador. A veces, me asomo a la ventana y me parece ver a mi abuela, paño en mano, saludar al afilador y reencontrarse con esa vecina que hace días que no ve al tener a su hijo enfermo en cama.

Tal vez, hoy, el joven que se afana en afilar los cuchillos y tijeras de sus clientas mantiene viva una tradición heredada de su padre, o incluso de su propio abuelo.

Como aquél, oficio de butanero, con su mono naranja y la bombona al hombro, que lo oías llegar, con el tintineo del chocar una con otra en el camión, y tu madre se asomaba a la ventana:

—¿No llevarás una de sobra?

—¡Lo que haga falta, María! ¿Qué piso?


Recuerdos todos ellos entrañables, que me transportan a una época feliz de mi vida, lejos de donde ahora vivo.  Imágenes entrañables que solo se trastocan, levemente, al recordar esos sábados que bajaba con mi madre de compras al pueblo y nos encontrábamos con un grupo de mujeres que con pancartas y cacerolas invadían la calles con su presencia y alboroto:

—¡Vamos, vamos! No te pares. Agarra a tu hermana, que no se te suelte y sígueme sin despistarte. —me decía mi madre sin detenerse y buscando la primera puerta en la que meterse con nosotros, hasta que mi padre acudiera a recogernos.

A medida que crecí he entendido que esos nubarrones de mi niñez eran necesarios para tener la vida que ahora muchas de nosotras disfrutamos. Tan distinta a la de entonces.

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Verano, calor y ventilador ( o aire acondicionado si eres de las personas llamadas "suertudas" jejeje. Insisto en que no me está gustando como resuelvo los retos semanales. Pero el compromiso es conmigo misma y no voy a dejarlo. Otro año seré más realista. La edad sí que importa. todos llevamos nuesra mochila, que poco a poco se va llenando.

Reto#30.Utiliza las palabras “bombona”, “afilador” y “revuelta” en tu relato.52 retos literup 2020.



lunes, 27 de julio de 2020

La vida que nos toca

La magia creció dentro de ella sin que pudiera darse cuenta. Acompañaba sus sueños, sus despertares, sus amistades, sus amores. En ocasiones presentía los acontecimientos antes de que llegasen y disfrutaba antes y después. Sin embargo, otras veces, era conocedora de verdaderos dramas incontables, que no podía compartir con nadie, y sufría, también, doblemente. 
Por eso, si quieres,
 quiérete, así, sin más.
 A veces envidiamos lo que no conocemos.

jueves, 23 de julio de 2020

¡Qué más puede pasarme!


A veces lo que parece que va a ser la aventura más maravillosa de tu vida se convierte en poco menos que una pesadilla. Bueno, hablamos de una pesadilla para una chica de 19 años a la que su padre le ofrece un día un trabajo de verano que a ella le parece el mejor regalo del mundo.
Aún no habían acabado las clases. Y ese fin de semana tenía todavía que acabar trabajos y preparar exámenes. Hubiera preferido quedarme en la residencia a estudiar tranquilamente, a mi ritmo.
En casa, reñiría con mis hermanas o discutiría con mi madre, como de costumbre. Además, no disponía de  la intimidad que la habitación de la residencia brindaba: silencio, calma, paz… allí me sentía feliz. Sola, pero feliz.
Pero las normas eran las normas: el fin de semana, a casa.
Sin embargo, ese viernes me esperaba una bonita sorpresa. Al menos así  me lo  tomé yo.  Papá  había pensado en mí para cubrir un puesto de auxiliar administrativa en la fábrica donde él trabajaba como ingeniero jefe. Que mi  padre pensara que podía estar a la altura y que él confiara en ello, supuso un regalo para mi autoestima. Así que acabé el curso expectante de lo que me  esperaba en aquella oficina.
Mi padre trabajaba en una empresa papelera y para el verano siempre contrataban a una persona más para la oficina para poder ir dando vacaciones a las fijas y tener a una persona para atender el teléfono, (que era lo que no quería hacer nadie cuando faltaba la titular).

El primer día estaba como un flan:  nerviosa por no conocer a nadie, por la presión de ser hija de quiera era y dejarlo en buen lugar y por estar a la altura de lo que me  pidieran.
En un principio lo que me encomendaron era laborioso pero no difícil, la única pega era el teléfono. Hablaban muy deprisa, dando por hecho que sabía quienes eran y llamaban cientos de veces para lo mismo. ¡Era una locura!
Aquel día, en la oficina todo iba de mal en peor. Me habían dejado a mí sola la centralita de teléfono. Me estaban volviendo loca entre unos y otros. Cada vez que descolgaba el teléfono, una voz desconocida quería o preguntaba algo que yo no sabía cómo resolver. La mitad de las veces ni siquiera había entendido el nombre de mi interlocutor así que a la hora de pasarla a su destinatario tampoco sabía anunciar bien quién llamaba.
Lo fácil habría sido que me lo hubiera tomado con calma y tranquilidad, y si no entendía el nombre, preguntar de nuevo o las veces necesarias para mí: “¿Quién es?” o “perdón, ¿quién ha dicho que era?
Pero era el tercer día en la oficina y, a pesar de que el resto de mis cometidos los llevaba muy bien, el teléfono era mi mayor suplicio. Cada día muchas llamadas, demasiadas repetidas, por la misma persona. Sin embargo era incapaz de reconocer las voces.
Debería habérmelo tomado con más “filosofía”, no haberme exigido hacerlo todo bien. Pero como siempre, me estaba machacando: “qué tonta que soy”, “cómo seré tan torpe” …
 Y cada vez estaba más nerviosa, las llamadas se  mezclaban las unas con las otras.
Los transportistas llamaban nerviosos y ansiosos por conseguir un viaje para no volver de vacío o por tener un nuevo pedido. El jefe les estaba dando largas e insistían una y otra vez en hablar con él, quien ya estaba empezando a alterarse.
 En ocasiones el lenguaje que utilizaban, llevados por los nervios y tal vez por la torpeza o inexperiencia de la telefonista (o sea, yo), era falto de educación, grosero, soez…
Debería haberme comido la timidez y haber pedido ayuda a la persona que normalmente estaba en ese puesto y que, gracias a mí, se había librado del teléfono. Pero se me fue acumulando el desánimo…

En el peor momento de mi estado de nervios, a punto de levantarme y echarme a llorar, el jefe comunicó conmigo:
—Cuando vuelva a llamar Juan, de Transportes Guridi, dile que mañana a las 6 esté en el almacén para cargar. A los demás diles que no hay nada de momento.
Eso me dio un momento de tranquilidad y bajé la guardia, a todos les diría que no, excepto a Transportes Guridi y la centralita quedaría ese día callada, al fin.
No tardó mucho en volver a echar humo la centralita. Pero iba diciendo que no a todos, hasta que llamó el interesado y le di las instrucciones. Ya estaba tranquila, todo, por fin había salido bien.
Sin embargo faltaba una última llamada… Transportes Guridi…
Y entonces, ¿a quién le había dado el viaje? ¿Qué haría ahora para solucionarlo?
Los que me podían ayudar, el jefe y mi padre, no estaban.  En la oficina estaba yo sola cerrando. (Estoy hablando de un momento en que aún los móviles ni se utilizaban).
¡Qué follón había montado! Volví casa. Al llegar mi padre aún no había llegado. Cuando se lo conté, me contestó que el mal ya estaba hecho, que llamaría él al jefe y si podía se solucionaría.Pero no pudo ser…
 A las 6 de la mañana se presentaron los dos transportistas, pero uno de ellos se fue con las manos vacías y habiendo gastado su tiempo y dinero en el viaje.
Nada más llegar el jefe me llamó a su oficina. La verdad que no me acuerdo de lo que me dijo. Era tanta la vergüenza que sentía por semejante metedura de pata que no sé si escuché lo que me dijo.
Había hecho perder dinero a un trabajador, el jefe estaba, naturalmente, decepcionado conmigo (otros veranos una de sus hijas ocupaba ese puesto), imaginaba que mi padre estaba, como es natural, arrepentido de haberme dicho lo del trabajo, todo el mundo en la oficina sabía lo que había pasado…
¡Qué fracaso! ¡No sabía hacer bien ni el más simple de los trabajos!
Recuerdo que pasé un verano regular, se me hicieron muy largos los meses. Ya no volví a meter la pata pero ese incidente hizo que mi primer trabajo serio se convirtiera  en una espinita clavada en los más profundo de mí. Me costó muchos días quitármelo de la cabeza. Iba con miedo de volver a montarla otra vez.  
No recuerdo si mi padre me volvió a hablar de ese tema. Creo que no. Y cada vez que veía al jefe se me caía la cara de vergüenza, era además amigo de mi padre.
En fin, lo que podía haber sido un repunte en mi autoestima fue todo lo contrario por culpa de aquella fatídica llamada.
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Un poco tarde, pero aquí está el relato de esta semana.Sé que tengo pendiente visitaros por vuestros lares, y a no tardear mucho lo voy a hacer. DE momento os agradezco infinito tods los comentarios que me habéis ido dejando.
Reto#29. Haz una historia sobre una llamada que sale muy mal.52 retos literup 2020.


miércoles, 15 de julio de 2020

La gran explosión

Demasiada gente se agolpa en la entrada del refugio. Todos han confluido allí, tras la explosión de la mañana. Han ido llegando poco a poco aturdidos, perdidos, cansados…
La noche está cayendo y el hambre y el sueño pronto les sorprenderá. Carmen, que parece la más dispuesta, piensa que lo mejor con tanta gente desconocida es organizarse.
—¿Qué podríamos callarnos un poquito para entendernos, Si us plau?
—Ea, a callarze puez! —Manuel la mira sonriendo, le ha hecho gracia su determinación
—¡Qué riquiña! —Lo dice como susurrando, Marisa anda todavía algo desorientada…
Mientras van sentándose en el suelo, obedeciendo el gesto de las manos de Carmen, todos van callando poco a poco.
— Yo crec que deberíamos dormir separados, los hombres de las mujeres…sería lo mejor esto!—Asiente mirando a todos en general Carmen. Su mirada espera una respuesta.
—¿Eso es lo que mirabas antes, tú, tan atenta! Yendo p’aquí y p'allá. —Manuel la desconcierta. Parece estar de cachondeo.
—Pero las mulleres somos moitas… estaremos muy apretadiñas, no?
—Pongamos todos una miqueta de la nostra part… hombres a la derecha, mujeres a la izquierda … parientes al centro.
Todos se distribuyen entre la derecha y la izquierda. Lo que Carmen sospechaba, Nadie se conoce. Son todos desconocidos.
—¡Cada cual de su padre y madre! ¡Por mis muelas!
—¿Qué podrías prepararnos algo de comer, mientras yo organizo este lío?— Se dirige a Marisa, pero Manuel se apunta al carro.
—¡Dicho y hecho! Pa mi sería un plaser, amoz pue¡, Marisa. A ver que no encontramo en la cocina.
Ellos tres parecen los mas enteros. Los demás tienen la mirada tan perdida… Son todo adultos. Por la manera en que hablaban, al priUNncipio, parecían venir de diferentes partes de España. Diferentes acentos, diferentes hablas… aunque todos igual de temerosos.
Poco a poco Carmen los acomoda entre las habitaciones del refugio, las literas al final llegan para todos. Desde la cocina empieza a llegar un delicioso aroma, la gente se dirige al comedor y como autómatas cada uno va cogiendo su planto y su cubierto. Marisa y Manuel llegan con la cena y el silencio se hace en la sal.
Han sido demasiadas emociones para un solo día. Mañana se harán las preguntas necesarias y tal vez encuentren entre todos algunas respuestas…
¿Cómo habrán llegado hasta allí gentes de tantos lugares diferentes? ES como si hubieran atravesado universos paralelos.
Da igual, se dice Carmen. Está demasiado cansada para ocuparse de eso. Tal vez mañana.
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Un poco tarde, pero aquí llega el relato de esta semana. La propuesta era muy difícil. Últimamente
todas se me macen cuesta arriba, aunque esta semana se lleva la palma de momento.
No me ha salido muy allá. Pero como he dicho en otras ocasiones, me he propuesto cumplir el reto y
debo para ello seguir los plazos de publicación. Obligarme a publicar a pesar de que lo que haya 
escrito no sea de mi gusto. 
Reto#28:Tus protagonistas son de dos regiones alejadas entre sí. Refleja su acento creando la voz

¿Cómo lleváis el reto? 
Lo estáis cumpliendo o habéis abandonado?
¿Ya lo habéis intentado otras convocatorias?
Espero vuestros comentarios

domingo, 5 de julio de 2020

A través de la ventana

 
Me encantmirar por la ventana al edificio de enfrente. Con mi telescopio. Observar sin ser vista.
 Si las cortinas están descorridas se ve la gente de dentro. Lo que hacen. Yo me invento lo que piensan, historias enteras a partir de pequeñas escenas cotidianas.

En uno de esos días, que dedico a fisgonear, localicé en la lente de mi  telescopio una oficina. O eso me pareció.  Una sala llena de mesas, dispuestas como en pequeñas parcelas, con sus escritorios y pequeñas estanterías o armarios con sus complementos de trabajo, donde cada una de las personas sentadas en su “despacho abierto” se dedicaban a no sé muy bien qué asuntos.
Sí, ya sé lo que debes estar pensando, ¡Vaya entrometida, espiando la vida de los demás! Y tal vez tengas razón.
Te lo voy a contar, pero no quiero que lo tomes como una excusa. Sufro sensibilidad química múltiple (SQM) desde los 16 años. Empecé a notar sus efectos tras una ruptura amorosa.
Después de llorar como una tonta durante una semana, en casa encerrada, sin maquillarme y sin casi comer, me di cuenta que no tenía tantos dolores articulares y musculares, de los que siempre sufría, y las crisis de “asma” no me daban tanto. Pero vaya, tampoco le di más importancia.
Al retomar mi vida de instituto, ya que eso fue al final de verano, empecé a notar muchas reacciones adversas en la piel, aumentaron de nuevo los dolores y constantemente sufría síntomas de asfixia. Me empezaron a molestar los olores, los vapores… pero no era consciente de lo que me pasaba y mi madre empezó a decirme que estaba entrando en una depresión, que debía superarlo.
 Como la comida no me sentaba bien, empecé a perder kilos. Mi madre asustada me llevó al médico y ya empezaron que si anorexia, depresión…  Bueno, no quiero alargarme con esto.
La vida siempre me da una de cal y otra de arena. Mi salud empeoró al punto de que casi no salía de casa porque era el único sitio donde me encontraba bien y empecé un canal de YouTube para contar mi día a día, pero como si fuera una historia por capítulos. No dije en ningún momento que fuera lo que yo vivía.
Empezaron a seguirme amigos míos y luego se unió gente que le llamó la atención lo real que parecía mi historia, (¡cómo para no!), me hice conocida en las redes.
Acabé teniendo seguidores con mi misma enfermedad. Fui investigando, contrastando, publicando cuanto encontraba curioso o útil…  constatando, poniendo nombre a lo que me pasaba…
El caso que lo que empezó como entretenimiento, huida,  acabó por darme beneficios y hoy vivo de esto. De mi canal. Donde cuento mi vida y todo lo relacionado con mi enfermedad, (documentación, hechos reales, consejos desde mi experiencia…) , de las historias que escribo,  que cuento en el canal o autopublico.
Gracias a estos ingresos, con 18 años me fui de casa harta de la incomprensión ante mi enfermedad y me alquilé un pequeño ático que es mi burbuja vital. Otro día, si quieres te cuento más de mi historia.
El caso que en un cumpleaños, mis amigos, me regalaron este telescopio que se convirtió en los ojos de mis novelas. ¡Si, lo sé! Me meto en la intimidad de gente anónima que no se lo merece… ¡Pues que corran las cortinas!
A lo que iba. Esa oficina pensé que sería la fuente de inspiración para la tan ansiada trilogía que llevo queriendo escribir hace tiempo. (Decirte que ya tengo 23 tacos… llevo muchos vídeos de YouTube y varias novelas autopublicadas. Y no me quejo.)
Tras  días y días de tediosa “retransmisión”, en que  me siento frente a mi ventanal y miro por el telescopio, observando hora tras hora,  a los trabajadores de esa oficina…
¡Qué hastío! No se van  a tomar café, o al baño o a hablar con sus compañeros. No interaccionan ni visualmente con sus compañeros más cercanos… no se levantan de la silla ni para estirar las piernas… No creo ni que naveguen por internet en su rato de descanso.
¡Su expresión facial no cambia salvo cuando hablan por teléfono! En cuanto cuelgan y se ponen a rellenar la ficha o lo que quieran que rellenen vuelve la inexpresión total a su cara.
La verdad que antes del confinamiento observé que esa oficina estaba vacía. Seguramente teletrabajaban desde casa. Luego poco a poco empezaron a acudir.  Sin mezclarse ni relacionarse con los demás, sin tocar más que lo estrictamente necesario. Limpiando con su “espray especial” cada superficie que conforma su oficina personal, el lugar de trabajo de cada uno.
Llegan con sus mascarillas, que no se quitan hasta que están sentados con todo super desinfectado. Entran y salen escalonadamente  y estoy muy lejos para oírlo, pero a veces intuyo que ni si quiera hay hilo musical común. Incluso creo que el silencio no existirá, que un leve murmullo de voces al teléfono, de unos y otros,  se entremezclará y evitará que los oídos se pierdan en el absoluto silencio.
He pensado que tal vez, en cada escritorio trabaja un empleado de diferentes compañías telefónicas, comerciales a comisión que deben evitar que la competencia les hunda. O tal vez son corredores de bolsa, enfrascados en sus algoritmos y entramados empresariales para conseguir el mayor beneficio para sus clientes, y por ende para ellos.  A veces imagino que pueden ser psicólogos online, buscando acaparar mayor número de pacientes que su vecino de mesa…
No sé. Pero entrar a las ocho de la mañana, sentarte en una mesa, producir beneficios e irte para casa, no es el  trabajo que me gustaría tener.
Casi me aburro yo menos. encerrada en mi casa, al no poder salir, que ellos estando rodeados de gente todo el día.
¿Habrá sido siempre así, o será consecuencia del bichito “que nos habita”?

Hablando con mi amiga Edurne, en la vídeo llamada semanal que nos regalamos, me ha dicho que cómo voy a escribir una historia sobre una oficina real si vivo la vida desde mi ventana.
—¡Qué sabrás tú de oficinas! —Hemos explotado las dos en una carcajada.
Me ha hecho pensar, más bien fantasear. ¿Y si no es una sola oficina, sino diferentes oficinas en distintas dimensiones que por la razón que sea confluyen en ese punto, y lo que a mí me parecen seres humanos son seres extraterrestres, de diferentes mundos que ni siquiera se ven?
Bueno, este es el hilo  del que creo que debo tirar  para mi trilogía. ¡Cuándo aceptaré que lo que mejor se me da es inventar, imaginar historias sorprendentes, irreales, de otros mundos!
Me da rabia. Sabes. La fantasía es el mundo en el que me muevo, la fantasía me ha salvado de todo. El mundo real lo tengo prohibido.

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Reto#27. Escribe un relato que tenga lugar en una oficina muy muy aburrida.52 retos literup 2020.