—Y lo haría...
— Mira en el bolsillo interior de mi
mochila. —Señala al armario, allí está la mochila con su ordenador. Hace días
que no lo toca.
Hace unos meses, cuando empezamos a
sospechar que no había remedio, cuando se pasaba el día sedado o sufriendo
dolores insoportables, los ratos que pasaba despierto lo veía manejar con el
ordenador y hacer videoconferencias en inglés con gente de la que nunca le
había escuchado hablar.
Yo me acercaba y el cambiaba enseguida de
página web y al preguntarle con quien hablaba siempre contestaba: “colegas
médicos”.
Su ordenador, bueno y la mochila donde lo
guardaba, se volvió intocable.
Un día llegó un paquete al hospital. Me
dijo que era un regalo para Izaskun, su novia. Pero yo sabía que no era verdad,
el cumpleaños había sido hace días.
Tras un breve silencio sigue …
—Ya no puedo más, mamá. Esto es un
infierno...
—Hay que tener esperanza, este nuevo tratamiento puede...
—Hay que tener esperanza, este nuevo tratamiento puede...
—¡¿Qué?! —Me interrumpe con gesto y tono
de voz de desesperación—. ¡Mírame mamá, por favor! —Extiende los brazos a lo
largo de su cuerpo, sobre la cama, para que me fije en su deterioro físico —.
¡Ayúdame! No quiero estar solo cuando lo haga. Solo tú puedes ayudarme. ¡A
quién voy a pedirle esto!
—Yo te di la vida... —Tenemos los ojos
llenos de lágrimas los dos.
—Y ahora te pido que me la devuelvas. La
muerte duele tanto...
—Has hablado con el médico, ¿verdad?
—Sonríe como tantas otras veces me ha sonreído.
—No he dejarlo de hacerlo, soy médico,
¿recuerdas? Esta dichosa enfermedad no me ha dejado disfrutar de mi carrera,
solo me permitió acabarla...
Y qué razón tiene. Justo había aprobado el
MIR. Tanto esfuerzo para nada.
Lleva tantos meses entrando y
saliendo del hospital, tumbado en una cama o en el sofá, que ya no se parece en
nada al chico que tanto disfrutaba de la vida hace no mucho más de un año.
Hace días que sé por el oncólogo que ya no
hay nada que hacer. Tan solo pueden
intentar paliar el dolor.
Por las noches llora, lo oigo desde
el sillón de acompañante, en el hospital. Me acerco y le doy la mano. La
aprieta. Al rato, a veces, se calma. Se duerme. La noche siguiente, lo mismo...
—Todos estamos sufriendo. Odio haceros
sufrir a todos. Pero, esto es por mí. Ya no aguanto más dolor, sé que soy
egoísta al pedirte esto. No quiero esperar a la muerte solo. Quiero elegir el
día y que me des un beso de despedida. Quiero irme cogido de tu mano.
—Amor... ¡qué me pides! —Me tapo la cara
con las manos y lloro, lloro todo lo que no he llorado delante de él. Los dos
acabamos llorando. Lloramos todas las lágrimas que nos hemos reprimido hasta
hoy. Nos abrazamos y el tiempo pasa, pasa, pasa...
Al rato lo noto que se calma y me habla
pausado, tranquilo y aunque no sé qué me dice, consigue calmarme y dejar
el llanto. Está agotado.
—Necesito dormir un rato —se toma el
calmante que antes no ha querido, me mira y cierra los ojos.
Antes o después iba a pedírmelo. Lo sabía.
Algunos días me miraba suplicante como si quisiera que fuera yo la que sacara el
tema, buscaba la conversación rozando una fina línea que yo hacía ver que no
veía.
¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Es algo que habíamos hablado mucho antes
de su enfermedad, cuando estudiaba y tocaron el tema de la eutanasia. Los dos
habíamos estado de acuerdo en que una muerte digna es mejor que esperar a morir de
forma horrorosa. Que vivir es disfrutar de la vida y cuando todo se vuelve
sufrimiento, ¿para qué alargarlo? A veces se te comen tus propias palabras.
Cuidado con lo que piensas, que puede suceder.
Lo hacemos varias noches después.
Cuando las enfermeras dan la última vuelta y por unas horas lo dejarán
descansar si no llama. Él lo prepara todo. Luego me dice cómo deshacerme de las
pruebas para que no encuentren nada. Si no hay rastro nadie sospechará, porque
le queda lo que el cuerpo aguante. Y ya hemos pasado varios sustos últimamente.
Tras tomárselo recordamos los últimos días.
Hemos aprovechado para ver fotos, recordar grandes momentos, alegres,
tristes... ha pasado rato con sus hermanos, con su padre, con amigos, con
Izaskun...
Hablamos, nos miramos, reímos algo
mientras se va adormeciendo, su mirada busca la mía, me sonríe dulcemente hasta que acaba cerrando
los ojos y soltando la mano que agarraba fuerte desde el principio. Se ha ido.
¡Cuánto le quiero!
Espero poder vivir con este secreto.
Espero poder vivir: reír, disfrutar, amar…
No sé cómo lo haré. Llevo meses viviendo
junto a su cama, estas cuatro paredes eran todo mi mundo. Mi mundo era él.
Los días pasan. Lo despedimos. Entre todos
recogemos su habitación. Todos necesitamos revolver entre
sus cosas, olerlo, sentirlo, recordarlo… allí aparece una caja como aquella que yo
creí que era su verdugo. Me siento en la cama y la abro. Dentro encuentro una
cadena fina con un corazón colgando grabado con su nombre. Y debajo una pequeña
nota, escrita a mano por él: “Ya no duele mamá”.
Nos abrazamos y parece que
tiene razón, duele menos al pensar que ya no le duele.
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#Reto 17: Esta semana es el Día de la Madre. Haz una historia que hable sobre el amor maternal llevado al extremo. ¿Hasta dónde es capaz de llegar una madre por salvar a sus hijos?
Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020, he de deciros que he llorado escribiéndolo. A veces que lo he dejado, he cerrado el ordenador porque era superior a mí seguir. Como si realmente tuviera que hacerlo. Tampoco puedo explicar la razón para escribir este relato. Es algún miedo que tengo incrustado en el alma, cada vez que lo leo lloro. No soy objetiva con la calidad del relato. Yo lo leo más allá de las palabras, de la estructura, de las normas... Yo lo siento como si lo viviera. Me pasó al escribirlo y ahora al leerlo. Pero es como si necesitara dejarlo escrito. Y aquí está.