domingo, 27 de diciembre de 2020

Recuerdos por los rincones

Nunca había sido amante del “Feng-Shiu” pero tras un año tan desastroso, cualquier cosa que hiciera solo podía hacer que las cosas fueran a mejor, dado que a peor, ya, era imposible.

Una amiga me arrastró a unos talleres, antes de acabar el año y estaba dispuesta a aceptar el reto.

Si era cuestión de dejar fluir la energía, “al lío”. La propuesta era tirar, reciclar o donar 10 cosas antes de terminar el mes: revistas viejas, medicamentos, maquillajes y jabones, recibos, joyas y accesorios rotos, bolis viejos y libretas usadas, ropa que no te cabe, cajas de zapatos llenas de tarros, toallas antiguas y merchandising.

Al estar ya de vacaciones, para llegar a la noche fin de año con la casa fluyendo energía positiva, decidí iniciar la cuenta atrás.

Diez. Llevaba tiempo guardando las revistas del semanal de los domingos. Me encantan esas revistas. Traen reportajes magníficos, tanto por la fotografía como por el contenido. Más de una vez los he utilizado en el cole, sobre todo los de animales. Tendría más de 50 revistas. Ordenadas. Tirarlas sin más me parecía un sacrilegio. Así que me paseé por el dentista del pueblo, la fisioterapeuta, la peluquería. Y dejé en la escuela las que pensé que podrían formar parte de la biblioteca de mi aula. Me llevó un par de días, entre paseos y decisiones. Lista para el siguiente paso.

Nueve. En el alto de un armario de la habitación de mi hijo pequeño, esperaban, tres o cuatro cajas de viejos recibos, el momento que yo decidiera tirarlos a la basura. Sin embargo, resonaba en mi cabeza un comentario de mi padre de hacía muchos años, siendo yo niña: “hay que destruirlos bien, sino pueden robarte datos del banco”. Ahí me tenías a mí, con recibos de hacía ya muchos años. Destructora de papel en mano, fueron desapareciendo uno a uno. Adiós recuerdos de gastos acumulados en cajas de zapatos. Seguí con el armario de mi hijo.

Ocho. Hacía tiempo que habían desaparecido de mi casa las camas de 90. Al venir mis suegros a vivir con nosotros, los chicos volvieron a dormir juntos y, a los abuelos, se les preparó una habitación con cama de matrimonio. Después, al fallecer, esa habitación se la quedó uno de los nietos y el otro quiso, también, cama grande en su cuarto. Así que guardamos un somier y su respectivo colchón en el trastero, para por si acaso, y compramos ropa nueva para vestir las camas. En una caja dormían las sábanas, algunas desgastadas y descoloridas, que durante años usamos. No recordaba guardar aún las primeras que compré, al pasar a mi hijo mayor de la cuna a la cama. ¡Qué empeño tuve en que las estrenara! ¡Cómo iba a dormir, mi angelito, en sábanas usadas! ¡Y allí seguían, con sus dibujitos y colorines! Me quedé un par de juegos, por alguna visita inesperada. Uno de ellos ese, y el otro, un juego de algodón bordado, a mano, por mi abuela paterna. Los demás los preparé para dar: los menos viejos para Cáritas y los peores los corté en trapos para el estudio de pintura de mi hermana.

Siete. Para seguir, decidí ir a mi armario y localizar todas las prendas que hacía ya tiempo que no usaba. En el altillo, encontré la maleta olvidada con ropa de hace años. Entre otros, mi vestido de novia. Había sido, primero, el de mi madre, aunque para mí se cambió el diseño. Recordé que a mi padre le hizo ilusión que yo quisiera llevar ese vestido, pero mi madre puso mil pegas. Lo sacó a regañadientes del arcón donde lo guardaba y me ayudó a ponérmelo, asegurándome que no me iba a servir, que costaría mucho arreglármelo, que no había tiempo... Pero, nada más vérmelo puesto empezó con los alfileres por aquí, por allá… su cabecita de modista estaba en marcha. Ya no le parecía una idea tan descabellada. ¡Me vi guapísima el día de mi boda! Mi madre supo hacerme sentir especial ese día. Por supuesto sigue en el altillo. Pero el resto de la ropa y otra tanta que saqué de cajones y estantes la llevé al contenedor de ropa usada del pueblo.

Seis. Con la maleta en mano vacía, me animé a reciclar bolsos viejos y mochilas olvidadas de cuando mis hijos eran pequeños y las usaban para el colegio o para entrenar. De entre todos los bolsos que tenía arrinconados en el armario, volví a ver el que me compré para la boda de mi hermano. Lo había olvidado. Esa vez me ilusioné con unos zapatos con el bolso a juego. Nunca me había dado ese capricho. Me resultaban muy caros. Pero al final, los compré. Allí estaban, pelados y desgastados de tanto llevarlos. Energía y recuerdos fluían sin cesar, a medida que iba aireando los armarios.

Cinco. Desde que empezara esta limpieza, me rondaba entrar al baño y renovar las toallas. Algunas blancas ya casi no lo parecían y otras las iba alargando y te rascaban la espalda al secarte. Sabía dónde comprar, a buen precio, unas nuevas. Así que empecé retirando de la circulación tres de manos y tres de ducha-baño. Con la intención de reponerlas ahora y después, en las rebajas, cambiar otras tantas. Entre las que dejé para la segunda tanda, estaban las primeras que me compró mi madre para el “ajuar”. ¡Con qué ilusión las puse en “mi casa”, tras la boda! Tal vez, ya era el momento de deshacerse de ella. Tal vez.

Cuatro. Tras las toallas, le entró el turno al armario del baño. Botes de espuma de pelo, cremas para el sol, lacas y desodorantes de spray. En concreto seis u ocho botes que llevaban tiempo y tiempo sin usarse. Ocupando sitio. De paso, iría al punto limpio la primera depiladora eléctrica que tuve. Pero que ya no usaba. Cuando festejaba, me la regaló una tía, de mi, por entonces, novio, tras un viaje a Andorra. Aún recuerdo lo que presumieron de lo barata que la encontraron.

—¡Jajaja! —Me reía yo por dentro—. ¡Era el modelo antiguo! ¡Una verdadera tortura!

 El armario lucía más nuevo sin tanto bote apelmazado en su interior.

Tres. A estas alturas de mi reto “Feng-Shiu”, ya estaba más que dispuesta a tirar lo que verdaderamente no me servía para nada. Así que abrí el armario del balcón. Donde acumulaba de todo aunque no  sabía muy bien “para qué podría servirme”. Decidida a cumplir conmigo misma, cogí los apuntes que guardaba en varios estantes. Apuntes de la carrera, de cuando empecé a dar clases en casa, aquella colección de problemas de bachiller que fui haciendo a través de los años… ¿Podría tirar todos esos papeles? Les dediqué una última ojeada, que se prolongó por varias horas. Y los fui rompiendo, poco a poco. Me encontré con la firma de un compañero de carrera, de un pueblo cercano, que me dejó su teléfono en la esquina de una hoja de los apuntes de matemáticas. ¡Vaya, seguía ahí! Todas aquellas caras que creía olvidadas volvieron a mi cabeza. ¡Qué tiempos aquellos!

Dos. En el mismo armario, me encontré con varias cajas. Repletas de grandes tesoros para mí. Una de ellas, con pequeñas piezas hechas con barro, de cuando mis hijos iban al estudio de pintura de su tía. La mayoría rotas, otras sin acabar… guardadas por el momento tan entrañable que guardaban del día que llegaron a casa. Otra, con innumerable material desechable: cartón del papel higiénico; botes vacíos de yogures de vaso y bebidos; tapes de botellas de agua, refrescos; palos de helados y pinchos morunos… bueno, podría seguir. Todos ellos esperaban formar parte de un instrumento musical. En mi época de interina como maestra de música, y con cualquier objeto o material reciclado, montaba con los alumnos una orquesta rítmica de lo más molona. Y la última caja elegida, contenía una singular colección de “detallitos” de bodas, comuniones y bautizos, que se llenan de polvo en las vitrinas del salón y que no osas tirar, por respeto o cariño a quien te las dio con toda su ilusión, pero que realmente te resultan totalmente inútiles. Llevaban allí desde el verano cuando, decida a  pintar el salón,  vacié los armarios para moverlos. Con más o menos remordimientos y con un empujoncito de uno de mis hijos, debo reconocerlo, las cajas salieron del armario para no volver.

Uno. La cuenta atrás llegaba a su fin. Este armario era el baúl de las cosas guardadas “por si las uso”: archivadores de cuando mis peques iban a infantil y primaria, carpetas viejas, fundas perforadas “requeteusadas” y medio rotas, estuches con pinturas, rotuladores, reglas, escuadras, compases… (Muchos años la cantinela “mamá necesito…” tenía éxito y me creía que no tenían, que se les había roto o perdido. En realidad lo que querían era estrenar). Lo realmente viejo lo tiré, al fin, y lo reutilizable lo metí en una bolsa y la dejé preparada para mi vuelta al cole.

Y tras cerrar el armario, renovado y limpio. Di por terminada mis sesiones de liberación de energía. Las buenas vibraciones ya tenían sitio para transitar y yo podía dar paso al nuevo año, tranquilamente.

📏📐📘📷🔔📌📀💻💺👢👔👒

Y con este relato "Reto#52: Última semana del año. Haz un relato en el que se intercale una cuenta atrás desde diez" doy por terminado el reto "52 retos de escritura para 2020" de #52RetosLiterup. 

Es la primera vez que me he enfrascado en un reto de escritura. Este reto me ha exigido mucho, ya que debía ceñirme a las indicaciones y, en algunos casos, me sacaba completamente de los lugares por los que yo me muevo cuando escribo.  He saltado al abismo en muchos de mis escritos, me han removido por dentro, me han secado de mi zona de confort. En muchos relatos, no lo negaré, estoy al cien por cien, con mi vida, mis sentimientos... en otros he novelado mis sentimientos, he intentado camuflarme entre las palabras... y algunos son totalmente inventados, una historia para cumplir el reto, pero creo que hasta en esos se me ha escapado parte de mí.

Si soy sincera, muchos de los escritos no son lo que yo quería escribir. A veces, se me echaba el tiempo encima y había que acabar el relato para cumplir los plazos. Sinceramente, es duro publicar cuando no estás satisfecha con lo escrito pero, ¡así entendí yo el reto!

Agradezco de corazón todos los comentarios que he recibido, gracias a los que, en algunos momentos, he seguido adelante . Es un reto difícil, para mí, un relato semanal es mucho. Pero he disfrutado de la escritura y de todos los blogs que he conocido y compartido. 

Aquí os dejo la entrada en la que he ido enlazando todos los relatos. 
Muchas gracias por estar ahí.
¡¡¡¡¡ Bienvenido 2021!!!!!!
¡Mis mejores deseos para todos!




domingo, 20 de diciembre de 2020

Navidad, ¿dulce navidad?

No sé cuando empezó esta fobia a Navidad. A lo mejor la he tenido siempre pero, al nacer mis hijos, la dejé aparcada temporalmente. Con ellos, la verdad, lo he disfrutado, todo, siempre.

Ahora, cada año, al llegar diciembre empiezo a dejar de dormir pensando en esa noche. Qué haré de cena, qué regalaré al amigo invisible, que me pondré, de donde sacaré tiempo para tener todo a punto, me tocará a mí hacer la cena en casa…

Y tan solo, al pensar en mi madre, que a sus ochenta y cuatro años, no se merece un disgusto, decido que voy a intentar no arruinarle a nadie la navidad.

 Lo primero que me molesta es la falsa felicidad que todo el mundo muestra. De repente todos están deseosos de reencontrarse, aunque como todos los años, llevan desde la última navidad, sin verse, llamarse, wasapearse, escribirse…

(A veces, nos ha sido imposible quedar un día en verano a comer, todos juntos.  Imposible cuadrar agendas).

Después viene acordar la cena. Cada uno llevará una cosa. Pero nadie piensa en que a todos les guste la cena. Algunos llevan una parte escasa, que no llega para que todos prueben, y si decides llevar tu parte con una cantidad suficiente para que alcance a  todos, te recriminan: ¡Hala, con la de comida que hay!

También hubo su momento “Papá Noel”. Había que disfrazarse para traer los regalos a los pequeños. Pero si algunos peques lloran porque les asusta, ¿para qué insistir? ¿Quién tiene que disfrutar, tú o la chiquillería?

Cuando mi padre murió, la magia que creaban juntos, mi madre y él, en esos días, se esfumó. Nos empezamos a juntar por inercia, por mi madre. Ella se llevaba la mayor parte del trabajo, en su casa. Al irse a la residencia, ese primer año, la poca ilusión que pudiera haber renacido en mí se apagó. Entre seis hermanos, todos tenían una excusa u otra para no hacer la cena en su casa. Y sigue siendo así después de veinticuatro navidades.

Todos reímos, cantamos, comemos… aparentemente reina la más absoluta felicidad. Tal vez sea verdad lo que dicen mis hermanos:

¡¡Es que tienes muy “malaleche” Marijo!! 

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#Reto51.Las cenas de Nochebuena pueden ser un horror.
 Escribe sobre la tortura que padece ese día tu protagonista. Retos Literup.

Este año, la navidad responsable, 
nos va a llevar a celebrar la navidad en pequeños grupos de convivientes. 
Yo, si  no fuera por mi madre, que ha decidido quedarse en la residencia, estaría feliz. 

¡Os deseo a todos Feliz Navidad!

domingo, 13 de diciembre de 2020

Los aztecas, una sociedad estamental


“Vivo obsesionado con esos ojos. Los vi  hace varias semanas en palacio y desde entonces no he podido olvidarme de ella. Estoy seguro que no es una pīpiltin, sus ropas no son de algodón, al contrario, lleva prendas tejidas magistralmente con hilo de maguey.

Pienso que pertenece a los mācēhualtin y apostaría a que es una artesana que viene a tejerle a mi hermana sus ropas.

A una tlācohtli, no la dejarían ir sola por los pasillos de palacio. Los esclavos no son de fiar.”

 


“Yaretzi, Yaretzi, ¡no seas tonta! No puedes aspirar a que te mire un pīpiltin ellos son los que dirigen el país. Los nobles. Para ellos trabaja, el campo, tu familia.

Me encantan sus grandes casas palaciegas, con tantas habitaciones hechas de piedra cortada, yeso y hormigón. De aspecto inamovible, frente a nuestras chozas de adobe y piedra o barro. “

 

Quinatzin está en un momento crucial de su vida. El consejo pronto decidirá el sucesor de su padre, el jefe del estado. Es una gran responsabilidad que de ser elegido no puede rechazar. La vergüenza perseguiría por siempre a su estirpe.

Desde muy joven, al pertenecer al ejército, por expreso deseo de su padre de prepararlo para su sucesión,  ha podido conocer todos los componentes de la economía del país. La agricultura con sus cultivos y técnicas avanzadas, la industria textil, la minería (basada en la obsidiana y el basalto) sin olvidar el lago Texcoco, importante fuente de sal.

Los lagos, además, proporcionan aves acuáticas, peces y diversos alimentos acuáticos. Y los grandes bosques que los rodean son una fuente inacabable, o eso creen, de madera.

Yaretzi, es farmaceuta. Conoce los secretos de la magia y de las plantas y es buscada por su gran intuición para curar enfermedades. Por eso, a menudo la llaman de palacio, está altamente considerada.

En la ferias y mercados que se celebran en la gran plaza abierta, de los distintos poblados y ciudades, a menudo consigue intercambiar sus pócimas por diferentes productos no siempre a su alcance. Es lo bueno del sistema de trueque. El valor de las cosas depende del que intercambia. Y el comercio en estos momentos es una fuente próspera de progreso.

 Tendrán que ser los dioses, a través del calendario religioso azteca, quiénes obren el milagro de encontrarlos. Ambos, al rendirles culto en los altares de su hogar, piden insistentemente coincidir en una de las ceremonias religiosas públicas. Y que los hados del destino tejan un camino propicio a su felicidad conjunta.

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Reto#50. Crea una historia con un worldbuilding inspirado en las culturas precolombinasRetos Literup.

"Worldbuilding" es una palabra que he conocido este año.  No tenía tiempo de crear una historia larga, por lo tanto me ha sido difícil crear esta ambientación azteca. No sé si lo he conseguido. Pero me ha gustado el reto.
¿ Qué os ha parecido?



 

 


lunes, 7 de diciembre de 2020

Vuelve a casa por navidad


En el centro del salón brillaba hacía un par de días el árbol de Navidad. El benjamín de la familia no había podido esperar más y tras varias semanas insistiendo a 13 de noviembre lucía la casa totalmente decorada de navidad. A ella le gustaba. Le traía recuerdos de cuando todos sus polluelos eran pequeños y revoloteaban a su alrededor. Hacía ya tiempo de eso…

Se quedó mirando fijamente al árbol y reparó en que no estaba el ángel que María trajo a casa la Navidad que cumplió los 5 años.

María, la hizo madre por primera vez y obró en ella un milagro. Le cambió la vida, el pensamiento y lo inundó todo de luz. Llevaba un par de años en Londres, trabajando de enfermera. Dos ya sin abrazarla.

El timbre de la puerta la sacó de sus pensamientos. Y el día la atrapó con sus quehaceres...

A la mañana siguiente mientras hablaba por teléfono, con su hermana, de la noche de navidad, paseaba la mirada por todos los adornos que colgaban de las ramas del abeto y echó en falta el Papá Noel de Javi, aquel que trajo con apenas 4 años.

Javi, nació cuando María tenía cerca de 4 años y revolucionó la paz de su hogar con tanta energía y vitalidad. Más de un año llevaba en la recepción de un hotel familiar del Algarve Portugués. Tal vez este año tampoco podría venir en navidad. Ayer el ángel, hoy Papá Noel… juraría que los había puesto en el árbol.

Oyó el chiflo del afilador y corrió con los cuchillos que tenía preparados hacía días...

Un nuevo día la saludaba con ruidos en el salón. Bajó extrañada. Era muy temprano y sábado, ¿quién manejaba por la cocina?

Se encontró a Miguel, su peque, haciendo tortitas. (Y llenándolo todo de harina). Le insistió en encender las luces del árbol y aunque era muy temprano decidió hacerlo, él era casi el único que conservaba la ilusión por la navidad. ¿Qué bien habían quedado las luces este año?

Reparó que faltaba la estrella de Belén. Violeta la trajo entusiasmada casi el último día de clase del trimestre. Había estado enferma varios días y sufrió pensando que no podría traerla para colgarla en el árbol.

Violeta fue el juguete de María y Javier, pues nació cuando este tenía 8 años y la disfrutaron un montón. Ahora llevaba tres años en Cádiz, de decana en facultad de Bellas Artes, y hacía ya tiempo que no venía por casa, liada con las exposiciones de sus cuadros y fotografías.

Juraría que cuando sacó los adornos del armario, en la caja estaban el ángel, Papá Noel y la estrella de Belén. Los gritos de Miguel que le esperaba para comerse las tortitas la sacaron de sus pensamientos.

Ya no sabía a quién preguntar en casa. Nadie había visto esos adornos. Ni Juan, su marido. Ni Miguel. Ni Marisa, que todos los martes se pasaba a charlar con ella. Ni Pedro, el joven que cuidaba de Miguel, al salir del cole, hasta que ella llegaba.

El domingo reparó que también faltaba la bota de goma espuma que hizo Andrés cuando con nueve años le enseñaron a coser en plástica.

Andrés se había metido al ejército recién cumplidos los 18 y siempre andaba de aquí para allá, en diferentes misiones. Por España, por Europa…

Andrés nació tan solo un año después de conocer a Violeta. Fue un poco duro, tan seguidos, pero ellos dos fueron siempre uña y carne. Muchos pensaban que eran gemelos, por la conexión tan fuerte que había entre ambos.  Tampoco pudo estar el año pasado para navidades y aún hacía meses que no pasaba por casa.

El ángel, Papá Noel, la estrella, la bota: ¿qué había sido de ellos? El móvil vibró en su bolsillo y con las lágrimas resbalando por los carrillos se encontró con una conferencia familiar.

(Habla con ellos a menudo, los ve por videoconferencia pero ¡cuánto los añora! ¡Qué no daría por tenerlos a todos con ella un día estas fiestas!)

—¡¡¡Hola, mama!!!! —Una sonrisa secó sus lágrimas de golpe, su corazón latía a mil por hora.

—¡Pero qué sorpresa! —Reían y hablaban todos al tiempo. Ella estaba feliz de tenerlos a todos juntos. Aunque fuera virtualmente. Apenas diez minutos le alegraron el día y las semanas siguientes.

Como cada Nochebuena, había hecho comida para un regimiento. Esta Navidad tenía el presentimiento de que todos estarían en casa. Se levantó temprano y no paró de navegar por la casa: limpió,   preparó camas, cocinó, sacó los regalos…

A las siete se sentó. Por fin. Todo estaba prácticamente preparado. Mientras pensaba que ver en la tele, llamaron a la puerta.

—¡Feliz, Navidad mamá! —En el umbral de la puerta Javi, sonriente, la miraba con los brazos abiertos y una enorme sonrisa. Se fundieron en un eterno abrazo que se vio interrumpido por Miguel.

—¡Pequeñajo, cuánto has crecido! —Se pusieron a enredar sobre la alfombra y en ese momento la puerta de nuevo le llamó.

—¡No vas a darme un abrazo, Mamá! —María sonreía mientras dejaba las maletas en el suelo para abrazar a su madre. Al encuentro vinieron Miguel y Javi y el delicioso abrazo de su primogénita se acabó.

Vio como iba directa al árbol y dejaba una bolsa llena de regalos pero no pudo ver como colgaba su Ángel junto al Papá Noel de Javi. Aún con la sorpresa sin digerir,  el timbre tintineaba de nuevo.

—¡Sorpresa! —Violeta, se abalanzó sobre ella con su impulsividad de siempre y casi acaban las dos por el suelo. Y antes de cerrar la puerta, por encima del hombro de Violeta vio como Andrés bajaba del coche y le sonreía dulcemente.

Sin darle tiempo a reaccionar se encontró en medio de un enorme abrazo a cinco. Todos sus hijos se abrazaron a ella y representaron su célebre “abrazo bomba”. Juan, que es ese momento bajaba las escaleras, al oír la algarabía se unió al lío y la familia en pleno se fundió en un mítico achuchón.

—¡Vaya sorpresa, Elena! ¡todos juntos por navidad! —Juan abrazaba a su mujer tras cerrar la puerta. Miraban al salón donde sus cinco hijos reían y bromeaban con el pequeño Miguel, mientras se contaban las novedades. Era reconfortante verlos a todos juntos. ¡Qué maravilloso regalo!

A echar la vista al árbol, mientras iban colocando los regalos los últimos en llegar, Elena observó que de nuevo colgaban de sus ramas los cuatro adornos. El ángel y el Papá Noel lucían juntos, un poco más arriba a la derecha se balanceaba la bota y, en la punta más alta, la estrella de navidad destacaba sobre todos los adornos.

Fueron unas navidades especiales. Todos sabían que volvería a pasar tiempo en volver a estar juntos  así que  lo disfrutaron al máximo.

Miguel, el pequeñajo, no le dijo a nadie como había conseguido que Marisa, la profe de tercero, le diera el ángel a su hermano Fran, que trabajaba en Londres con María (todos sabían que eran más que amigos) y hacía poco menos de un mes que había vuelto por la boda de una prima.

Tampoco contó como consiguió la dirección del hotel de Portugal, donde trabajaba Javi, para enviar, en un sobre especial, el Papá Noel.

A nadie le extrañó lo rápido que la amistad con su compañera de clase, Lucía, cambió. Antes no se tragaban y ahora eran “íntimos”. Tal vez no sabían que su hermana estudiaba doble grado de ciencias del mar y ambientales en Cádiz, y fue su enlace para hacerle llegar la estrella a Violeta.

La bota de Javi no fue difícil de hacérsela llegar. El abuelo de Jaime, su mejor amigo, siempre presumía de que su nieto mayor estaba en el ejército y hablando con él un día, surgió la oportunidad.

Se llevaba 10 años con Andrés, pero a sus nueve años, no era tan pequeño como todos lo consideraban.

Durante todo el verano urdió este plan para hacerle a su madre el  mejor regalo que podría imaginar. Todos los adornos fueron acompañados de una frase: “Vuelve a casa por navidad”.  Y, dado el resultado, había dado su fruto.

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Reto#49.  Haz una historia en la que haya un árbol de Navidad al que cada día le desaparece un adorno y los dueños tratan de atrapar al culpable. Retos Literup.

Los retos últimos nos van a llevar a una navidad novelada. Disfrutémosla.
¿A ti te gusta la navidad o eres de los que la odia?
¿Has puesto ya los adornos por la casa?

lunes, 30 de noviembre de 2020

En algún lugar del camino

 Día tras día lucho contra este rencor que me reconcome. Cuando creo que lo he superado, que ya no está, un pequeño comentario puede llevarme a un punto del pasado donde ella estaba y, de pronto, todo parece volver a invadirme: rabia, ira, enfado, llanto… rencor.

Cuando lo conocí a él, su hijo, todo parecía sencillo. Nuestros planes, sueños, propósitos. Todo encajaba como un puzle y obviamos todo lo que pasaba a nuestro alrededor. 


Pero mis ganas de escapar de casa no me dejaron ver su verdadera cara. Parecía inofensiva pero ¡qué equivocada estaba!

Manipulativa, egoísta, mentirosa. Madre absorbente, que consiguió cegar a su hijo, apartándole de lo que de verdad quería. Instalada en su estatus social, falso estatus social, todo lo mío le parecía insuficiente.  Nunca supo ser feliz, nunca disfrutó de lo que tenía, anclada toda su vida en las pérdidas.

Aunque ahora ya no está, en ocasiones, soy incapaz de impedir que su recuerdo venga a invadir mis momentos más felices y los estropee.

Callé demasiadas veces, ahogando mi desacuerdo en un silencio de lágrimas. Y ahora, ya es tarde para reproches.

Necesito encontrar el camino para alcanzar la paz, el perdón. Perdonarla a ella pero, sobre todo, perdonarme a mí.

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 Reto#48:Escribe un relato que incluya una etopeya sobre el antagonista de la historiaRetos Literup.

Dentro del laberinto, del día día que nos arrastra,
la vida nos aparta de nuestros verdaderos anhelos,  
nos olvidamos un poquito de nosotros mismos
y escondemos otro poquito nuestro verdadero ser.
¡Te deseo una grata lectura!

lunes, 23 de noviembre de 2020

Cloacina (Segunda parte)


No entiendo qué me está pasando. Primero aparezco en un mundo que no es el mío, sin saber muy bien para qué ni porqué. Y, ahora, me convierto en un lindo gatito. (Sí, soy gato).

 Esta mañana, al despertar, he tenido que ir al baño con urgencia y al levantar la pata en mi caja de serrín me he quedado en blanco. ¿Qué estaba haciendo?

Pero, luego ha venido lamerme para limpiarme instintivamente, recostada en mi cesta. ¡Una cesta de mimbre!

Con la boca con sabor a pelo gatuno me han rugido las tripas y ,de nuevo sin  pensarlo, he ido hasta mi comedero donde había algo parecido a comida.  ¡Comida de gato, claro!

Recorriendo la casa he entrado a una alcoba, me he subido de un salto a la cama y, por suerte, me he podido ver en el espejo del armario que había enfrente. ¡Me he visto reflejada en él!

Muchas emociones en poco tiempo. He buscado el salón y me he acurrucado  en el sofá.

Al poco alguien me ha empujado hasta echarme.

—Anda, tira a tu cesto. ¡Qué lo llenas todo de pelos!

—No la tomes con Mififú, él no tiene la culpa.

—¿Y quién la tiene según tú?

—No me gusta como me hablas.

 Se va del salón. Le sigo hasta la cocina. Llora. La otra persona viene. Le sigue hablando en ese tono amenazante, intimidante. Quien llora, cada vez llora más, se acobarda y quien grita, cada vez lo hace más fuerte, con ese tono autoritario, lleno de falsa razón.

No sé cómo, pero mi cuerpo se encorva, el pelo se me eriza y me noto tenso. Empiezo a Bufar.

—Mififú ha entendido perfectamente lo que quería hacer y no me atrevo.

—¡Quítamelo de la vista! —dice asustado. Realmente parece que vaya a saltarle a la cara.

—Grítale como a mí. Tal vez te resulte. Yo me voy. Esta noche mientras estés en el trabajo, recogeré mis cosas.

—¡Vamos, no es la primera vez que nos enfadamos!

—Pero será la última que voy a permitirte que me trates así.

Se va. Llorando, pero firme. Cierra la puerta con contundencia, pero sin portazos. Elegante.

Yo también me relajo, y contoneándome, un poco chuleando, me llego a mi cesto y me acurruco en él.

El que grita, da golpes a los muebles y tira cosas, gritando y maldiciendo durante un rato. Luego se calma.

Creo que mi misión está cumplida. Alguien se ha enfrentado a sus miedos y podrá al fin continuar con su vida. Tal vez me duerma. A ver si al despertar vuelvo a ser Cloacina.

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Reto#47:Tu protagonista despierta y de pronto es un animal (al más puro estilo Kafka, pero, si puede ser, que no sea una cucaracha). Narra las dificultades que tiene para continuar con su vida. Retos Literup.

Ojalá cada día una persona logre escapar de su cárcel personal,
encuentre la ruta que le lleve hasta sí mismo
y empiece a recorrer el camino  de su felicidad.
¡Bienvenida sea tu visita!


martes, 17 de noviembre de 2020

La magia de los sueños

María llamaba todos los días a su tío Anselmo. Vivía solo en el pueblo y ella hacía vida independiente desde que se fuera a estudiar a  la universidad.  

A sus ochenta y cinco años llevaba todos los días al rebaño a comer hierba fresca. Bueno, maticemos.

 Su rebaño de cabras se reducía a cinco cabras, ya mayores. La hierba fresca, tampoco era lo de antes. Se conformaba con llevarlas a pastar a los campos que sus convecinos dejaban sin cultivar y se llenaban de hierbajos. Y todos los días tampoco salía, los huesos, muchos días, le impedían andar y sus amigas debían conformarse con pienso compuesto.

Pero Anselmo, el cabrero, sobrenombre con el que todos lo conocían, pasaba más horas al año por los aledaños del pueblo que en su casa. Como correspondería, tal vez, a su edad.

 —¡María! ¡Qué alegría oírte! — La voz sonaba triste, cansada…

 —Tío, hablamos ayer. ¿Qué ha pasado hoy?

 Ayer… hablamos… parece que hace tanto… —María sabía que algo pasaba—. La boca me arde, mi niña. Ni el coñac me calma la ira de esta maldita muela.

 ¿Coñac? —Suspiró antes de continuar—. ¿Cuántas veces te digo que esa muela ya está acostumbrada a tu coñac? Has de ir a casa de Manuel, el dentista.

 ¡Nada, nada! Te cuelgo que las cabras me llaman.

Costumbres antiguas, males antiguos. Anselmo llevaba la boca llena de muelas rotas: algunas con caries, otras que se clavaban en el carrillo,  dos o tres temblando a  punto de caerse... Pero no se dejaba aconsejar. No pensaba acudir al dentista.

Ese día, Anselmo, se acostó pronto. Demasiado coñac.

 —Despierta, Anselmo, despierta... —La habitación estaba levemente iluminada, como si una nube plateada levitara encima de su cabeza.

 —¿Y quién eres tú? ¿El hada campanilla?

—No, soy Bigfoot, el hada de los dientes.

—Soy un poco mayorcito para creer en hadas.

 —Pues he venido a curarte, ¿a que ya no te duele? —El anciano se percató de que su dolor había desaparecido. Fue al baño, no notaba la hinchazón de la muela ni tampoco las muelas hincadas en su carrillo… 

 —¡Mis dientes, mis muelas! ¡¡¡Qué me has hecho!!! —Bigfoot revoloteaba alrededor de Anselmo. Cada vez que movía su barita, llovían diminutas estrellas plateadas—. Me voy a la cama. Arregla este desastre. ¡Quiero mi dentadura!

De madrugada se levantó gritando de dolor. Era un ardor insoportable. Fue al baño.  En el espejo volvió a ver reflejada toda su dentadura.  Se acordó de la sensación de bienestar cuando le despertó   el hada de los dientes...

Se quedó despierto. Limpió el corral de las cabras, les puso comida y agua. Se duchó y se lavó bien la boca. Se puso ropa limpia. Salió de casa y se dirigió a casa de Manuel…

—¡Buenas noches, tío! ¿Cómo estás hoy?

Mejor, fui al dentista —María se alegró de por fin le hubiera hecho caso.

—Tenías razón, hacía falta. —Anselmo prefería darle la razón a su sobrina, que volver a perder el sueño con  Bigfoot. ¡Hadas a sus años!

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Reto#46: Mezcla en el mismo relato a Bigfoot, el hada de los dientes y un cabrero.Retos Literup

No conocía la existencia del hada de los dientes. 
Es bonito como sabemos inventar seres mágicos para aliviar los miedos de los peques.
 A los retractores de todo aquello que conlleve, según dicen, engañar a los niños, les diría que a mis hijos les compensó con creces la ilusión vivida. 
Y  seguro que, con sus hijos, vuelven a crear la misma ilusión.