domingo, 28 de junio de 2020

El guante de Lucas

No le gusta nada quedarse solo en casa. Aunque sea para quince minutos, como mucho, en cuanto le digo “me voy a la pescadería”, él corre hasta el pasillo y me dice “yo voy contigo”.
Y se viene. Ya lo creo. Mateo está a punto de cumplir 13 años, en septiembre empezará el instituto. Pero irá a un centro especial, es un niño de trastorno autista y además, de capacidad limitada. Hasta ahora ha estado muy mimado por sus compañeros, lo quieren con locura. Pero ya molesta. Yo lo veo. Ellos necesitan libertad y despreocupación y con él nunca tienen esa libertad. Él necesita que estén pendientes y ellos se cansan. Y yo lo entiendo. Y Mateo está en medio, se da cuenta, lo sé ¿pero de qué?
Vamos por la calle. Juntos pero no de la mano, no le gusta que lo sujeten. Si ve mucha gente el se agarra a mi ropa. Pero yo no puedo hacerlo, se enerva.
De repente se para frente a un guante tirado en medio de la calle. ¡Con la prisa que tengo!
—Vamos, Mateo, tengo prisa cariño. —Me pongo en marcha y cuando he dado apenas tres pasos, noto que me tira de la falda.
—¡Mira, un guante! — Lo miro sorprendida, ¡con lo escrupuloso que es para las cosas del suelo!
Intento hacerle comprender que es basura, que en verano se habrá caído de alguna bolsa de ropa para tirar. Que lo tire a la papelera y se lave las manos. Pero se para frente a mí y me mira a los ojos mientras dice esta frase.
—Alguien está triste por perderlo. Tengo que encontrar a su dueña. —Me mantiene la mirada hasta que acaba su discurso, después vuelve a ponerse a mi costado. Le veo mirando hacia el cielo, no sé qué le pasará por la cabeza. — Hay ropa tendida en los balcones.
Miro hacia los edificios de enfrente. Sí, en algunos se ve ropa tendida. Pero…
—¡Voy a preguntar si se les ha caído la pinza! —Me deja anonadada. Es la primera vez que tomo la iniciativa en algo. En 12 años…
Y sí. Durante una hora, a pesar de la vergüenza que en algunas casas nos hacen pasar y la que a mí me da, ya de entrada, recorremos la calle, guante en mano, llamando al timbre de todas las casas que tienen ropa tendida. Una hora.
—Mateo, hoy vienen amigos de los papás a cenar y tengo que ir a la pescadería y prepararlo todo. De verdad. Tengo prisa.
Mete las manos en mi bolso. Saca una de las bolsas que llevo para cuando algo se le cae lavarlo en casa. Mete el guante y lo guarda en mi bolso. De camino a la pescadería me fijo en sus manos. Jejeje, las lleva abiertas, tiesas, con el brazo bien extendido como para alejarlas de él.
Nada más entrar en la pescadería, Rosa, se sonríe y le dice:
—¡Anda, pasa a la trastienda y lávate las manos! — Sin decir nada, entra dentro. Lo conoce desde pequeño y de todos es sabido lo escrupuloso que puede llegar a ser cuando toca algo.
Le cuesta comunicarse y tiene sus problemas cognitivos, pero sabe hacerse querer. Poco a poco va haciendo intentos de acercamiento con la gente más conocida para él. En los grupos de terapia a los que lo llevo las relaciones interpersonales las trabajan mucho y a él se le van viendo resquicios de acercamiento social.
Ya en casa saca la bolsa con el guante, le hace una foto, y lo guarda en un cajón. Acto seguido se va a la ducha. ¡Demasiados gérmenes por un día!
Entre unas cosas y otras se me han hecho las 7. Me emprendo con la cena. Lo oigo salir del baño y me acerco a su cuarto. Se ha vestido y sentado frente a su ordenador. Me acerco al baño. Lo ha dejado todo bastante recogido, ¡vaya!
Cuando vienen amigos, a veces prefiere cenar en su cuarto, tranquilo. Se lo permitimos, pero él sabe que primero tiene que saludar. Así que en cuanto los oye llamar a la puerta, se pega a mis piernas y cumple con el protocolo de saludos. Su padre sonríe orgulloso, ya no hay que luchar con él para que salga. Enseguida mira a la mesa, a ver si he preparado su cena en una bandeja, para llevársela. Sonríe satisfecho y se dirige a ella.
—¿No te quedas con nosotros hoy, Mateo? — le dice Matilde, ayudándole con la bandeja.
—¿Has traído postre? —ella sonríe. Siempre trae su tarta favorita.
—¡Si! Te guardaré un trocito.
En toda la cena no se le oye. De vez en cuando me acerco, no es normal que esté sin aparecer  las casi dos horas que nos ha costado cenar, entre unas cosas y otras. Cuando nos sentamos en el sofá, después de recoger y hacer el café, Mateo, aparece en busca de su tarta. Se sienta cerca de Matilde, como hace desde pequeñito. Es su forma de darle las gracias.
Hoy sábado, no voy a levantarme pronto, Voy a aprovechar mis vacaciones y a dormir. Mateo siempre remolonea los sábados…
—¡Vamos, mamá! Hay que irse.
—Pero Mateo que… —Lo tengo plantado delante de mi cama, vestido para salir y con un cartel de “SE BUSCA DUEÑO”. ¡Madre mía qué currada! Ya sé en qué se entretuvo durante nuestra cena.
Recorremos de nuevo la calle. Pero esta vez para entrar en los locales y comercios para que nos dejen colgar el cartel. Os parecerá un poco exagerado por un guante. Pero para mí el guante es lo de menos. Por primera vez se interesa por alguien, por sus sentimientos y quiere que no esté triste. Hizo el cartel, solo, y hoy va puerta por puerta pegándolo. Él se ha trazado un plan y lo está siguiendo. Yo veo en todo esto un gran logro. Hasta ahora como que se dejaba llevar, sin tener iniciativa por nada.
Y el final de esta historia es lo mejor. Al cabo de unos días recibo una llamada a mi móvil.        
— Mateo, que se ponga — El tono de voz me es familiar, la forma de expresarse… Mateo está a mi lado como cada vez que suena el teléfono desde la pega de carteles. Se lo paso
—Estaba tirado en el suelo.
—Es mi guante —Mateo me da el teléfono.
—Hola…
—Soy la mamá de Lucas. Ese guante es para él muy importante…
Quedamos para que Lucas y Mateo se conozcan. Y es como un milagro. Por fin un amigo que es igual que él. Que pueden estar juntos y cada uno a lo suyo, que a veces riñen y hay que terciar por que alguno ceda, que quedan para salir y quedamos todos… Por fin un compañero para el camino, y lo que es la vida, irán al mismo centro al curso que viene.
—El guante era de Silvia — me dice una noche Mateo cuando lo voy a arropar.
—¿Y se ha puesto contenta cuando lo ha recuperado? — se acurruca entre las sábanas y me dice entre bostezos.
—Irá al colegio conmigo y Lucas.
Ya no me dice nada más. Corto y cambio. Así son nuestras conversaciones. Aunque a mí me encantan. Desde que conoció a Lucas lo veo diferente. Es algo muy sutil. A lo mejor solo lo veo yo. Pero le noto más contento, motivado, activo…

Parece que el destino ha tendido uno de esos hilos invisibles que a veces teje y ha unido a dos ángeles que están a punto de empezar una nueva etapa de su vida.
¡Bendito guante!
🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀🎀
Reto#26.Haz una historia en la que el incidente desencadenante sea un guante perdido. 52 retos literup 2020.

martes, 23 de junio de 2020

El guante perdido

Este año me he enrolado en varios proyectos que me están alejado demasiado deprisa de «mi zona de confort». Retos de escritura y lectores, dar vida a mis blogs... y me está costando. Hacía mucho tiempo que no escribía, si además me tengo que ceñir a unas normas, aún me cuesta más.
Este mes el reto de Adella Brac, #reto5Líneas2020 nos pedía que utilizáramos las palabras:
Jugar, acción y miedo. 
Se me acababa el mes y no había forma de hilar 5 líneas con esas palabras, hasta que se me ha ocurrido  algo parecido al "abstract" de mi relato para Literup: "El guante de Lucas"
Así que aquí os lo dejo y si os gusta os cito para el domingo, cuando publique el relato completo.
❥❥❥❥❥❥❥❥

Se mete a su cuarto, a mi parecer,a jugar pero al rato me sale con unos carteles de “Se busca dueño del guante”.
—¡Mamá, acción! —Esto me lo dice cuando quiere que vayamos a algún sitio.
Sé lo que quiere. Desde que encontró el guante está empeñado en devolverlo al dueño. No he podido disuadirlo. Miedo me da ahora la reacción de la gente. Él es un niño muy especial y la gente, a veces, también. ¡A ver cuántos carteles nos permiten pegar!



domingo, 21 de junio de 2020

¡Hasta que vuelvas!

Ahí sigue Boston, dormido. Lleva tres días tan triste que ni siquiera ha comido.
Desde que mi abuelo nos dejó se le acabó la alegría. En cuanto puede se va de casa y se acurruca en el felpudo de casa de mi abuelo, esperando a que vuelva.
Ahora he abierto la puerta y, como un rayo ha echado a correr, por supuesto, dirección su casa.
Hace tres años mi abuelo lo encontró en el parque. Era un pequeño cachorrito de Boston Terrier, alegre y juguetón y desde el principio fue su debilidad. Lo acompañaba a todas partes, tan obediente y adaptable. Se mostraba dócil y amigable tanto con personas como con animales. Nos enamoró un poco a todos, pero a mi abuelo le devolvió un poquito de la ilusión por vivir que, tras la muerte de mi abuela, había perdido por completo. Durante mucho tiempo estuvieron colgadas, de los árboles del parque, las fotos que mi abuelo le hizo al encontrarlo por si alguien lo reclamaba. No le cabía en la cabeza que pudieran haberlo abandonado.
Hace gracia verlo andar, tan elegante con ese pelaje blanco y negro que parece vestido de etiqueta. No ha crecido mucho, pesará poco más de seis kilos, sin embargo no se amedranta ante los desconocidos y ladra para avisarnos cuando ve a alguien extraño para él.
—¡No os preocupéis! —Parece decir ladrando con el hocico fruncido, con gesto de enfadado—. Yo os defenderé.
Llego a casa de mi abuelo y ahí me lo encuentro. Le abro la puerta y por un momento parece recuperar la «sonrisa». Corretea de acá para allá por toda la casa alborotando con sus ladridos, dando pequeños saltitos a mi alrededor cuando me acerco, recorre todos los rincones. Por fin, creo que se ha dado cuenta que tampoco está aquí, se acurruca encima de la cama de mi abuelo con su juguete preferido entre las patas y vuelve a dormirse, o eso parece.
Empiezo a recoger las cosas del yayo en cajas, la ropa, sus libros, recuerdos de mi abuela…
Me encuentro un vídeo en el cajón de la mesilla de su cuarto. Voy al reproductor que hay en el salón… es del último verano, de la barbacoa que hicimos para su cumpleaños. Bostón  se acerca correteando cuando lo oye hablar; levanta las orejas bien tiesas, mira a la tele, se acerca, ladea la cabecita moviendo su rabito…
Pero dura poco, me mira con los ojos cristalinos, que parecen  inundados de lágrimas, vuelve a la cama y se duerme de nuevo. Recojo el saco de pienso para Boston que tiene el yayo y busco en la nevera la fruta que le compraba para mezclarla con su comida cuando lo notaba desganado (el olor a la fruta y su sabor le hace más atractiva su comida, decía mi abuelo),  meto en su cesto de dormir sus juguetes. Llamo desde la puerta:
—¡Vamos, Boston!¡Vamos! — Ni se inmuta.
Así que me acerco a él. Lo acaricio… Busco una bolsa para meter todo lo que llevo. Encuentro el carrito de la compra que usaba últimamente mi abuelo. Meto todo dentro, recuesto a Boston en él y nos vamos. Otra vez duerme, o eso parece.

🐶🐶🐶🐶🐶🐶🐶🐶🐶🐶🐶

Este final de curso está siendo diferente, difícil. Lejos del alumnado. No me gusta nada. Además de todas las correcciones online, tanta papeleo inútil... Me está costando este reto.Por los temas que me resultan difíciles, por que son semanales y se me escapa el tiempo, por el confinamiento que me bloqueó y por este fin de curso que me está agobiando un poco. Pero, una semana más, he conseguido vencerme y escribir un pequeño relato. Además llevo mucho tiempo sin poder pasearme por los relatos de mis compañeros de reto y por los demás lugares por lo que me gusta aparecer y dejar mi pequeña huella, Tengo ganas de que llegue julio para hacer una escapada virtual.
Bueno, si pasas por aquí no te olvides de dejarme tu comentario.¡Me encanta

Reto #25: Escribe un relato en el que uno de los personajes esté durmiendo todo el tiempo.
 52 retos literup 2020.

martes, 16 de junio de 2020

HD 85512 B, alternativa a La Tierra.

Me gusta leer esos libros ocultos, prohibidos que cuentan una historia que algunos dicen ser mentira, en un planeta, la Tierra, destruido por sus propios habitantes antes de que su estrella colapsara. Estos libros apócrifos, como los llaman, a veces me hacen estremecer.
No puedo imaginar una vida diferente; una humanidad deshumanizada. Avaricia, dejadez, egoísmo, destrucción…
Miro afuera. Me gusta lo que veo, lo que siento. Mantenemos un equilibrio entre lo que queremos y lo que debemos. Desde pequeños vamos caminando hacia lo que será nuestro futuro trabajo. Unos estudian, desde pequeños se les ve ese talento. Otros son más hábiles para trabajar con las manos y ágiles de mente para aprender. Todos tienen un bienestar asegurado, y a partir de los 16 años, pueden iniciarse en un oficio si es lo que desean, o empezar a estudiar para lo que será su futura profesión. Ah! Y también está el cuidado de nuestro mundo. No ensuciar, no destruir. Cumplir las normas establecidas.  

Todo es de todos y para todos.
Todos aprenden que eso es lo mejor para no llevar nuestro mundo un final horrible.

Ahora, montada en el transporte escolar, surcando el aire por encima de edificios, levitando cada vez que alguien llega a su destino, me acuerdo de lo que hoy nos han contado en clase. Información confidencial, solo unos pocos, los que encaminamos nuestra formación a participar en la dirección del país, somos quienes debemos saber lo que ocurrió años atrás, para que nunca más vuelva a suceder. Entrados en el año  5068, todo aquello parece una historia de terror. (Los libros apócrifos que antes he nombrado).
Me ha impactado el relato de Rosa Parks, enfrentándose al poder establecido y diciendo con su actitud: ¡No, ya basta. Hoy estoy cansada y necesito este asiento. Todos somo iguales, no importa el color!
Marcó un punto y aparte. Pequeño, insignificante… ¡Enorme!

Me cuesta pensar en diferentes razas. Diferentes lugares en un mismo mundo, con estructuras físicas diferentes, estética diferenciada, colores de piel variados… y que todo eso estuviera por encima de la humanidad.
Ahora todos somos iguales. Negros, de piel oscura. ¿No siempre fue así? ¿No siempre fuimos así de libres, de felices?

Es complicado imaginar esos autobuses, abarrotados de gente, circulando por tierra firme, (¡Tú puedes sentarte, tú no, vete al fondo! )…  y a Martin Luther King encabezando protestas para reclamar la igualad… la humanidad, el derecho a ser tratado dignamente. Hombre contra hombre, mujer contra mujer.

—¡Cuánto tardas hoy, hija! — Mi padre me habla por el sistema de control manual.
—¡Hoy íbamos llenos, Papá! Hemos hecho más paradas.
En la muñeca llevamos este controlador que yo adoro. En cualquier momento te comunicas tan solo pulsando un botón, te traen la compra a casa, te aconseja de la ruta, te pone música… Me encanta. Todos lo llevamos desde que podemos hablar, con diferente nivel de funciones según la edad.
Elena habrá llamado a papá. Cuando los padres trabajan fuera de casa las familias cuentan con una ayuda extra. Una persona, hombre o mujer, les ayuda con el cuidado de los hijos y le mantenimiento de la casa. Es un oficio más.  Hasta que llega la edad de ir al centro escolar.
Ya llego casa. Como en todas las urbanizaciones, me adentro en la corona circular que nos rodea, formada de árboles, arbustos flores, pájaros… ¡Qué bonito!
Mi planeta tiene un extraño nombre, HD 85512 B, está orbitando una estrella de tipo enana naranja y su temperatura es bastante estable gracias a nuestra atmósfera. Está lleno de vegetación, es precioso.
Cuando empecé mi formación, nos contaron que fue preciso utilizar un proceso conocido como “terraformación", con lo que se variaron las condiciones iniciales del planeta, fue un proceso muy largo ya que implicó conseguir atravesar nada menos que 3.400 billones de kilómetros para acercarnos, desde la Tierra, a nuestro planeta de destino. Pero se hizo posible gracias al tesón de tantos y tantos, que vieron en escapar la única opción de ser libres.
La ciencia los acompañó por siglos y tras conseguir viajar en el tiempo prepararon el planeta para que la vida pudiera empezar de nuevo en otro lugar. Años de clandestinidad, de dilemas morales, pues solo unos pocos viajarían finalmente, y de mucho trabajo colaborativo, dieron sus frutos.
Empezar de nuevo y de forma diferente para no caer en los mismos errores.
No sé si quiero seguir conociendo ese pasado remoto. Me gusta lo que tengo. Un planeta limpio, donde se respira aire limpio, de avanzada tecnología, donde todos somos parte del puzzle y donde no cumplir las normas tiene un castigo: igual para todos, que siempre se cumple y que prefieres no sufrir. Aquí, según que faltas no tienen reinserción. Perfecto equilibrio entre derechos y deberes.


👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥👥

Aquí dejo una semana más el relato; una semana más no estoy conforme con él. No conocía el término "afrofuturista". He leído aquí y allí. Ahora sé lo que significa pero se me queda muy lejos de lo que sé hacer. Es un tema difícil para mi y si tuviera tiempo ilimitado hubiera encontrado la manera, eso creo. Pero en una semana, y en esta semana de locura en el trabajo, a esto es a lo máximo que he alcanzado. Pero, estoy aprendiendo, aunque no lo creas. Escribir todas las semanas, intentar el reto aunque no sepas por donde cogerlo y  publicar, exponerte a las críticas, es una lección semanal de humildad. ¡Cuántas cosas que no sé me faltan por aprender!

Reto #2424.Haz una historia que sea afrofuturista. 52 retos literup 2020.

domingo, 7 de junio de 2020

El escondite secreto


  Hace rato que no lo oigo. De pronto ha dejado de llamarme. Él no sabe mi escondite. Solo mamá y yo sabemos que existe. Es mi club secreto donde me escondo cuando todo me asusta. Como ahora. He llamado a tía Carmen peor no me ha respondido. Luego le he mandado un wasap, he puesto el móvil en silencio para que no me delate. Todo esto lo he ensayado con mamá muchas veces. Ella decía que era un juego de supervivencia.
Tengo que estar quieto, le acabo de oír entrar en mi cuarto. Ha abierto el armario. Pero no encontrará la entrada. Lo sabía. Está abriendo los cajones de la cama, podría estar dentro, podría caber. Respira fuerte, parece que llora, o está enfadado… no sé.
 Se aleja llamándome otra vez. “No tengas miedo, cariño. Puede explicarlo”— y su voz se oye cada vez menos. Creo que me he hecho pis. No puedo parar mis piernas. hace un rato pensé que oiría el ruido que hacen mis dientes al chocar, no puedor para con mi boca, la espalda me duele de golpearme con la pared, tampoco puedo parar con eso. Estoy tan cansado de esconderme…
—¿Y usted es? —pregunta un agente a la mujer que acaba de llegar.
—Soy Carmen, su hija —contesta mirando al anciano que tembloroso mira a su alrededor como sin entender nada.
—Su padre nos ha llamado, dice haber matado accidentalmente a su hija mientras limpiaba su arma.
—¡Dichosa pistola! Le quitábamos una y aparecía con otra. —Rompe a llorar desconsolada. El anciano la mira y ella responde mirándolo con desprecio—. Pasó lo mismo con mamá, ¿otro accidente?
Entra dentro de la casa acompañada por los agentes y se sientan en el salón. El anciano parece ido, inofensivo. Llora desconsolado, tapándose la cara con las manos:” fue sin querer” —repite sin cesar.
Carmen relata que su madre murió de la misma manera, mientras él limpiaba su arma. Ya había empezado con las ausencias y su madre les había contado que no era el mismo, que le daba miedo. Tras el accidente, su hermana decidió llevárselo a casa.
—Papá no es el que era —le dijo intentando disuadirla —. Cuántas veces nos ha dicho mamá que a veces le asusta su comportamiento. Y está Lucas…
—Lucas estará bien. Yo trabajo es casa. Nunca estará solo con él.
—Puede permitirse una residencia.
Pero Lucía le había prometido a su madre que cuidaría de él si ella faltaba y se lo llevó a casa. También ella comentaba que a veces era algo agresivo. Estaba pensándose lo de la residencia.
—Entonces usted no cree que sea accidental —pregunta de nuevo el agente.
—Sí, un accidente. Dos accidentes iguales. —De pronto Carmen repara en que no ha visto a Lucas, su sobrino—.  ¿Y el niño? Él me ha pedido que viniera.
Se levanta del sofá y sube al piso de arriba gritando su nombre.
—¡Lucas!, ¡Lucas! ¿dónde estás, cariño?
Pero el niño no aparece. Lo busca por todas partes y no lo encuentra. Cuando la policía se va, la ambulancia se lleva a su hermana, y su padre duerme en la residencia donde sabrán como cuidarle, ella vuelve a la casa de su hermana. Su padre repite que el pequeño lo ha visto todo. La policía supone que habrá salido huyendo y que cuando se haga de noche volverá. Entra y se tumba en el sofá. El sonido del móvil la despierta.
—¡Lucas! Estoy en tu casa, ¿dónde estás tú?
—En mi cuarto tía. Me quedé dormida.
Carmen sube rápido y ve como su sobrino sale del armario. Se abrazan y los dos lloran desconsolados, soltando todos los nervios. Mientras le da un baño caliente, relajante, le explica al niño que su madre está mal herida, la han llevado al hospital la están operando.
 Él le desvela el secreto de su escondite, un doble fondo de armario, y le cuenta todo lo que pasó hasta quedarse dormido.
Lo mete en la cama y se duerme tranquilo. No ha querido comer nada. A ratos la voz le temblaba y cualquier ruido le sobresaltaba.
— Duerme tranquilo. Lucas. El yayo no puede hacerte daño.
Le llaman de la residencia tendrá que ir a firmar los papeles. Le harán una revisión completa. Diagnosticarán el alcance de la enfermedad en su padre. Tardarán tiempo.
Tiempo. También Lucas necesitará tiempo para recuperarse.  Su madre no volverá.
¿Cuánto tardará en olvidar?
¿Olvidará?
🌇🌇🌇🌇🌇🌇🌇🌇🌇🌇🌇🌇

Reto #23.Un niño ve cómo su abuelo mata a su madre. Explica el terror que siente al presenciar todo y por temer que le encuentre. 52 retos literup 2020.
No estoy del todo conforme con el relato, pero quiero cumplir con el reto ya no tengo más tiempo para publicar. Así se queda.