jueves, 26 de marzo de 2020

Contorneos, ronroneos y más...


Mimosa se contornea por la calle y noto como todos la miran. ¡Y cómo le gusta! Es joven aún, pero sé que ya está preparada. Lo noto cuando me mira. Con esos ojos, grandes, brillantes…
Me acerco hasta ella e iniciamos el baile más sensual que recuerdo. Damos vueltas, sin rozarnos, pero nuestros cuerpos están tan cerca que notamos el calor del otro pasando a través de cada uno de los pelos que recubren nuestro cuerpo.
Es nuestro primer encuentro. Conozco el mejor lugar al que llevarla. Allí mi ángel, mi amiga Mireia, nos regalará la cena más rica que mimosa puede esperar. Después nos cobijará por la noche. No hay mejor lecho de amor.
Me alejo un poco de ella, volviendo la cabeza meloso, para que me siga.
Y claro que me sigue, contorneándose de nuevo. Mirando a todos los lados, como disimulando. Llegamos a la puerta de atrás de Mireia, la llamo y, como si estuviera esperándome sale con la mejor de sus sonrisas.
   ¡Hola truhan! Hoy vienes bien acompañado, ¿eh? —La miro y me refroto entre sus piernas, acariciándola. Ella me rasca entre las orejas—.  Te traeré otra ración.
Se va para regresar con otro plato de rico restos de pescado.
   Ya sabes que luego tienes que entrar por la gatera. Y nada de recorrer la casa, ¿eh? En la buhardilla tienes todo lo que necesitas.
 Maúllo, asintiendo. Ella me entiende. Vuelve a marcharse. seguro que tiene que emprenderse a limpiar la pescadería. Cuando llegábamos, estaba cerrando.
Mimosa ya está dando buena cuenta del festín que nos ha preparado Mireia. Luego subiremos a mi rincón favorito. Hoy no tendré necesidad de hacer excursiones por la casa. La noche promete. Los ronroneos, contorneos y maullidos dicen todo y más. Buenas noches.
😻😻😻😻😻😻😻😻😻😻😻

Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020
Reto#12: Haz una historia sobre una primera cita en una pesca

martes, 24 de marzo de 2020

Lo que más miedo me da...






En aquel pasillo de hospital en su cabeza daba vuelta a mil y una tramas que bullían sin cesar, gritaban en silencio, cada vez que los sanitarios le miraban con cara de decir: “¡Aquí no puede quedarse!”

Jamás hubiera pensado que tendría que buscar la forma de hacer trampa para quedarse en la cabecera de su padre y poder darle el último adiós.
Pero ni tramas, ni trampas. Se fue … El, también se fue.
💔💔💔💔💔💔





lunes, 16 de marzo de 2020

Cuando los dioses pierden los papeles


Cuenta la leyenda que antiguamente todos los seres humanos eran dioses que cometieron el gran error de abusar de su divinidad y por ello el señor de los cielos se las arrebató y a manera de lección optó por esconderla en un lugar donde jamás pudieran caer en cuenta de buscar, este sitio es nada más y nada menos que en el interior de cada hombre”(1)

Podríamos imaginarnos que, tan solo un rato antes de que el mundo colapsara, los dioses, alguno de ellos, estaban viendo el absurdo proceder de la humanidad que, aquejada de un nuevo virus, que iba poco a poco alcanzando a unos y otros, había obviado los consejos de sus gobernantes y estaba convirtiendo el día a día en un caos asolador. Al menos emocionalmente hablando.
La diosa Parvati, considerada la madre divina, diosa de los alimentos, observaba asustada como la humanidad estaba actuando sin control, comprando de manera descontrolada, sin previsión real y sin tener en cuenta al prójimo. Actuaban igual en todos los rincones de la tierra.
Ganesha, no entendía lo que veía desde su ventana celestial. Se les avisaba constantemente para que se mantuvieran en casa, pero unos y otros, buscando la forma de no ser vistos, salían de sus hogares sin causa justificada. Su divinidad le dotaba de sabiduría, pero ese descontrolado atrevimiento que demostraban ahora los mortales hacía tambalear  una de sus máximas, por lo que era conocido: La prudencia.
Agni, quisiera poder cerrar los ojos y seguir siendo bondadoso y benévolo, siempre buscando el lado bueno de las personas, pero su espíritu comprensivo, que tanto venían a solicitarle los fieles, estaba llegando a su fin. No eran capaces de proteger a sus hijos, los llevaban a los parques, solución más cómoda para entretenerles y allí se juntaban unos y otros sin la más mínima prevención de contagio. Los niños estaban indefensos.
Ganga fabulaba con un río Ganges embravecido que se llevaba por delante a toda la juventud inconsciente que seguía reuniéndose, amontonándose en pequeños locales de ocio,  desoyendo los consejos de las autoridades. ¡Almas pecadoras, impuras! ¿cómo después habría de purificarlas?
Vishnu ardía en deseos de fulminar ese mundo egoísta que no era capaz de parar el ritmo de sus negocios, por el bien de los demás. Venerado por su don de protección y por su bondad, ante esta visión surrealista, su instinto de cuidar de cuanto existía se veía nublado.
La fuerza inagotable y el poder de Hanuman, se estaba desvaneciendo viendo a los ancianos desprovistos de los consejos más importantes, de la protección necesaria, del cariño y atención, a distancia, que ahora necesitaban. Esa humildad de la que podía presumir desde siempre se estaba tornando en orgullo mal entendido, pues le hubiera gustado aplastar esa bola terrestre que giraba en un despropósito.
La naturaleza estaba en peligro y nadie mejor que Shiva lo sabía, la purificación de los pecados y de los humanos que ella simbolizaba estaba en la cuerda floja. La ira la consumía.
A la cabeza de Kali, adorada como la diosa madre, llegaban todos estos pensamientos de la misma forma que a los demás dioses y diosas, y siendo su misión la destrucción de la maldad y los demonios, su mente, llena de alegría en otras ocasiones, estaba llenándose de pensamientos impropios de su deidad.

Y estando los dioses tan cargados de malos pensamientos hacia la humanidad, 
la tierra bramó y cual bomba atómica la destrucción fue masiva. 
Por doquier que hubiera podido mirarse la desolación
 y la devastación había pasado.
Parecía haber llegado el fin del mundo y los dioses parecían haber desaparecido, como si hubieran abandonado el universo conocido.

Sin embargo, como suele suceder, siempre hay supervivientes tras una masacre.
Poco a poco se iban encontrando y se juntaban entre las ruinas, ayudándose y apoyándose unos a otros.
En un pequeño rincón de la tierra, donde antes había un pequeño pero precioso pueblecito, la vida le dio una segunda oportunidad a un grupos de personas que parecían haberlo perdido todo. Niños, jóvenes, adultos y ancianos todos desconocidos y solos. Todos sin nada, derrotados.
¿Solos y derrotados? Tal vez desde fuera podría parecerlo, pero desde el principio formaron un grupo unido con ganas de salir adelante y de dejar atrás aquel día. Cada uno asumió el papel en el que se sentía más cómodo: Marian y Jaime, unos adolescentes de poco más de 16 años, se hacían cargo del grupo de niños de entre 3 y 10 años; los más ancianos intentaban buscar los lugares todavía recuperables y daban sus consejos a partir de la experiencia vivida; Arturo y Encarna se encargaron, en principio, de la comida; otros sabían de construcción y dirigieron la reconstrucción…
En fin, poco a poco fueron levantando una villa comunal. Habilitaron diferentes casas para poder dormir, comer, divertirse… Los adultos más instruidos se encargaban unos de la educación de los jóvenes y otros de los niños.
Cuando más seguros estaban que acababan de formar la sociedad perfecta sin necesidad de gobernantes y leyes. Los problemas empezaron a surgir. Los instintos más primitivos empezaban a aparecer y unos parecían no poder detenerlos y para otros parecía suponer el final de la felicidad.
Se había preocupado de sobrevivir, de crear un espacio seguro donde seguir viviendo, pero se habían olvidado de los sentimientos, del amor, la pasión, la ira, la tristeza, la melancolía, el miedo, la alegría…
Ahora todos esos sentimientos fueron apareciendo, poco a poco. Desde la persona más anciana al niño más pequeño, todos se encontraban perdidos y nadie se veía capaz de gestionar tanta emoción. Nadie se encontraba seguro, nadie era experto es eso.
Cuando pensaban que lo tenía todo resuelto y que la vida rodaba sin problemas, aterrizaron en la cruda realidad. Se habían olvidado de sentir.
Vivían juntos, se ayudaban, se acompañaban, pero habían sido como islas. Todos esos meses solo habían pensado en la reconstrucción del pueblo y se habían olvidado de reconstruir su corazón. Ahora empezaba para ellos la verdadera dificultad y tal vez para eso, iban a necesitar otra perspectiva. Eran los herederos de la tierra. Con ellos podía acabar la especie. O podían continuarla.
👹👹👹👹👹👹👹👹👹
1. Texto e  Información sacada de  https://www.mitologia.info/hindu/
Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020
Reto#11: Escribe un relato distópico sobre un grupo de supervivientes a un apocalipsis causado por dioses hindúes.

domingo, 15 de marzo de 2020

Paseando por la red





Este trimestre estaba siendo muy pesado. Sin ninguna fiesta, puente que lo cortara un poco. Estábamos deseando, la comunidad escolar entera que llegara Semana Santa.
Bueno, no ha llegado aún…
Desde esta ventana abierta al mundo os mando un gran abrazo y ahora más que nunca estos espacios son nuestro punto de unión.
Saldremos de nuestra casa virtualmente. Tendremos tiempo para visitarnos.
Un abrazo
Juguemos a los juegos de siempre pero con normas nuevas
Ya me contaréis


martes, 10 de marzo de 2020

Un baile decisivo




La fiesta de disfraces del instituto prometía ser el evento más importante del final del invierno. Habían vendido muchas entradas y todos habían participado en la preparación ya que era la última oportunidad de recaudar fondos para el viaje de estudios. 
 Tenía el traje preparado. Pensaba ir de Isabel II, con el traje de época correspondiente disimularía su físico, además  Marina se había comprometido a maquillarle y peinarle. Iba a triunfar. Tenía que intentarlo. No quería que le reconocieran.
No sabía como acercarse a él. Aunque en realidad no era eso exactamente. Estaban juntos  prácticamente todos los días de la semana y la mayoría de las horas. Físicamente o por medio de las redes. Eran vecinos de toda la vida y amigos, de los buenos, desde antes de perder los dientes de leche. 
Pero últimamente sus sentimientos de habían cambiado. Sentía que algo no iba bien, algo más que amistad latía en su corazón al acercarse. Se sorprendía mirando hacia su mesa, en clase, cuando no miraba. Observando su cuerpo, sus movimientos en Educación física. Escuchando su risa en los buenos momentos. Se preocupaba por esa mueca de tristeza cuando intuía un problema. ¡Puf! ¿Qué estaba pasando?
No estarían juntos al curso siguiente.No iba a seguir los estudios en el mismo instituto. Iba a irse, dejar el pueblo, para cursar el grado de programación de vídeo juegos que era uno de su mayores sueños. Ya no podría ver a su amigo todos los días.
Se vistió despacio, ceremonioso, Marina, su vecina, amiga de su madre, le ayudó en todo el proceso. Ya vestido y maquillado se miró por primera vez al espejo.
— Guauuuu! —exclamó asombrado—. ¡Casi no me reconozco!
— Modestia a parte, por lo que se refiere a mi aportación, no pareces tú. Ahora solo tienes que intentar empastar un poco la voz y nadie te reconocerá hasta que tú quieras.
Le temblaba el cuerpo entero cuando salió de casa. No había quedado con nadie y nadie sabía cómo iba a ir disfrazado. Todos iban de época, de reyes, reinas, nobles.  No iba a desentonar y tampoco podían sospechar. Ahora solo tenía que atreverse a decirle lo que sentía, lo que creía sentir.
No se iba a lanzar a la piscina sin flotador, últimamente notaba que podía ser recíproco. Sus miradas se encontraban para luego disimular, cierto rubor en sus mejillas aparecía con algún roce o comentario indiscreto, a los que eran muy adictos. Y buscaban más la intimidad en algunos momentos, los dos, cuando antes nunca reparaban en nada. 
Por el camino se dio cuenta que el traje pesaba un rato. ¡Cómo aguantarían en aquella época! Al llegar a la puerta, allí estaba, picando las entradas y dando la bienvenida con ese don de gentes tan característico suyo. Su disfraz era de rey. Estaba muy logrado. Pensó que hacían buena pareja. Notó que le miraba, sin reconocerle, al picar mi entrada.
— Resérveme todos sus bailes, Madame — le dijo  sonriendo.
— Siento contrariarle, Majestad. Todos no podrán ser.— Asier hizo una reverencia, como se hacía entonces.
Se oyó su característica risotada. Cómo le gustaba. Entró como sin darle importancia. La fiesta estaba que "se salía". Se había logrado crear un ambiente muy típico de las fiesta de palacio, la música y los bailes los habían trabajado en clase de música.«La profe es genial,pensó». Parecían estar en el siglo XIX.
La verdad,  al dejar de picar las entradas, enseguida buscó a Asier y estuvieron juntos toda la noche. Hablaron, rieron, comieron, bebieron, bailaron...
Era como un sueño, estaba totalmente pendiente de Asier,  le atraía... pero... no se había dado cuenta de quién era realmente. Eso tenía a Asier en ascuas.
—Sé que te conozco y no sé de qué. —Estaban bailando, en una de las coreografía que aprendieran
en clase. Era su oportunidad. Ahora o nunca.
— Estás seguro, que no me reconoces... —Cambió la expresión de su cara y le miró directamente a los ojos.
—  No sé... pero nunca lo había pasado tan genial con nadie.
—¿Con nadie? ¿Seguro? —Arqueó la ceja en un gesto muy característico suyo. Se le escapó.
—¡¡¿¿Asier??!! —Se paró en seco. Los dos pararon. El mundo pareció pararse con ellos. Al menos para Asier todos desaparecieron.
Álvaro salió corriendo, apartando a la gente bruscamente como algo horrible acabara de pasar. Asier se quedó plantado en medio de la pista, no veía a la gente, no escuchaba la música, en sus ojos se había quedado gravada la expresión de Álvaro al reconocerle. No era lo que él había imaginado.

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Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020
Reto# 10:Esta semana los disfraces son los protagonistas. Tus personajes deben ir disfrazados durante todo el relato.
Estaré encantada de recibir tu comentario con tu opinión y propuestas de mejora. ¡Feliz semana!

domingo, 1 de marzo de 2020

A orillas del Oria




Hasta los diez  años viví en Tolosa, a orillas del Oria. Mis hermanos y yo nacimos en una preciosa casa de campo, en un chalet, rodeado de verde por todos los costados. Nos separaba del río Oria la carretera que unía Tolosa con Berastegui pasando por Ibarra.  Mi padre trabajaba en la papelera Elduayen  a escasos diez minutos andando.

La casa era muy grande, al menos yo así la recuerdo. Yo dormía con mi hermana mayor en la buhardilla. En mi habitación había una ventana por la que todo lo que veías era campos verdes o sembrados, montañas y un par de caseríos.
Teníamos un salón que estaba siempre cerrado. Solo se usaba en fechas señaladas. Alguna reunión con amigos o para navidades. A mi me gustaba entrar a escondidas y sentarme en un sillón. Allí nadie me buscaba y para mi esa habitación tenía magia.
Allí nos ponían los regalos los Reyes Magos. Teníamos un rincón donde cada hermano ponía los zapatos, para que sus majestades supieran donde dejar a cada uno lo suyo.
La noche de reyes había que acostarse pronto porque si nos encontraban levantados no nos dejarían nada. 
Mis padres según he sabido luego, nos acostaban y se disponían a montar y probar todos los juguetes. Con su botella de champán abierta. 
Ahora que tengo hijos, me  los imagino disfrutando de ese momento mágico en el que iban repartiendo todos los regalos que con tanto mimo habían comprado, asegurándose de que todos estaban en perfecto estado y listos para funcionar. Y poco a poco, mirada a mirada, se iban bebiendo el champán beso a beso. 

Por la mañana bien temprano nos levantábamos las dos mayores y bajábamos a buscar al resto. Avisábamos a mis padres de que habían llegado los reyes y entrábamos al salón.
Todos los años el mismo ritual. Primero dábamos la vuelta a la habitación y pasábamos por cada rincón en el que cada uno tenía lo suyo. Imagino que teníamos una cara digna de foto. Una vez acabada la vuelta cada uno se iba a sus regalos.
Recuerdo el año en que yo había pedido una muñeca que se llamaba Marujita, andaba y cantaba canciones. 
Bueno, seguramente pedí eso y un ciento de cosas más. Mis padres siempre hacían lo mismo: nos compraban una de las cosas que habíamos pedido y , luego, varias tontadicas más que abultaban mucho y llenaban nuestra silla o sillón. 
Recuerdo ese paseo previo por la habitación donde veías todos los regalos de los demás y al final te ibas a tu rincón con la cara de felicidad de ver tanto regalo.


La cocina era otro de mis lugares favoritos; amplia, con una gran mesa rectangular donde  mis hermanos y yo, nos sentábamos a hacer los deberes, con la cocina económica encendida, la leña recién echada y mi madre navegando aquí y allí. Otras veces la mesa se convertía en un taller de manualidades donde  recortábamos, pegábamos,  pintábamos...


Además, teníamos todo el campo que podíamos desear cuando brillaba el sol y los días que llovía o hacía frío, que no eran pocos, en la planta calle teníamos nuestro rincón de juegos, junto al garaje, donde teníamos espacio de sobra para jugar sin estrecheces.

Como espero haberos transmitido yo recuerdo una gran casa, preciosa, donde viví un sin fin de momentos felices mientras crecía junto a mi hermano y mis cuatro hermanas.
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Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020
Reto# 9: Escribe un relato que ocurra en la casa de tu infancia. 
Estaré encantada de recibir tu comentario con tu opinión y propuestas de mejora. ¡Feliz semana!