Claudia, ¿qué te asusta?
Claudia
iba pegadita a mí, en su mochila. Le encanta ir allí, cerquita de mi corazón, sintiéndome
respirar. A mí, me pasa lo mismo, me tranquiliza sentirla junto a mi pecho
respirando las dos al mismo ritmo
En el piso, Patricia, de la inmobiliaria, y yo
hemos hablado tranquilamente de los términos del contrato.
A medio
pasillo, Claudia se ha despertado tranquila, feliz, gorgoteando como siempre. Como si me saludara.
Jugueteaba
con ella cuando al entrar a uno de los dormitorios ha empezado a intranquilizarse,
moviendo la cabecita y manoteando, mordiéndose las manitas, pataleando… yo intentaba
calmarla, no había nada en la habitación que pudiera asustarla; se reflejaban
en las paredes diminutos agujeritos, efecto del sol al pasar a través de las
persianas a medio bajar, no era una luz excesiva que pudiera molestarla.
Al salir
al pasillo se ha tranquilizado. Sin embargo, entrando al salón otra vez ha
vuelto su desasosiego, pero esta vez llorando desconsoladamente.
No lo
entiendo. Al pasar la luz a través de la cristalera del salón, cubierta con un
vinilo de figuras geométricas, las paredes se teñían de múltiples figuritas,
como pequeños agujeritos informes de colorines. Era un efecto mágico.
He
querido seguir con la visita pero en cuanto entraba en una habitación lloraba
aterrada, presa de un pánico que me transmitía a través de todo su cuerpecito.
Me he despedido. Ya fuera, más tranquila, me
ha mirado con sus ojitos llorosos y, poco a poco, se ha quedado plácidamente
dormida.