Encarna y Jero.
—¿Has cogido los papeles que te pedí?
—No estaban en la cómoda. He buscado por tus
cajones, pero no hay nada de Julia.
—¡Los ha
encontrado! —Encarna se entristece.
—Antes o
después teníamos que decírselo. —Ella cabecea, muy a su pesar tiene razón.
Cuando la adoptaron sabía que antes o después llegaría el momento de querer saber. Temía la avalancha de preguntas que sin filtro le haría exigiendo, como siempre hacía, la respuesta.
Julia
Late tan deprisa
mi corazón… me da la impresión de que todos pueden oírlo (pum-pum, pum-pum). Resuena
en mi cabeza más fuerte que el traqueteo del tren. La verdad, estoy tan
nerviosa que hasta la gente me parece hoy demasiado ruidosa. Cierro los ojos.
He salido de casa apretando la
carpeta contra mi pecho y arrastrando la maleta a duras penas con la otra mano.
He corrido tanto, para que no me encontrara Jero antes de irme, que creo que la
he llenado demasiado. Cualquiera que me haya visto habrá creído que huía de
algo. Que me llevaba algo que no era mío en ese portafolios.
Pero tenía que aprovechar que
al fin, la bruja, ha salido del cuarto y me ha dejado vía libre. Odio a
Encarna. No puedo con ella. Siempre tan indulgente, tan comprensiva. ¡Te hago
la vida imposible, tía! ¡Lo hago a conciencia! Y tú como si fueras mi madre,
perdonando y dándolo todo. ¡Qué no eres mi madre, entérate!
No pienso volver. Ahora ya sé
quién soy. En los papeles está todo. Bueno, si por fin la palma volveré por
Jero. Él sí que es mi padre. Lo adoro. Nunca podré querer a nadie como a él.
¡Ojalá me hubiera contado antes lo que yo quería saber! Seguro que esa arpía lo
tiene engañado, amenazado para que no diga nada.
La última vez que vi a Laura,
mi madre, fue en el punto de encuentro con la trabajadora social. Me prometió
que iba a cambiar. Me abrazó llorando y mirándome a los ojos me juró que
volveríamos a estar juntas.
—¡No llores, mi amor! Pronto
no volverán a separarnos.
Me agarré fuerte a su cuello,
no me volverían a separar de ella.
—Escúchame, pequeña —dijo desenredándome
de su cuello, bajándome al suelo y secándome las lágrimas—.Confía en mí. Deja
de llorar y pórtate como una niña mayor.
Aquel día fue el último día
que la vi. Salí de la mano de la trabajadora social, como siempre, pero esta
vez no me llevó a mi casa de acogida. Ellos esperaban en otra sala.
En cuanto la vi allí,
sonriendo, tendiendo sus brazos para cogerme me escondí tras mi acompañante.
—No quiero otra mamá,
tengo una. LA MEJOR —grité mirando a Encarna directamente a los ojos.
Jero se agachó, me miró
a los ojos y acariciando mi carita dijo:
—Había pensado que tal
vez te gustaría pasar el verano con nosotros, vamos a ir a la playa.
—¿A mar? —Algunas
amigas del cole me habían explicado eso de la playa y el mar, vamos, sus
vacaciones.
—¡Si! Pero si no te
apetece, no pasa nada.
Acarició de nuevo mi
cara y sonrió. Después se levantó y dándome la espalda fua hacia Encarna. Algo
dentro de mí reaccionó y casi en un susurro dije.
—¡Contigo si quiero! —Jero
se giró pasó su brazo por los hombros de Encarna y la besó.
—Vamos juntos.
En ese momento su rostro
cambió, no sé explicarlo era dulce y serio a la vez. Sentí miedo a no volver a
verle.
—¡Vale! Pero ella no es mi
madre.
Jero miró a su mujer y ella
sonriendo con lágrimas en los ojos asintió con la cabeza. Yo solo tenía seis
años pero entonces me pareció la mujer más patética del mundo. Y me lo sigue
pareciendo.
Sin embargo, mi vida con Jero
ha sido maravillosa. Cierto que la he tenido que aguantar a ella, a muchas de
sus normas, manías, costumbres… pero ha merecido la pena por él. Mi padre.
Sé que he aprovechado el peor
de los momentos para irme a buscar a mi madre, he sido ruin. Lo sé. Pero llevo
dos años deseando conocerla y no aguanto más. No aguanto más “largas”. En una
semana cumplo dieciocho, al curso que viene empiezo la universidad, ¿por qué no
en el lugar donde vive mi madre?
Sabía donde estaban los
papeles porque un día en una conversación con Encarna me lo dijo. Yo sé como
sacarle las cosas. Hago lo que quiero con su voluntad. No entiendo que esté tan
ciega conmigo.
Mi madre es su hermana, según
los papeles. No se hablan. ¡No me extraña! Si a mí me hubieran quitado a mi
hija seguramente tampoco querría saber nada de ellos. ¿Qué cara pondrá al
verme? Ella no sabe que voy. Espero que siga viviendo en la misma dirección.
Sé que no se habla con su
hermana porque tuve que hacer un árbol genealógico de mi familia y Jero me ayudó
a completarlo. Él me contó que con su hermana hace años que no se habla.
Entonces no me dijo que fuera mi madre.
Ya hemos llegado. Creo que he
caído dormida. Mejor. Ahora, sentada en un banco de la estación busco en el
móvil la dirección. Parece estar cerca. Son las 5 de la tarde. No es mala hora
para hacer una visita ¿no? Allí que voy.
Todo me parece bonito. La
gente va y viene. Algunos me sonríen. Las tiendas abiertas, los bares con gente
en la terraza, los autobuses y los coches llenas las calles… Ya estoy en el
portal. Llamo al timbre. Me contesta. Pregunto por mi madre. Es ella. El
corazón me va a estallar
—¡Soy yo, mamá!
Cuelga el telefonillo, el
portero. Pero no me abre la puerta. Dudo si volver a llamar. Seguramente está
alucinando. Alguien sale del ascensor. O eso parece a través del cristal de la
puerta.
—¿Se puede saber que diablos
haces aquí? Te han echado, ¿no?
No doy crédito a lo que veo y
oigo.
—¡Qué dices, mamá! Encontré tu
dirección y me vine a buscarte. Hace tiempo que…
—Seguro que Jero, ahora que
Encarna se va, no quiere seguir haciéndose cargo de ti. Nunca le gusté a ese
malnacido calzonazos.
—Mamá, no entiendo nada yo…
—¡Deja de llamarme mamá!
Sale del portal y me hace un
movimiento de cabeza para que la siga. Entra en un bar que hay dos portales más
allá. Se sienta en una mesa y enciendo un cigarrillo.
—No soy tu madre. Hace tiempo
renuncié a ti. Lo hice porque quise. Porque no te quería en mi vida. No
encajabas en mis planes. Así que ya puedes volverte por donde has venido. Y si
la buena de Encarna se muere. Lo siento por ti. Si no te hubiera sacado de la
basura cuando naciste, no se hubiera tenido que hacer cargo de ti a los seis
años. Seguro que ahora tenía algún hijo propio. Pero al llegar tú y retrasarlo,
la quimio se le comió los sueños. Y
total para acabar en la tumba a los 50 años. ¡No se puede ser tan buena!
Escupe las palabras con odio.
Con tanto odio como cuando yo pienso en ella. Sin embargo me está doliendo. Y
lo extraño es que no es por mí, me duele lo que dice de Encarna. Por cómo lo
dice. ¿Cómo sabe que está de nuevo grave, en peligro?
De pronto siento la necesidad
de volver a casa. De ir al hospital. De verla. Me levanto, la miro y me voy.
Corro a la estación. No sé
porqué corro. Tal vez no haya trenes hasta mañana. Pero yo corro, corro, corro.
Lloro, lloro, lloro…
Llego a casa. Llevo más de
ocho horas fuera de casa. Todo está como lo dejé al irme. Jero no ha vuelto del
hospital. Dejo los papeles donde estaban. Me ducho, me preparo una bolsa y me
voy al hospital.
—¡Julia! —Está en el pasillo,
se abraza a mí, ¡Qué bien se está entre sus brazos! —La están cambiando, ha
vomitado. Lleva mal día.
—¡Vete a casa, Jero! Descansa
y vuelve mañana. Yo te hago la noche.
—¿Seguro? Esta vez necesita
mucha atención.
—Tranquilo, seré cariñosa. Lo
prometo. —Sé lo que teme. Mi lengua puede ser viperina. —Sabes que puedo
cuidarla. Lo he hecho en casa muchas veces y esta vez, no voy a ser cruel con
ella. Confía en mí.
Acabo convenciéndolo, aunque
creo que duda que lo cumpla. Nunca le he demostrado cariño ni respeto. Por eso
Jero es reacio a irse. Pero al final cede. Está roto.
Al día siguiente desayuno con
Jero en la cafetería del hospital y me voy a casa.
Encarna y Jero.
—¡Jero, por fin estás aquí!
—Encarna le tiende los brazos a su marido con una enorme sonrisa.
—¿Ha sido muy dura contigo? Le
cogí la palabra en seguida, estaba muy cansado. Necesitaba dormir. —Ella le
coge la cara con las dos manos y le mira a los ojos dulcemente.
—Me ha llamado mamá. Me ha
dicho: “Mamá, ahora viene papá. Duermo un poco y vuelvo por la noche”.
Se abrazan riendo mientras sus
ojos se llenan de lágrimas. Ella le cuenta que ha sido la mejor enfermera, como
siempre. Es la que mejor le pone el pañal, la que la limpia con más suavidad,
la que siempre le acomoda mejor la almohada. Sus masajes en los pies es el
único bálsamo para sus dolores. Julia es la que mejor la cuida siempre y esta
vez, además, ha sido cariñosa, le ha dado sus primeros besos y le ha sonreído
al hablarle.
—¡Me ha llamado mamá, Jero!
¡Por fin!
Y mientras ellos se abrazan,
Julia se ha metido en la cama para poder volver por la noche a cuidar a su
madre. Sí, su madre. Ha preparado una bolsa con cosas que va a necesitar en el
hospital. Encarna es muy presumida y en cuanto esté mejor querrá arreglarse
algo. Esta vez, le ha dicho el doctor, el ingreso en el hospital será largo.
Así que tendrá que organizarse con Jero. Ella está de vacaciones y él tiene que
trabajar.
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Con este relato participo en el VadeRero de febrero23, reto que se nos propone desde el blog Acervo de Letras.