Esta historia la escribí el día que falleció. No sé como pude escribir ese día. Nunca he podido deshacerme de este relato. Hoy lo retomo para el VadeReto de abril, con pequeños cambios para ajustarme al planteamiento que nos propone José Antonio en su blog "Acervo de Letras". No hay tristeza ni amargura. Hay bonitos recuerdos y añoranza. Eso sí.
Habla de un bosque oscuro, pero no tiene porqué ser un lugar. Puede ser tantas cosas...
El bosque oscuro
Cuenta una antigua leyenda que en algún lugar recóndito y escondido, existe un mundo paradisíaco en dónde, en medio de gran belleza exótica, "acecha" el bosque oscuro.
Como si fueran el "Barba Azul" de Charles Perrault, muchos padres prohíben amenazantes, a sus hijos, acercarse, entrar en esa espesura. Muchos fueron para no volver. Sin embargo, otros tantos van y vienen cuando quieren.
Felipe sabía que no debía ir al bosque oscuro pero sus amigos lo hacían y a él le gustaba... Además, siempre llegaba a tiempo para cenar.
Cuando en su casa le pedían que no volviera, se excusaba diciendo que había muchos otros bosques en los que podía perderse y de los que no regresar.
Felipe creció y se convirtió para su familia en el tronco fuerte del que parten pequeñas ramas y poco a poco van haciéndose fuertes. Sin llegar a soltarse nunca, de ellas crecen nuevas ramas con hojas y flores propias. Pero se aferran al tronco que les proporciona la sabia para seguir progresando día a día.
Luchador incansable, trabajador nato. Siempre dándolo todo por los suyos. Alguna vez lo juzgaron demasiado fríamente sus seres más queridos. Esperaban que no demostrara ser, siempre, un fiero león y les compartiera un poco de ese corazón de corderito que latía en su pecho. Escondido.
Aquel día el sol brillaba, por fin, después de un vasto invierno frío, profundo. Tras largos meses de silencio, parecía escucharse cantar al ruiseñor e incluso tímidamente parecían brotar pequeñas florecillas en los arbustos.
Como tantos otros días, Felipe fue al bosque oscuro. Tropezó con una piedra y calló a un pozo negro y profundo. El miedo se apoderó de él y prometió no volver nunca. Estaba solo, asustado. Sin saber como salir y sin que nadie pudiera ayudarle a hacerlo. Deseó ver aparecer a Mary Poppins con su gran paraguas azul y le sacara en su vuelo mágico de allí.
Entonces, se puso a cantar una canción esperando que en su casa, su familia, al ver que no volvía se pusiera a cantarla a la vez. Así, agarrándose con fuerza a la mágica melodía de una esperanza compartida, salir para siempre de ese pozo para no volver jamás a ese lóbrego paraje.
No sé si lograron cantar con la suficiente fuerza como para devolver a Felipe la sonrisa. No sé si consiguieron juntar tanto amor como para encender una luz en tanta oscuridad.
Pero uno tras otro, muchos "Felipes" han ido al bosque oscuro para no regresar jamás. Desde que el mundo es mundo, cientos de corazones rotos intentan explicarse qué tendrá ese lugar que les hizo perder el miedo a perderse en él y les empujó a volver una y otra vez.
Ojala lo cerraran para siempre y nadie más pudiera caer en la tentación de acercarse a él.
Yo sigo cantando al despertar, todos los días, la misma canción, con la esperanza de que alguien la cante conmigo y así encender, con dulces melodías, pequeñas lucecitas en ese horrible rincón sombrío y conseguir que un día desaparezca para siempre de la faz de la tierra.
Para Eduardo y Mercedes.