martes, 15 de octubre de 2019

Haz que salgo el arco iris

Hace mucho, mucho tiempo, existió en el reino de nunca jamás un pequeño nomo cuya garganta era envidiada por todo aquel que llegaba a conocerle.
Sus voz melodiosa llenaba de alegría los corazones de los habitantes de su aldea. Poco a poco iba consiguiendo que rebosaran felicidad y aprendieran a sonreír. 
Un día, en medio de una gran fiesta en la que él cantaba, apareció Helman, el mayor maestro de todos los tiempos.
Su música estaba llena de fantasía: cuando cantaba, por el aire,pequeñas notas de oro y plata se veían relucir como si su garganta fuera dibujando una melodía al cantar.
El pequeño nomo no podía creer lo que sus ojos veían.
¡Estaba allí! ¡Y para él solo!
¡¡¡ Solo para él!!!
Esa noche cantó como nunca antes lo había hecho. Agasajó al maestro con la mejor música que hubiese oído en muchos años.
Sin embargo, en un pequeño descanso en su actuación, nuestro amigo pudo enterarse que el maestro no había ido de propio a oírle cantar. Ni siquiera estaba enterado de su existencia, más aún, no conocía su música, su arte...
Fue una casualidad que pasara por su pequeña aldea y se sintiera atraído por la música.
Tras el descanso, cuando volvió a cantar, nadie podía creer que esa cajita de rayos y truenos, de croar de ranas y cacareos de gallina que se había abierto, fuera la misma que hacía pocos segundos había dejado a todos mudos de admiración.
Nuestro protagonista, desde lo más hondo de su corazón, sentía que el maestro no hubiera oído nunca alagos sobre él; reprochaba a Helman que no hubiera ido de propio a verle y sobre todo, le dolió que no hubiera bajado de su carruaje para decirle que era el mejor músico de todo el reino.
Cuando dejó de cantar, más que cantar de emitir extraños ruidos y desafinos, miró a su alrededor, y se vio solo. 
Nadie, nadie estaba allí apoyándole, comprendiendo su desgracia, la injusticia que se había cometido sobre él. Nadie.
¡¡¡Vaya amigos!!!
Pero al sentarse, sintió una extraña desazón dentro de sí. LLoró y lloró toda la noche, pues se dio cuenta de su gran desconsideración.
Ya al despuntar el alba, pensó en pedir perdón al gran maestro, y para ello decidió obsequiarle con lo que mejor sabía hacer. Y, poniéndose en pie, cantó la más bella canción que nunca nadie hubiese oído.
Y fijaros si lo quiso hacer bien, imaginaos lo que para él debía significar el maestro, pensad todo lo que debía sentir el desaire que hiciera la noche de antes a Helman que, al cantar, pequeñas notas de oro y plata dibujaban en el aire la melodía que salía de su garganta.
Sí, ya lo creo que Helman, el maestro, le oyó;  y supo que era la manera de pedir perdón del pequeño nomo, ya que, al deslizarse la música en su corazón,  una sonrisa apareció  en su rostro y en el cielo, aquella mañana, juntó al sol se dibujó el 
arco iris.

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Escrito en agosto de 1988
Ahora al traspasar este cuento al blog, 
volverlo a leer dejando que me llegue al alma,
le veo múltiples posibilidades para trabajarlo 
en el aula de valores.
¿Tú que piensas?

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