domingo, 1 de marzo de 2020

A orillas del Oria




Hasta los diez  años viví en Tolosa, a orillas del Oria. Mis hermanos y yo nacimos en una preciosa casa de campo, en un chalet, rodeado de verde por todos los costados. Nos separaba del río Oria la carretera que unía Tolosa con Berastegui pasando por Ibarra.  Mi padre trabajaba en la papelera Elduayen  a escasos diez minutos andando.

La casa era muy grande, al menos yo así la recuerdo. Yo dormía con mi hermana mayor en la buhardilla. En mi habitación había una ventana por la que todo lo que veías era campos verdes o sembrados, montañas y un par de caseríos.
Teníamos un salón que estaba siempre cerrado. Solo se usaba en fechas señaladas. Alguna reunión con amigos o para navidades. A mi me gustaba entrar a escondidas y sentarme en un sillón. Allí nadie me buscaba y para mi esa habitación tenía magia.
Allí nos ponían los regalos los Reyes Magos. Teníamos un rincón donde cada hermano ponía los zapatos, para que sus majestades supieran donde dejar a cada uno lo suyo.
La noche de reyes había que acostarse pronto porque si nos encontraban levantados no nos dejarían nada. 
Mis padres según he sabido luego, nos acostaban y se disponían a montar y probar todos los juguetes. Con su botella de champán abierta. 
Ahora que tengo hijos, me  los imagino disfrutando de ese momento mágico en el que iban repartiendo todos los regalos que con tanto mimo habían comprado, asegurándose de que todos estaban en perfecto estado y listos para funcionar. Y poco a poco, mirada a mirada, se iban bebiendo el champán beso a beso. 

Por la mañana bien temprano nos levantábamos las dos mayores y bajábamos a buscar al resto. Avisábamos a mis padres de que habían llegado los reyes y entrábamos al salón.
Todos los años el mismo ritual. Primero dábamos la vuelta a la habitación y pasábamos por cada rincón en el que cada uno tenía lo suyo. Imagino que teníamos una cara digna de foto. Una vez acabada la vuelta cada uno se iba a sus regalos.
Recuerdo el año en que yo había pedido una muñeca que se llamaba Marujita, andaba y cantaba canciones. 
Bueno, seguramente pedí eso y un ciento de cosas más. Mis padres siempre hacían lo mismo: nos compraban una de las cosas que habíamos pedido y , luego, varias tontadicas más que abultaban mucho y llenaban nuestra silla o sillón. 
Recuerdo ese paseo previo por la habitación donde veías todos los regalos de los demás y al final te ibas a tu rincón con la cara de felicidad de ver tanto regalo.


La cocina era otro de mis lugares favoritos; amplia, con una gran mesa rectangular donde  mis hermanos y yo, nos sentábamos a hacer los deberes, con la cocina económica encendida, la leña recién echada y mi madre navegando aquí y allí. Otras veces la mesa se convertía en un taller de manualidades donde  recortábamos, pegábamos,  pintábamos...


Además, teníamos todo el campo que podíamos desear cuando brillaba el sol y los días que llovía o hacía frío, que no eran pocos, en la planta calle teníamos nuestro rincón de juegos, junto al garaje, donde teníamos espacio de sobra para jugar sin estrecheces.

Como espero haberos transmitido yo recuerdo una gran casa, preciosa, donde viví un sin fin de momentos felices mientras crecía junto a mi hermano y mis cuatro hermanas.
🙌🙌🙌🙌🙌🙌🙌🙌🙌🙌🙌

Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020
Reto# 9: Escribe un relato que ocurra en la casa de tu infancia. 
Estaré encantada de recibir tu comentario con tu opinión y propuestas de mejora. ¡Feliz semana!

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