domingo, 2 de agosto de 2020

No era necesario

Apenas hacía una semana que había fallecido el abuelo y ya les encorría el tiempo para poner en venta su piso. ¡Qué poco habían demostrado esa prisa en otras ocasiones! Cuando estaba enfermo y necesitaba de nosotros, cuando se sentía sólo y nos llamaba para que fuéramos, cuando tenía visitas médicas y le hacía falta que lo acompañásemos, el día de su cumpleaños para festejarlo... ¡Nunca estaban disponibles!  En la lectura del testamento estábamos todos, ningún problema para acudir y ahora, para reunirse y hablar de la venta lo mismo:

— Bruno,¡muévete si quieres quedarte con algo del abuelo! —escribió mi hermano Alex en el wassap familiar- mañana van a limpiar el piso y tirarán lo que quede.


Eran casi las tres de la tarde, poco tiempo me daban para ordenar toda una v
ida. En fin, como estaba en casa sin hacer nada, cogí unas cajas que tenía preparadas y me fui a bucear en los recuerdos del yayo.
Mis abuelos nos habían acogido a mis dos hermanos y a mí tras el accidente, cuando murieron nuestros padres. Enseguida,  Marisa que tenía 19 años y Fernando de 23 se fueron de casa de los abuelos. No tenían ganas de normas de viejos, como ellos decían. Tardarían como mucho un año. Yo tenía entonces 16 años y muchos planes en mi cabeza y ellos parecían compartirlos y disfrutarlos.Hace ya diez años de todo esto.



Mi abuela falleció en pocos años, creo que la muerte de su hija, mi madre, fue demasiado duro para ella. Yo me refugié en mi abuelo y creo que él en mí y creamos un vínculo muy especial. 
Abandoné, hace unos dos años, su casa, al irme a vivir con Manuel. Aunque mi abuelo conocía de sobra mi historia y sabía que somos mucho más que amigos, pensé que vernos en actitudes demasiado cariñosas iba a ser incómodo para él. Así que nos alquilamos un pisito cerca y nos tenía dispuestos cuando nos necesitaba. 


Ya en casa del abuelo, al abrir la puerta, me extrañó que no estuviera echada la llave, pero lo entendí nada más pasar el umbral de la puerta. Libros, papeles, ropa, cazuelas... todo tirado por el suelo. Alguien había entrado y buscado, yo que sé que cosa. La casa la había dejado patas arriba por completo.
Miré hacia la puerta. Allí, en el perchero,  seguía impasible la gabardina de la abuela. Invierno y verano, inmóvil, era testigo de la vida de esa casa.
No se habían llevado la tele, ni el ordenador...  era uno de nosotros. No era cualquier ladrón. 

Sin embargo, que yo supiera, mi abuelo no tenía nada. Las joyas de la abuela y su pensión. Fui a su cuarto, ¡qué desastre! En el cajón de su mesilla, tirado en el suelo se veía abierta la cajita de música de la abuela. Ni rastro de su pulsera de pedida, de la medalla que llevó siempre en el cuello, del reloj que le regaló mi abuelo en las bodas de oro, ni de las alianzas de mis padres, que estaban allí desde que murió la yaya y dejaron de colgar de su cadena.

¿Cuánta gente entraba en casa de mi abuelo y, qué más buscaban?

Empecé a pensar en Arcadia, la asistenta, que venía una vez a la semana y alguna vez más cuando el abuelo caía malo. Ella mantenía la casa limpia de todo lo más grande: ventanas, persianas, cocina, baño... y así mi abuelo y yo solo seguíamos la casa con lo que manchábamos a diario. No nos preocupábamos de grandes limpiezas. Arcadia era muy buena en su trabajo. Ella no hubiera necesitado destartalar la casa para llevarse la joyas, sabía de sobra donde estaban.
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Abrí una de las cajas y empecé a recoger la ropa que esparcida por el suelo iba pisoteando sin querer. Me acordé de cubo de la ropa sucia. Miré. Estaba vacío y en el tendedor se balanceaba la última colada de Arcadia, con la ropa de mi abuelo de los últimos días.
No tenía mucho sentido desvalijar una casa y dejar la colada hecha de paso, ¿verdad?
Seguro que había estado allí para dejarnos las cosas listas para la venta. 

Me acordé de Ricardo, el voluntario de la cruz roja, que dos tardes por semana venía para hacer compañía a mi abuelo. Unas veces le ayudaba en su aseo personal, otras iban a comprar. En ocasiones habían ido al cine o al teatro o se quedaban en casa disfrutando de una buena partida de ajedrez.

Sonó mi teléfono justo cuando acababa de guardar toda la ropa en las cajas, era el móvil de mi abuelo...

— ¿Diga? — La voz de Ricardo me sacó de mis sospechas.
— Se le había estropeado a Gregorio el móvil y yo me había quedado al cargo. Te llamo a ti ya que no reconozco ningún otro móvil de su agenda.
—Vale. —Estaba mudo. Tampoco era muy lógico que si él había entrado a robar lo que quiera que fuese, ahora me llamara para devolver un móvil.

Cuando al fin reaccioné, quedamos que me lo acercaría esa tarde. Él quedó en llevarse la ropa al albergue municipal.

Metí en una caja las pocas fotos que guardaba, dos o tres libros especiales para él, la chaqueta de lana  que llevaba todos los inviernos, hecha por mi abuela,  y la gabardina del perchero.

Estando casi a punto de irme llamaron a la puerta...

—¡Hola! ¿Eres uno de sus nietos?
—Sí, Felisa, Soy Bruno. —Felisa era vecina de mi abuelo, puerta con puerta, tenía llaves del piso. 
—¡Su querido Bruno...!  —dijo melancólica—. Ayer vinieron... dos de vosotros... y no veas la que montaron... casi me arrepentí de haberles abierto...
— Marisa y Fernando, supongo —ella asintió—. ¿Sabes lo que buscaban?
—No sé qué papeles, un sorteo... no sé, por lo visto Gregorio había ganado algún dinero y necesitaban un comprobante. 

Me miró como si yo supiera a lo que se refería. Pero no tenía ni idea. Me encogí de hombros.

—Que yo supiera, mi abuelo no jugaba a ningún sorteo, él me lo hubiera dicho. Y de todas formas, Felisa, me da igual. Que se queden con lo que quieran. Yo hace tiempo que disfrutaba de lo más valioso que él tenía, su cariño.

Felisa se fue, dejándome hundido en el sofá. Sollozando. Mis hermanos, qué ruines... 
Pero yo, no tenía fuerzas en ese momento de nada más. Echaba mucho de menos a mi abuelo y eso no me lo iba a pagar ningún dinero. 
Me levanté y bajé a la calle. Guardé la caja en el coche y esperé a que Ricardo llegara con el móvil de mi abuelo.

Me fui a casa y nada más abrir la puerta Manuel salió a mi encuentro. Sin mediar palabra me abracé a él y la cálida presión de sus brazos reconfortó mi triste corazón.

Por la noche, busqué la caja donde había traído los recuerdos de mi abuelo. No la encontré, Sin embargo, en mi despacho vi las fotos colocadas en la estantería y sus libros junto a las novelas de mi biblioteca. Encima de la silla la chaqueta doblada parecía esperar un lugar en mi armario. 

¿Y la gabardina? Salí al pasillo, miré hacia la puerta. Una sonrisa se dibujó en mi cara. Colgada en el perchero de la entrada la gabardina de mi abuela volvía a presidir la entrada. Esta vez la entrada de mi casa.

En el sofá Manuel sonreía con lágrimas en los ojos mientras repasaba el wassap de mi abuelo. Prácticamente todos los días hablábamos con él. 

—¡Mira! —Me tendió el teléfono para que leyera el último mensaje de mi abuelo.
— "Recuerda llevar la gabardina a la tintorería antes del invierno"—Leí en alto extrañado.
—¿Para qué querría llevara a limpiar si no la usaba nunca?

Miré la fecha del mensaje. Ese día ya estaba muy mal. Algo quería decirme. Seguro que intuía su marcha y me había dejado una despedida en la gabardina. Él sabía que se vendría conmigo a su partida.

Busqué en los bolsillos y no tardé en encontrar el regalo de mi abuelo. Un número de la ONCE premiado. Lo había olvidado. Siempre compraba uno para el cumpleaños de mi abuela, Allí estaba. Año tras año. el mismo número. Todos lo sabíamos. 
Miré en internet. ¡¡¡¡ Premiado !!!! 

Misterio resuelto. Eso buscaban. Miré a Manuel y volví a guardar el billete en la gabardina. Nos echamos a reír. No dejaron "títere con cabeza" en casa del abuelo y lo que más a mano y a la vista tenían, les pasó desapercibido. 

Había tiempo para cobrarlo. Pero iba a esperar. Esperaría a que mis hermanos me dijeran lo que buscaban o me preguntaran. Yo no pensaba decir nada de momento. 
Manuel y yo nos reímos a carcajadas como hacía muchos días que no lo hacíamos. 
Guardé de nuevo el boleto en la gabardina y esta volvió al perchero. Inmóvil , testigo silencioso.
¡Qué bien nos conocía mi abuelo!

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Reto#31: Escribe un relato con una gabardina como arma de Chéjov52 retos literup 2020.

Un nuevo reto realizado. Otra vez, literup me ha puesto a buscar información. En esta ocasión buscaba contestar una pregunta:
¿Qué es un “arma de Chéjov”?
Lo primero que hice fue ir a la página de Literup y leer la información que ellos nos dan. Y luego para intentar ampliar o encontrar más pistas busqué en la red y me encontré con  "Escuela de escritura creativa". Después durante toda la semana he estado dándole vueltas a una idea y esta mañana, ha quedado escrita.
ESpero que os guste mi propuesta. He dejado a Bruno con el billete de loteria premiado. ¿Tardarán mucho sus hermanos en reclamarle a Bruno su parte? ¿Les dará vergüenza tras haber invadido la casa del abuelo de esa manera?


10 comentarios:

  1. En momentos asi; se confirma la calidad de cada persona; si bien sabemos como pueden reaccionar nuetros hermanos tenemos nuestras dudas; de seguro se sentiran avergonzados y pedirian perdon eso lo es lo que esperaria; eso pasa por el egoismo que tienen algunas personas; el desapego a los abuelo y muchas veces a los padres cuando se vuelven mayores.
    Cuando fallecio mi bisabuela; al otro dia vendieron todos sus muebles y me dieron sus muñecas que le ellas las cuidaba mucho ,porque de chica no pudieron comprarle,las tuvo de grande; todavia las tengo y cuido. Pero la mejor herencia son sus recuerdos y sus muestras de cariño.
    Un placer leerte me encanta como escribis; tus historias son las que pasan en todas las familia.
    Excelente que cumpliste con el reto!!
    Un beso Jose!

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    1. Gracias por tus palabras, eso es lo que quería transmitir, me alegro haberlo conseguido. Este relato es ficción pero, desgraciadamente, a veces la familia te sorprende. Para mal.
      Saludos!

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  2. ¡Este reto me encanta! Creo que has usado perfectamente la "gabardina" de Chéjov, por llamarla de alguna forma... Me alegro mucho por Bruno, que teniendo hermanos tan rastreros se merece el dinero más que nadie!

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    1. Me alegro acertar con el reto. Me costó: primero saber a qué se refería el reto y luego encontrar la forma de llevarlo a cabo. Pero, al final, salió. Me gusta verte por aquí. Besos.

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  3. Hola, gracias por pasarte por mi blog, he leído esta historia, y que cuan cierto es que la avaricia supera al amor por los nuestros, y ellos se dan cuenta. Me quedo en tu blog, pasaré a leerte mas veces. Saludos.

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  4. Que maravilla de escrito me has hecho salir lagrimas y muchas. La muerte es común todos vamos pal mismo agujero .Los viejos molestan hasta que le toque el turno a ellos....
    Gracias por tus palabras Eres un sol maravilloso lleno de luz

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    1. Si, a todos nos llega. Y el karma está allí, te devuelve la vida como un bumerang.
      Gracias por tus comentarios.

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  5. Me ha encantado tu historia. Suele pasar que cuanto más alejados están de la persona en cuestión son los primeros en pedir la parte que, según ellos "les corresponde"
    Más de lo mismo. Saludos.

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