sábado, 8 de febrero de 2020

Un, dos, tres… el barco velero.

Esta semana, en honor al primer objetivo que tenía este blog, he desempolvado un relato que escribí ya hace tiempo, en noviembre de 1996. Lo escribí al poquito de nacer mi hijo pequeño,tenía cuatro meses y a tan solo unos días del fallecimiento de mi padre. 
El cuento lo guardo escrito a mano y fechado. Me llama la atención que escribiera ese cuento en ese momento. Yo estaba totalmente hundida, perdida. Mis bebés, tenía  otro hijo de 2 años y 10 meses, eran el único motivo para levantarme de la cama. Ese era mi estado de ánimo.
 Por eso me sorprende que en esas circunstanciaras escribiera esta escena, que por otro lado podía ser habitual en mi casa. Entonces echaban un programa por la tele donde hacían manualidades muy  asequibles para gente como yo, negada para las artes plásticas, y pasábamos largas tardes o varios días construyendo con papel, periódicos, cola, rollos de papel higiénico, hueveras... multitud de "inventos" que a la mínima acababan como el pequeño barquito de papel. ¡Cuánto hemos disfrutado los tres!
Decidí abrir este blog para sacar a la luz mis cuentos, 
muchos de ellos escritos como regalo
 a familiares o amigos.
Luego, el gusanillo de escribir ha vuelto a mí,
¡cuánto me gusta escribir!,
y me he enrolado en este reto de escritura.
Así que reutilizo un viejo relato mío y lo hago participe de mi reto
#52RetosLiterup2020.
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Con gran ilusión, el pequeño Jimmy, buscó una hoja de papel. Un precioso barco rondaba por su cabeza toda la semana.
Se sentó en la mesa. Las acuarelas a su izquierda, dos o tres rotuladores a la derecha. El palito de helado lo tenía listo, frente a él, para el mástil. ¡Ojalá ese tubo de pegamento de la estantería no estuviera seco…!
Había que cuidar mucho cómo se hacían los dobles, tan solo unos milímetros de más y parecería una chapuza. Una vez acabado había que pintarlo, adornarlo…
El tiempo se escapaba entre sus dedos sin darse cuenta. Tampoco importaba. Una vez acabado ese barco iba a estar siempre entre sus juegos.
Cuidó cada detalle, disfrutó cada pincelada. Su cara parecía un mapa de colores. Sus ojos cantaban de alegría y una sonrisa dibujaba  felicidad en su rostro.
Ya faltaba poco. Un hormigueo recorría todo su cuerpo y el silencio de la habitación parecía interrumpido por el fuerte latido de su corazón.

("¡El lago…! ")
Pronto iría al lago.
¡Por fin! 
¡Acabado!

 Buscó su abrigo. Se abrochó impaciente, nervioso. Con cuidado, metió el barco en una bolsa. Los pies le encorrían, había que llegar pronto…

Sus pupilas grandes, centelleantes, acompañaban al barco al centro del lago. 
¡Había quedado precioso!
Seguramente era una de las tardes que mejor lo había pasado.
 Había merecido la pena,
 ¡¡¡ solo por verlo navegar!!!

De repente, una lágrima. Tristeza, desasosiego, rabia,  impotencia…
En medio del lago, su barco se hundía sin remedio. 
Nada podía hacer para rescatarlo.

 Lo había olvidado: solo era un barco de papel.

Al volver a casa, miró hacia la mesa: acuarelas, rotuladores, pegamento… Todo hablaba de una tarde feliz y emocionante, llena de pequeños momentos inolvidables. Una sencilla tarde de otoño.Una tarde más… 
¡¡¡ Pero qué tarde!!!

Recogió la mesa, limpió el suelo, encendió la tele. Cuando llegó su madre, cenó como todos los días y se acostó.

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#Reto 6: Haz un relato sin un solo gerundio.
Cuento:"Un, dos, tres… el barco velero", escrito el 16 de noviembre de 1996.

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