Me encanta mirar por la ventana al edificio de enfrente. Con mi telescopio. Observar sin ser vista.
Si las cortinas están descorridas se ve la
gente de dentro. Lo que hacen. Yo me invento lo que piensan, historias enteras
a partir de pequeñas escenas cotidianas.
En uno de esos días,
que dedico a fisgonear, localicé en la lente de mi telescopio una oficina. O eso me
pareció. Una sala llena de mesas, dispuestas
como en pequeñas parcelas, con sus escritorios y pequeñas estanterías o
armarios con sus complementos de trabajo, donde cada una de las personas sentadas
en su “despacho abierto” se dedicaban a no sé muy bien qué asuntos.
Sí, ya sé lo que debes
estar pensando, ¡Vaya entrometida, espiando la vida de los demás! Y tal vez
tengas razón.
Te lo voy a contar,
pero no quiero que lo tomes como una excusa. Sufro sensibilidad química
múltiple (SQM) desde los 16 años. Empecé a notar sus efectos tras una ruptura
amorosa.
Después de llorar como
una tonta durante una semana, en casa encerrada, sin maquillarme y sin casi
comer, me di cuenta que no tenía tantos dolores articulares y musculares, de
los que siempre sufría, y las crisis de “asma” no me daban tanto. Pero vaya,
tampoco le di más importancia.
Al retomar mi
vida de instituto, ya que eso fue al final de verano, empecé a notar muchas
reacciones adversas en la piel, aumentaron de nuevo los dolores y
constantemente sufría síntomas de asfixia. Me empezaron a molestar los olores,
los vapores… pero no era consciente de lo que me pasaba y mi madre empezó a
decirme que estaba entrando en una depresión, que debía superarlo.
Como la comida no me sentaba bien, empecé a
perder kilos. Mi madre asustada me llevó al médico y ya empezaron que si
anorexia, depresión… Bueno, no quiero
alargarme con esto.
La vida siempre me da
una de cal y otra de arena. Mi salud empeoró al punto de que casi no salía de
casa porque era el único sitio donde me encontraba bien y empecé un canal de YouTube
para contar mi día a día, pero como si fuera una historia por capítulos. No dije
en ningún momento que fuera lo que yo vivía.
Empezaron a seguirme
amigos míos y luego se unió gente que le llamó la atención lo real que parecía mi
historia, (¡cómo para no!), me hice conocida en las redes.
Acabé teniendo
seguidores con mi misma enfermedad. Fui investigando, contrastando, publicando
cuanto encontraba curioso o útil… constatando,
poniendo nombre a lo que me pasaba…
El caso que lo que
empezó como entretenimiento, huida, acabó por darme beneficios y hoy vivo de
esto. De mi canal. Donde cuento mi vida y todo lo relacionado con mi enfermedad,
(documentación, hechos reales, consejos desde mi experiencia…) , de las
historias que escribo, que cuento en el
canal o autopublico.
Gracias a estos
ingresos, con 18 años me fui de casa harta de la incomprensión ante mi
enfermedad y me alquilé un pequeño ático que es mi burbuja vital. Otro día, si
quieres te cuento más de mi historia.
El caso que en un
cumpleaños, mis amigos, me regalaron este telescopio que se convirtió en los
ojos de mis novelas. ¡Si, lo sé! Me meto en la intimidad de gente anónima que
no se lo merece… ¡Pues que corran las cortinas!
A lo que iba. Esa
oficina pensé que sería la fuente de inspiración para la tan ansiada trilogía
que llevo queriendo escribir hace tiempo. (Decirte que ya tengo 23 tacos… llevo
muchos vídeos de YouTube y varias novelas autopublicadas. Y no me quejo.)
Tras días y días de tediosa “retransmisión”, en que
me siento frente a mi ventanal y miro por el
telescopio, observando hora tras hora, a
los trabajadores de esa oficina…
¡Qué hastío! No se van a tomar café, o al baño o a hablar con sus compañeros. No
interaccionan ni visualmente con sus compañeros más cercanos… no se levantan de
la silla ni para estirar las piernas… No creo ni que naveguen por internet en
su rato de descanso.
¡Su expresión facial
no cambia salvo cuando hablan por teléfono! En cuanto cuelgan y se ponen a
rellenar la ficha o lo que quieran que rellenen vuelve la inexpresión total a
su cara.
La verdad que antes del
confinamiento observé que esa oficina estaba vacía. Seguramente teletrabajaban
desde casa. Luego poco a poco empezaron a acudir. Sin mezclarse ni relacionarse con los demás,
sin tocar más que lo estrictamente necesario. Limpiando con su “espray especial”
cada superficie que conforma su oficina personal, el lugar de trabajo de cada
uno.
Llegan con sus mascarillas,
que no se quitan hasta que están sentados con todo super desinfectado. Entran y
salen escalonadamente y estoy muy lejos para oírlo, pero a veces intuyo que ni si quiera hay hilo musical común. Incluso creo
que el silencio no existirá, que un leve murmullo de voces al teléfono, de
unos y otros, se entremezclará y evitará
que los oídos se pierdan en el absoluto silencio.
He pensado que tal
vez, en cada escritorio trabaja un empleado de diferentes compañías telefónicas,
comerciales a comisión que deben evitar que la competencia les hunda. O tal vez
son corredores de bolsa, enfrascados en sus algoritmos y entramados empresariales
para conseguir el mayor beneficio para sus clientes, y por ende para
ellos. A veces imagino que pueden ser psicólogos
online, buscando acaparar mayor número de pacientes que su vecino de mesa…
No sé. Pero entrar a
las ocho de la mañana, sentarte en una mesa, producir beneficios e irte para casa, no es el trabajo que me gustaría tener.
Casi me aburro yo
menos. encerrada en mi casa, al no poder salir, que ellos estando rodeados de
gente todo el día.
¿Habrá sido siempre
así, o será consecuencia del bichito “que nos habita”?
Hablando con mi amiga
Edurne, en la vídeo llamada semanal que nos regalamos, me ha dicho que cómo voy
a escribir una historia sobre una oficina real si vivo la vida desde mi
ventana.
—¡Qué sabrás tú de
oficinas! —Hemos explotado las dos en una carcajada.
Me ha hecho pensar, más bien fantasear. ¿Y si no es una sola oficina, sino diferentes oficinas en distintas dimensiones
que por la razón que sea confluyen en ese punto, y lo que a mí me parecen seres
humanos son seres extraterrestres, de diferentes mundos que ni siquiera se ven?
Bueno, este es el hilo del que creo que debo tirar para mi trilogía. ¡Cuándo aceptaré que lo que mejor se
me da es inventar, imaginar historias sorprendentes, irreales, de otros mundos!
Me da rabia. Sabes. La
fantasía es el mundo en el que me muevo, la fantasía me ha salvado de todo. El
mundo real lo tengo prohibido.
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Hola, Jose, me ha encantado tu relato y tu blog.
ResponderEliminarUn buen arranque es vital para enganchar al lector. Dejame decirte que desconocía esta enfermedad, la cual, es el hilo de esta magnífico relato. Muy bien descrito el aburrimiento, y la forma tan laboriosa y ensimismada de los trabajadores en ese ámbito. Es posible que también sea un surgimiento de máquinas, cyborgs. 😀
Recien me anote a los retos, se me había pasado por alto este año.
¡Un placer leerte!
¡Ánimo con tus retos! y te espero por aquí siempre que quieras.
Eliminar¡Nos leemos!
Hola, Jose.
ResponderEliminar¡Qué buenísimo relato para la Ventana! Como te he comentado en el Acervo, si te apetece lo agrego al listado de participación, porque encaja perfectamente.
La verdad es que cada uno tiene sus problemas y la felicidad se alcanza cuando nos adaptamos a esa otra forma de vivir, a veces necesaria e irremediable.
Algunos vivimos cómoda y tranquilamente entre nuestras cuatro paredes, sin importar el tiempo que pasemos sin salir a la calle; pero no es lo mismo cuando una enfermedad o inconveniencia te lo impide realmente.
Imaginar las historias de las personas que observamos es una buena forma de vivir otras vidas. Puede parecer cotilleo o intromisión, pero si no haces daño con ello, ¿qué problema hay? ¿No es eso, en realidad, lo que hacen todos los escritores, inventar vidas?
Me encantó tu relato y me ha dado algunas ideas para futuros VadeRetos.
Muchas gracias por compartirlo. Felicidades.
Un Abrazo grande.
Me alegra que te haya gustado y sobre todo que te sirva de inspiración para tus magníficos retos. Si ves que te encaja en el reto, sin inconvenientes por el contexto en que fue escrita, lo añades. Encantada de participar. Saludos
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