A veces lo que parece que va a ser la aventura más maravillosa de tu vida se convierte en poco menos que una pesadilla. Bueno, hablamos de una pesadilla para una chica de 19 años a la que su padre le ofrece un día un trabajo de verano que a ella le parece el mejor regalo del mundo.
Aún no habían acabado
las clases. Y ese fin de semana tenía todavía que acabar trabajos y preparar
exámenes. Hubiera preferido quedarme en la residencia a estudiar tranquilamente,
a mi ritmo.
En casa, reñiría con mis
hermanas o discutiría con mi madre, como de costumbre. Además, no disponía de la intimidad que la habitación de la residencia brindaba: silencio, calma, paz… allí
me sentía feliz. Sola, pero feliz.
Pero las normas eran
las normas: el fin de semana, a casa.
Sin embargo, ese
viernes me esperaba una bonita sorpresa. Al menos así me lo tomé yo. Papá había pensado en mí para cubrir un puesto de
auxiliar administrativa en la fábrica donde él trabajaba como ingeniero jefe. Que
mi padre pensara que podía estar a la
altura y que él confiara en ello, supuso un regalo para mi autoestima. Así que
acabé el curso expectante de lo que me esperaba
en aquella oficina.
Mi padre trabajaba en
una empresa papelera y para el verano siempre contrataban a una persona más
para la oficina para poder ir dando vacaciones a las fijas y tener a una
persona para atender el teléfono, (que era lo que no quería hacer nadie cuando faltaba
la titular).
El primer día estaba
como un flan: nerviosa por no conocer a
nadie, por la presión de ser hija de quiera era y dejarlo en buen lugar y por estar
a la altura de lo que me pidieran.
En un principio lo que
me encomendaron era laborioso pero no difícil, la única pega era el teléfono. Hablaban
muy deprisa, dando por hecho que sabía quienes eran y llamaban cientos de veces
para lo mismo. ¡Era una locura!
Aquel día, en la
oficina todo iba de mal en peor. Me habían dejado a mí sola la centralita de
teléfono. Me estaban volviendo loca entre unos y otros. Cada vez que descolgaba
el teléfono, una voz desconocida quería o preguntaba algo que yo no sabía cómo
resolver. La mitad de las veces ni siquiera había entendido el nombre de mi
interlocutor así que a la hora de pasarla a su destinatario tampoco sabía
anunciar bien quién llamaba.
Lo fácil habría sido
que me lo hubiera tomado con calma y tranquilidad, y si no entendía el nombre,
preguntar de nuevo o las veces necesarias para mí: “¿Quién es?” o “perdón, ¿quién
ha dicho que era?
Pero era el tercer día
en la oficina y, a pesar de que el resto de mis cometidos los llevaba muy bien,
el teléfono era mi mayor suplicio. Cada día muchas llamadas, demasiadas
repetidas, por la misma persona. Sin embargo era incapaz de reconocer las
voces.
Debería habérmelo
tomado con más “filosofía”, no haberme exigido hacerlo todo bien. Pero como
siempre, me estaba machacando: “qué tonta que soy”, “cómo seré tan torpe” …
Y cada vez estaba más nerviosa, las llamadas
se mezclaban las unas con las otras.
Los transportistas
llamaban nerviosos y ansiosos por conseguir un viaje para no volver de vacío o
por tener un nuevo pedido. El jefe les estaba dando largas e insistían una y
otra vez en hablar con él, quien ya estaba empezando a alterarse.
En ocasiones el lenguaje que utilizaban,
llevados por los nervios y tal vez por la torpeza o inexperiencia de la
telefonista (o sea, yo), era falto de educación, grosero, soez…
Debería haberme comido
la timidez y haber pedido ayuda a la persona que normalmente estaba en ese
puesto y que, gracias a mí, se había librado del teléfono. Pero se me fue
acumulando el desánimo…
En el peor momento de mi
estado de nervios, a punto de levantarme y echarme a llorar, el jefe comunicó conmigo:
—Cuando vuelva a llamar
Juan, de Transportes Guridi, dile que mañana a las 6 esté en el almacén para
cargar. A los demás diles que no hay nada de momento.
Eso me dio un momento
de tranquilidad y bajé la guardia, a todos les diría que no, excepto a Transportes
Guridi y la centralita quedaría ese día callada, al fin.
No tardó mucho en volver
a echar humo la centralita. Pero iba diciendo que no a todos, hasta que llamó
el interesado y le di las instrucciones. Ya estaba tranquila, todo, por fin
había salido bien.
Sin embargo faltaba
una última llamada… Transportes Guridi…
Y entonces, ¿a quién
le había dado el viaje? ¿Qué haría ahora para solucionarlo?
Los que me podían ayudar,
el jefe y mi padre, no estaban. En la
oficina estaba yo sola cerrando. (Estoy hablando de un momento en que aún los móviles
ni se utilizaban).
¡Qué follón había
montado! Volví casa. Al llegar mi padre aún no había llegado. Cuando se lo conté,
me contestó que el mal ya estaba hecho, que llamaría él al jefe y si podía se
solucionaría.Pero no pudo ser…
A las 6 de la mañana se presentaron los dos transportistas, pero uno de ellos se fue con las manos vacías y habiendo gastado su tiempo y dinero en el viaje.
A las 6 de la mañana se presentaron los dos transportistas, pero uno de ellos se fue con las manos vacías y habiendo gastado su tiempo y dinero en el viaje.
Nada más llegar el jefe
me llamó a su oficina. La verdad que no me acuerdo de lo que me dijo. Era tanta
la vergüenza que sentía por semejante metedura de pata que no sé si escuché lo
que me dijo.
Había hecho perder
dinero a un trabajador, el jefe estaba, naturalmente, decepcionado conmigo
(otros veranos una de sus hijas ocupaba ese puesto), imaginaba que mi padre
estaba, como es natural, arrepentido de haberme dicho lo del trabajo, todo el
mundo en la oficina sabía lo que había pasado…
¡Qué fracaso! ¡No
sabía hacer bien ni el más simple de los trabajos!
Recuerdo que pasé un
verano regular, se me hicieron muy largos los meses. Ya no volví a meter la pata
pero ese incidente hizo que mi primer trabajo serio se convirtiera en
una espinita clavada en los más profundo de mí. Me costó muchos días quitármelo
de la cabeza. Iba con miedo de volver a montarla otra vez.
No recuerdo si mi
padre me volvió a hablar de ese tema. Creo que no. Y cada vez que veía al jefe
se me caía la cara de vergüenza, era además amigo de mi padre.
En fin, lo que podía haber
sido un repunte en mi autoestima fue todo lo contrario por culpa de aquella fatídica
llamada.
👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀
Un poco tarde, pero aquí está el relato de esta semana.Sé que tengo pendiente visitaros por vuestros lares, y a no tardear mucho lo voy a hacer. DE momento os agradezco infinito tods los comentarios que me habéis ido dejando.
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