jueves, 23 de julio de 2020

¡Qué más puede pasarme!


A veces lo que parece que va a ser la aventura más maravillosa de tu vida se convierte en poco menos que una pesadilla. Bueno, hablamos de una pesadilla para una chica de 19 años a la que su padre le ofrece un día un trabajo de verano que a ella le parece el mejor regalo del mundo.
Aún no habían acabado las clases. Y ese fin de semana tenía todavía que acabar trabajos y preparar exámenes. Hubiera preferido quedarme en la residencia a estudiar tranquilamente, a mi ritmo.
En casa, reñiría con mis hermanas o discutiría con mi madre, como de costumbre. Además, no disponía de  la intimidad que la habitación de la residencia brindaba: silencio, calma, paz… allí me sentía feliz. Sola, pero feliz.
Pero las normas eran las normas: el fin de semana, a casa.
Sin embargo, ese viernes me esperaba una bonita sorpresa. Al menos así  me lo  tomé yo.  Papá  había pensado en mí para cubrir un puesto de auxiliar administrativa en la fábrica donde él trabajaba como ingeniero jefe. Que mi  padre pensara que podía estar a la altura y que él confiara en ello, supuso un regalo para mi autoestima. Así que acabé el curso expectante de lo que me  esperaba en aquella oficina.
Mi padre trabajaba en una empresa papelera y para el verano siempre contrataban a una persona más para la oficina para poder ir dando vacaciones a las fijas y tener a una persona para atender el teléfono, (que era lo que no quería hacer nadie cuando faltaba la titular).

El primer día estaba como un flan:  nerviosa por no conocer a nadie, por la presión de ser hija de quiera era y dejarlo en buen lugar y por estar a la altura de lo que me  pidieran.
En un principio lo que me encomendaron era laborioso pero no difícil, la única pega era el teléfono. Hablaban muy deprisa, dando por hecho que sabía quienes eran y llamaban cientos de veces para lo mismo. ¡Era una locura!
Aquel día, en la oficina todo iba de mal en peor. Me habían dejado a mí sola la centralita de teléfono. Me estaban volviendo loca entre unos y otros. Cada vez que descolgaba el teléfono, una voz desconocida quería o preguntaba algo que yo no sabía cómo resolver. La mitad de las veces ni siquiera había entendido el nombre de mi interlocutor así que a la hora de pasarla a su destinatario tampoco sabía anunciar bien quién llamaba.
Lo fácil habría sido que me lo hubiera tomado con calma y tranquilidad, y si no entendía el nombre, preguntar de nuevo o las veces necesarias para mí: “¿Quién es?” o “perdón, ¿quién ha dicho que era?
Pero era el tercer día en la oficina y, a pesar de que el resto de mis cometidos los llevaba muy bien, el teléfono era mi mayor suplicio. Cada día muchas llamadas, demasiadas repetidas, por la misma persona. Sin embargo era incapaz de reconocer las voces.
Debería habérmelo tomado con más “filosofía”, no haberme exigido hacerlo todo bien. Pero como siempre, me estaba machacando: “qué tonta que soy”, “cómo seré tan torpe” …
 Y cada vez estaba más nerviosa, las llamadas se  mezclaban las unas con las otras.
Los transportistas llamaban nerviosos y ansiosos por conseguir un viaje para no volver de vacío o por tener un nuevo pedido. El jefe les estaba dando largas e insistían una y otra vez en hablar con él, quien ya estaba empezando a alterarse.
 En ocasiones el lenguaje que utilizaban, llevados por los nervios y tal vez por la torpeza o inexperiencia de la telefonista (o sea, yo), era falto de educación, grosero, soez…
Debería haberme comido la timidez y haber pedido ayuda a la persona que normalmente estaba en ese puesto y que, gracias a mí, se había librado del teléfono. Pero se me fue acumulando el desánimo…

En el peor momento de mi estado de nervios, a punto de levantarme y echarme a llorar, el jefe comunicó conmigo:
—Cuando vuelva a llamar Juan, de Transportes Guridi, dile que mañana a las 6 esté en el almacén para cargar. A los demás diles que no hay nada de momento.
Eso me dio un momento de tranquilidad y bajé la guardia, a todos les diría que no, excepto a Transportes Guridi y la centralita quedaría ese día callada, al fin.
No tardó mucho en volver a echar humo la centralita. Pero iba diciendo que no a todos, hasta que llamó el interesado y le di las instrucciones. Ya estaba tranquila, todo, por fin había salido bien.
Sin embargo faltaba una última llamada… Transportes Guridi…
Y entonces, ¿a quién le había dado el viaje? ¿Qué haría ahora para solucionarlo?
Los que me podían ayudar, el jefe y mi padre, no estaban.  En la oficina estaba yo sola cerrando. (Estoy hablando de un momento en que aún los móviles ni se utilizaban).
¡Qué follón había montado! Volví casa. Al llegar mi padre aún no había llegado. Cuando se lo conté, me contestó que el mal ya estaba hecho, que llamaría él al jefe y si podía se solucionaría.Pero no pudo ser…
 A las 6 de la mañana se presentaron los dos transportistas, pero uno de ellos se fue con las manos vacías y habiendo gastado su tiempo y dinero en el viaje.
Nada más llegar el jefe me llamó a su oficina. La verdad que no me acuerdo de lo que me dijo. Era tanta la vergüenza que sentía por semejante metedura de pata que no sé si escuché lo que me dijo.
Había hecho perder dinero a un trabajador, el jefe estaba, naturalmente, decepcionado conmigo (otros veranos una de sus hijas ocupaba ese puesto), imaginaba que mi padre estaba, como es natural, arrepentido de haberme dicho lo del trabajo, todo el mundo en la oficina sabía lo que había pasado…
¡Qué fracaso! ¡No sabía hacer bien ni el más simple de los trabajos!
Recuerdo que pasé un verano regular, se me hicieron muy largos los meses. Ya no volví a meter la pata pero ese incidente hizo que mi primer trabajo serio se convirtiera  en una espinita clavada en los más profundo de mí. Me costó muchos días quitármelo de la cabeza. Iba con miedo de volver a montarla otra vez.  
No recuerdo si mi padre me volvió a hablar de ese tema. Creo que no. Y cada vez que veía al jefe se me caía la cara de vergüenza, era además amigo de mi padre.
En fin, lo que podía haber sido un repunte en mi autoestima fue todo lo contrario por culpa de aquella fatídica llamada.
👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀👀

Un poco tarde, pero aquí está el relato de esta semana.Sé que tengo pendiente visitaros por vuestros lares, y a no tardear mucho lo voy a hacer. DE momento os agradezco infinito tods los comentarios que me habéis ido dejando.
Reto#29. Haz una historia sobre una llamada que sale muy mal.52 retos literup 2020.


No hay comentarios:

Publicar un comentario