Pero de momento,
estaba sentada en la cafetería del pueblo con su amigo de toda la vida contándole
que por fin una editorial importante iba a apostar por ella. Sus cuentos, sus
ilustraciones, sus novelas… todo parecía empezar a tomar vida, a ocupar su
espacio. En el mejor momento.
El último año sus
hijos habían volado prácticamente solos, la madre lavandera, cocinera, chacha,
enfermera, compradora de todo, maestra … esa madre había quedado atrás y ahora
era la madre a la que llamaban para compartir sus buenos y malos ratos, para
pasar juntos una tarde de compras, para recibir algún consejo. Esta madre
también le gustaba ser. Sus niños ya habían crecido y entre el final la
universidad y demás proyectos, sus dos hombrecitos empezaban a disfrutar de una
vida propia en la que de momento estaba encantada de poder participar cuando la
dejaban.
—Pensaba que estabas contenta con autopublicar,
con tu página web, tu firma de ejemplares…—Mira extrañado a su amiga.
—Y lo estaba, o eso pensaba. No tengo
muchos ingresos, pero algo cae y con los encargos de ilustración, corrección de
novelas y trabajos universitarios me mantengo como autónoma. He podido
realizarme como madre y profesional a la vez. Pero ahora es otra cosa… ¡me
vienen a buscar!, ¡me ofrecen contrato! —le dice sin poder ocultar toda su emoción
contenida.
—
¿Y todo a partir de autopublicar? —pregunta incrédulo, sorprendido.
—
Sí, las editoriales van buscando y observando. Mi última novela ha
funcionado muy bien en varias plataformas online para escritores; voy ya por la
tercera edición.
—
Y lo de los cuentos y dibujos, ¿cómo ha sido? —Está sorprendido. Lleva años oyéndola hablar de sus historias, las visitas a su blog, los seguidores de
su novela y de repente se le presenta con un contrato.
—
He ido con mi “Buk”. Como se dice ahora. Tengo varios cuentos ilustrados,
uno en proyecto y estoy trabajando en ilustrar un cuento de encargo… vamos le
he vendido todo mi potencial. Llevo una semana preparando esta entrevista —No
se había fijado antes en el maletón con el que había llegado. Con sus rueditas y
todo.
—
Te llega en el mejor momento. —Ella
sonríe picarona.
—
Pues sí, 45 años, muy bien puestos —dice dándole un golpecito cómplice en
el brazo—, mis hijos volando por su cuenta, Iñigo viento en popa con su empresa…
—
Vamos, ¡todo a favor! —Se abrazan felices.
—
Pues sí. — Le mira con cariño y
satisfacción, al separarse—. Y tú puedes disfrutarlo conmigo, como todo lo que
hemos compartido juntos.
—
Y espera a que venga Cristian y se lo cuente, se pondrá tan contento como
yo. —Desde que se encontraran de pequeños en la consulta del sicólogo infantil
de menores, ya no habían perdido nunca el contacto. A pesar del ir y venir de
sus vidas.
Al salir del bar la
sonrisa no le cabía en la cara. ¡Era tanto lo que la vida le sonreía!. Y poderlo
compartir con su amigo, Luismi, al que la vida le devolvía todo lo bueno que él
se merecía era, una de las cosas que más le satisfacían.
Con «el manos libres» había hablado con Iñigo y este le había prometido que lo celebrarían con una de
esas cenas especiales que él solía preparar. Saldría un poco antes de la oficina,
era un día de poco lío y lo prepararía todo antes de que ella volviera de
hablar con su hermano de corazón.
Entró en casa
entusiasmada, nerviosa deseando abrazarlo, besarlo. Pero nada más entrar supo
que algo no iba bien… no sonaba jazz, el siempre se ponía su música preferida
para preparar estas noches románticas. Tampoco olía a todas esas especias que
utiliza en sus salsas y que llenan el ambiente de un aroma especial. Y no la
había llamado, desde donde quisiera que estuviera, para hacerle saber que la
esperaba ansioso. Fue ella la que lo llamó varias veces sin obtener respuesta.
El teléfono sonó. Era él.
—¡Iñigo! ¿Dónde estás?
Pensaba…
—Acércate a casa de Rosa
y Javi, por favor.
Ellos eran sus vecinos.
Habían hecho amistad a través de Marina, la niña que tenían en
acogida hacía dos años y que poco a poco se había ido ganando el corazón de toda
la familia y vecinos.
Al llegar, la puerta
estaba abierta y se oía llorar a la niña. Iñigo hablaba con al menos dos personas
de las que no era capaz de reconocer sus voces. Nada más verla Marina se lanza
hacia ella y se le agarra a la cintura, tan fuerte que casa duele.
—¡No dejes que me lleven,
no les dejes, deja que me quede contigo…!
Iñigo le explicaba
algo, una mujer tiraba de Marina para separarla de ella mientras le decía no sé
qué y el hombre que completaba la escena también la miraba y hablaba. Ella estaba
en shock y solo alcanzaba a escuchar a Marina que cada vez se apretaba más a
ella, desconsoladamente y gritando.
—Deja que me quede
Cris, por favor, deja que me quede…
Se agachó, como pudo,
para tener sus ojos a la altura de la niña, y hablándole suavemente consiguió despegarla
de ella y calmarla.
—Qué ha pasado, princesa,
¡cuéntame! —Todo a su alrededor desaparece y deja de escuchar. Ahora solo está
para Marina.
—Veníamos de la playa
y el camión… papá se salió de la carretera… dimos vueltas… mamá no contestaba y
papá no podía moverse… llamé a urgencias como papi me dijo y ahora yo… mamá…
papá…
—Ven aquí, pequeña,
calma. Se va a solucionar. —La coge en brazos; parece hacerse pequeñita por
momentos. Se calma abrazada a su cuello y al fin es capaz de prestar atención a
todos para enterarse de lo ocurrido.
Al volver de la playa
un camión se había cruzado en la carretera provocando un choque múltiple. Su
madre estaba en coma y su padre con un fuerte conmoción y problemas de
movimiento. En el hospital habían llamado a menores para que se hicieran cargo
de la pequeña que no había sufrido más que rasguños, milagrosamente.
Pobre pequeña. Le recuerda
a ella misma a su edad. Cuando le quitaron la custodia a su abuela y empezó a rodar
de casa en casa de acogida. No era una niña fácil, tampoco la situación se lo
facilitaba. Su abuela siempre estuvo cerca, pendiente, luchando por cada porción
de derecho parental que le concedían. Le hacía sentir que no estaba sola, su
abuela luchaba por ella.
—Cris, podemos hablar
—Íñigo teme que Cristina va a olvidarse de todo lo que está por llegarles, sus
planes, sus sueños. Los nuevos proyectos que ella tiene entre manos…
Iñigo la arrastró
hacia el pasillo en cuanto pudo despegarla de Marina dejándola de la mano de la
trabajadora social.
—No pretenderás
quedarte con la niña, ¿verdad?
—No sé. Está tan asustada,
tan perdida…
—No puedes permitir
que lo que a ti te pasó se interponga entre lo que quieres y lo que crees que
debes hacer. Es menores quien debe hacerse cargo de ella.
—Esta noche, Iñigo. Ya
ha pasado por mucho por hoy. En nuestra casa ha estado muchas veces, para
ella será más fácil aquí.
—Vale. ¿Y mañana?
—En principio mañana
puedo hacerme cargo de llevarla a menores, de visitar a sus padres, avisar a
la familia… —La miró contrariado—. ¿Tú te ves capaz de verla irse llorando con
esos desconocidos?
—Por favor, Iñigo. Deja
que me quede —Nota la presión de los bracitos de la niña a la altura de su cintura.
—¡Marina!
La niña había salido
al pasillo, claramente estaba oyéndolos hablar o al menos imaginaba la
conversación. Se agachó y la tomó en brazos. Es chiquitina para su edad y entre
sus brazos aun se lo parece más.
Se quedaron con ella
esa noche y alguna más. Los días pasaban, desde menores trabajaban en el
papeleo, en la búsqueda de la mejor solución. Marina visitaba a sus padres con
Cristina y sus esperanzas de volver empezaban a ser una posibilidad. La niña
estaba haciendo hueco poco a poco en el tullido corazón de su padre que había
temido que el amor de su vida lo dejara solo de repente. Marina desapareció. Se
olvidó de ella, solo tenía lugar para su mujer. Los médicos decían que era efecto del traumatismo, pero mientras Marina estaba en
tierra de nadie.
Cristina desde el
primer momento escuchó en su interior la voz de su abuela siempre repitiéndole
cuando era pequeña: “Estaremos siempre juntas, amor. Tú no te preocupes”. Su
abuela la hacía sentir segura y disipaba esos sentimientos de soledad que la
rodeaban de familia en familia de acogida. Y nunca se rindió, aprovechaba cada
minuto que la dejaban estar con su nieta. Hasta que llegó Marta, su última madre
de acogida. Una viuda encantadora que la recogió con catorce años y a pesar de
estar ella cerca de los setenta tenía tanta vitalidad y ganas de ser feliz que se
las contagió a Cristina. Además, desde el principio, integró a su abuela en la
familia, y estaba a todas horas con ella, o iban a la residencia a verla, donde
ella vivió sus últimos años o estaba con ellas en casa de Marta invitada con cualquier
excusa. Cuanto amor recibió. Le devolvió la confianza, la tranquilidad, le ayudó
a construirse un futuro. Esa inmensa generosidad de Marta le hacía sentirse
obligada a devolver parte de todo aquel regalo de vida que a ella le hicieron.
Y así fue como Marina
se quedó con Iñigo y Cristina. Ambos adaptaron de nuevo su vida a la nueva
prioridad y afrontaron el futuro día a día, como siempre hicieran cuando sus
hijos eran pequeños. Cristina sabía como encajar sus necesidades con las de
Iñigo para no tener que abandonar ninguno sus obligaciones, Iñigo siempre encontraba
la pieza adecuada para el puzle de sus vidas y hasta Marina había ido
adaptándose a la familia hasta el punto de que era un eslabón importante en esa
cadena de felicidad.
Aquella noche Cristina
llegaba muy tarde a casa. Había ido a la ciudad a una reunión importante con la
editorial, pues pronto empezaba la gira promocional de su novela. Había tenido
que ajustar los viajes al verano, para no desatender el ritmo de Marina, su
cole, sus amigos, sus actividades, el hospital… Había implicado a todos en su
proyecto y al final todo había encajado de maravilla.
Sus hijos se habían
comprometido a cuidar de la pequeña en determinadas fechas, Iñigo se había
guardado días de vacaciones y algún día se la podría llevar a la oficina y
Cristina con todo ese engranaje de buenas intenciones había ido a la editorial
a cuadrar el calendario. Llegaba rendida a casa.
Al entrar en casa suena
un cálido saxofón de fondo.
—¡Jazz! —piensa.
Un aroma a azafrán y
curri le guía por el pasillo y al fondo se oye la voz de Iñigo que le llama:
—¡Estoy en la cocina!
Allí lo encuentra,
delantal puesto y sartén por le mango. Se acerca y la rodea con sus brazos. Se
besan.
—¿Todo esto?
—Hoy Marina tenía baloncesto,
he aprovechado. —Se vuelven a besar—. Me quedan unos quince minutos, tienes tiempo
justo de una ducha rápida.
—¡Me vendrá de
maravilla!
Marina siempre llegaba
agotada de sus entrenamientos. Esos días poca después de las nueve caía rendida
en la cama.
Se fue a la ducha de tirón. El día había sido
de los mejores del último semestre. Por la mañana había estado en el hospital y
el padre de Marina había preguntado por ella. Por fin reaccionaba. Parecía que
su mujer empezaba a dar muestras de responder al tratamiento. Se lo contó a
Marina comiendo y la luz de la esperanza le dibujó una sonrisa tierna y tranquila
que hacía días no veía en la niña.
Aquel día la ducha le
resultó totalmente reparadora. El día del accidente puso en jaque toda la vida
que tenían pensada en ese momento Iñigo y ella. Su recién recuperada intimidad,
la casa de nuevo era de ellos. Su nueva libertad para disponer de su tiempo a
sus anchas y que nada intercediera en su inspiración para escribir, sus planes
con los chicos… Todo lo aparcó para acoger a Marina y sin embargo en vez de
perder todos habían ganado con su decisión.
Al llegar al salón
Iñigo le esperaba con una copa de vino, brindaron se sonrieron, cenaron, se
besaron…
Y la velada se alargó
hasta que los besos y las caricias les empacharon.
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Aquí estoy de nuevo. Una semana más. Este relato me ha quedado un poco largo lo sé y además estoy un poco insegura con el uso que he hecho de los tiempos verbales, mezclando pasado y presente, para dar énfasis a algunas partes, pero que no sé si es correcto. Me gustaría que si lo lees me comentaras tu opinión. Gracias
Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020.
maravillosa entrada que tiene la mezcla necesaria como para triunfar
ResponderEliminarMe has encantado
¡Grscias por tu visita!
Eliminar¡Hola! Me ha encantado y creo que el cambio de tiempo verbal está bien planteado.
ResponderEliminarMe quedo con una frase o, más bien, con la descripción de un tipo de persona: siempre encontraba la pieza adecuada para el puzle de sus vidas. Este tipo de personas se necesitan mucho.
Cuídate mucho y te mando un abrazo.
¡Hola! Gracias por tu opinión, lo del verbo me trajo de cabeza. Me alegro que te haya gustado esa descripción, busqué mucho esa parte, quería expresar como eran el uno para el otro, ni uno más ni otro menos. Si ese tipo de personas son necesarias.
Eliminar¡Muchas gracias por tu visita!