domingo, 10 de mayo de 2020

Torear con la vida




No sabía todavía que esa felicidad que le embriagaba se le iba a nublar en cuanto llegara a casa.
Pero de momento, estaba sentada en la cafetería del pueblo con su amigo de toda la vida contándole que por fin una editorial importante iba a apostar por ella. Sus cuentos, sus ilustraciones, sus novelas… todo parecía empezar a tomar vida, a ocupar su espacio. En el mejor momento.
El último año sus hijos habían volado prácticamente solos, la madre lavandera, cocinera, chacha, enfermera, compradora de todo, maestra … esa madre había quedado atrás y ahora era la madre a la que llamaban para compartir sus buenos y malos ratos, para pasar juntos una tarde de compras, para recibir algún consejo. Esta madre también le gustaba ser. Sus niños ya habían crecido y entre el final la universidad y demás proyectos, sus dos hombrecitos empezaban a disfrutar de una vida propia en la que de momento estaba encantada de poder participar cuando la dejaban.

—Pensaba que estabas contenta con autopublicar, con tu página web, tu firma de ejemplares…—Mira extrañado a su amiga.
—Y lo estaba, o eso pensaba. No tengo muchos ingresos, pero algo cae y con los encargos de ilustración, corrección de novelas y trabajos universitarios me mantengo como autónoma. He podido realizarme como madre y profesional a la vez. Pero ahora es otra cosa… ¡me vienen a buscar!, ¡me ofrecen contrato! —le dice sin poder ocultar toda su emoción contenida.
   ¿Y todo a partir de autopublicar? —pregunta incrédulo, sorprendido.
   Sí, las editoriales van buscando y observando. Mi última novela ha funcionado muy bien en varias plataformas online para escritores; voy ya por la tercera edición.
   Y lo de los cuentos y dibujos, ¿cómo ha sido? —Está sorprendido. Lleva años oyéndola hablar de sus historias, las visitas a su blog, los seguidores de su novela y de repente se le presenta con un contrato.
   He ido con mi “Buk”. Como se dice ahora. Tengo varios cuentos ilustrados, uno en proyecto y estoy trabajando en ilustrar un cuento de encargo… vamos le he vendido todo mi potencial. Llevo una semana preparando esta entrevista —No se había fijado antes en el maletón con el que había llegado. Con sus rueditas y todo.
   Te llega en el mejor momento.  —Ella sonríe picarona.
   Pues sí, 45 años, muy bien puestos —dice dándole un golpecito cómplice en el brazo—,  mis hijos volando por su cuenta, Iñigo viento en popa con su empresa…
   Vamos, ¡todo a favor! —Se abrazan felices.
   Pues sí.  — Le mira con cariño y satisfacción, al separarse—. Y tú puedes disfrutarlo conmigo, como todo lo que hemos compartido juntos.
   Y espera a que venga Cristian y se lo cuente, se pondrá tan contento como yo. —Desde que se encontraran de pequeños en la consulta del sicólogo infantil de menores, ya no habían perdido nunca el contacto. A pesar del ir y venir de sus vidas.

Al salir del bar la sonrisa no le cabía en la cara. ¡Era tanto lo que la vida le sonreía!. Y poderlo compartir con su amigo, Luismi, al que la vida le devolvía todo lo bueno que él se merecía era, una de las cosas que más le satisfacían.
Con «el manos libres» había hablado con Iñigo y este le había prometido que lo celebrarían con una de esas cenas especiales que él solía preparar. Saldría un poco antes de la oficina, era un día de poco lío y lo prepararía todo antes de que ella volviera de hablar con su hermano de corazón.
Entró en casa entusiasmada, nerviosa deseando abrazarlo, besarlo. Pero nada más entrar supo que algo no iba bien… no sonaba jazz, el siempre se ponía su música preferida para preparar estas noches románticas. Tampoco olía a todas esas especias que utiliza en sus salsas y que llenan el ambiente de un aroma especial. Y no la había llamado, desde donde quisiera que estuviera, para hacerle saber que la esperaba ansioso. Fue ella la que lo llamó varias veces sin obtener respuesta. El teléfono sonó. Era él.

—¡Iñigo! ¿Dónde estás? Pensaba…
—Acércate a casa de Rosa y Javi, por favor.

Ellos eran sus vecinos. Habían hecho amistad a través de Marina, la niña que tenían en acogida hacía dos años y que poco a poco se había ido ganando el corazón de toda la familia y vecinos.
Al llegar, la puerta estaba abierta y se oía llorar a la niña. Iñigo hablaba con al menos dos personas de las que no era capaz de reconocer sus voces. Nada más verla Marina se lanza hacia ella y se le agarra a la cintura, tan fuerte que casa duele.

—¡No dejes que me lleven, no les dejes, deja que me quede contigo…!

Iñigo le explicaba algo, una mujer tiraba de Marina para separarla de ella mientras le decía no sé qué y el hombre que completaba la escena también la miraba y hablaba. Ella estaba en shock y solo alcanzaba a escuchar a Marina que cada vez se apretaba más a ella, desconsoladamente y gritando.

—Deja que me quede Cris, por favor, deja que me quede…

Se agachó, como pudo, para tener sus ojos a la altura de la niña, y hablándole suavemente consiguió despegarla de ella y calmarla.

—Qué ha pasado, princesa, ¡cuéntame! —Todo a su alrededor desaparece y deja de escuchar. Ahora solo está para Marina.
—Veníamos de la playa y el camión… papá se salió de la carretera… dimos vueltas… mamá no contestaba y papá no podía moverse… llamé a urgencias como papi me dijo y ahora yo… mamá… papá…
—Ven aquí, pequeña, calma. Se va a solucionar. —La coge en brazos; parece hacerse pequeñita por momentos. Se calma abrazada a su cuello y al fin es capaz de prestar atención a todos para enterarse de lo ocurrido.

Al volver de la playa un camión se había cruzado en la carretera provocando un choque múltiple. Su madre estaba en coma y su padre con un fuerte conmoción y problemas de movimiento. En el hospital habían llamado a menores para que se hicieran cargo de la pequeña que no había sufrido más que rasguños, milagrosamente.

Pobre pequeña. Le recuerda a ella misma a su edad. Cuando le quitaron la custodia a su abuela y empezó a rodar de casa en casa de acogida. No era una niña fácil, tampoco la situación se lo facilitaba. Su abuela siempre estuvo cerca, pendiente, luchando por cada porción de derecho parental que le concedían. Le hacía sentir que no estaba sola, su abuela luchaba por ella.

—Cris, podemos hablar —Íñigo teme que Cristina va a olvidarse de todo lo que está por llegarles, sus planes, sus sueños. Los nuevos proyectos que ella tiene entre manos…

Iñigo la arrastró hacia el pasillo en cuanto pudo despegarla de Marina dejándola de la mano de la trabajadora social.

—No pretenderás quedarte con la niña, ¿verdad?
—No sé. Está tan asustada, tan perdida…
—No puedes permitir que lo que a ti te pasó se interponga entre lo que quieres y lo que crees que debes hacer. Es menores quien debe hacerse cargo de ella.
—Esta noche, Iñigo. Ya ha pasado por mucho por hoy. En nuestra casa ha estado muchas veces, para ella será más fácil aquí.
—Vale. ¿Y mañana?
—En principio mañana puedo hacerme cargo de llevarla a menores, de visitar a sus padres, avisar a la familia… —La miró contrariado—. ¿Tú te ves capaz de verla irse llorando con esos desconocidos?

—Por favor, Iñigo. Deja que me quede —Nota la presión de los bracitos de la niña a la altura de su cintura.
—¡Marina!
La niña había salido al pasillo, claramente estaba oyéndolos hablar o al menos imaginaba la conversación. Se agachó y la tomó en brazos. Es chiquitina para su edad y entre sus brazos aun se lo parece más.

Se quedaron con ella esa noche y alguna más. Los días pasaban, desde menores trabajaban en el papeleo, en la búsqueda de la mejor solución. Marina visitaba a sus padres con Cristina y sus esperanzas de volver empezaban a ser una posibilidad. La niña estaba haciendo hueco poco a poco en el tullido corazón de su padre que había temido que el amor de su vida lo dejara solo de repente. Marina desapareció. Se olvidó de ella, solo tenía lugar para su mujer. Los médicos decían que era  efecto del  traumatismo, pero mientras Marina estaba en tierra de nadie.

Cristina desde el primer momento escuchó en su interior la voz de su abuela siempre repitiéndole cuando era pequeña: “Estaremos siempre juntas, amor. Tú no te preocupes”. Su abuela la hacía sentir segura y disipaba esos sentimientos de soledad que la rodeaban de familia en familia de acogida. Y nunca se rindió, aprovechaba cada minuto que la dejaban estar con su nieta. Hasta que llegó Marta, su última madre de acogida. Una viuda encantadora que la recogió con catorce años y a pesar de estar ella cerca de los setenta tenía tanta vitalidad y ganas de ser feliz que se las contagió a Cristina. Además, desde el principio, integró a su abuela en la familia, y estaba a todas horas con ella, o iban a la residencia a verla, donde ella vivió sus últimos años o estaba con ellas en casa de Marta invitada con cualquier excusa. Cuanto amor recibió. Le devolvió la confianza, la tranquilidad, le ayudó a construirse un futuro. Esa inmensa generosidad de Marta le hacía sentirse obligada a devolver parte de todo aquel regalo de vida que a ella le hicieron.

Y así fue como Marina se quedó con Iñigo y Cristina. Ambos adaptaron de nuevo su vida a la nueva prioridad y afrontaron el futuro día a día, como siempre hicieran cuando sus hijos eran pequeños. Cristina sabía como encajar sus necesidades con las de Iñigo para no tener que abandonar ninguno sus obligaciones, Iñigo siempre encontraba la pieza adecuada para el puzle de sus vidas y hasta Marina había ido adaptándose a la familia hasta el punto de que era un eslabón importante en esa cadena de felicidad.

Aquella noche Cristina llegaba muy tarde a casa. Había ido a la ciudad a una reunión importante con la editorial, pues pronto empezaba la gira promocional de su novela. Había tenido que ajustar los viajes al verano, para no desatender el ritmo de Marina, su cole, sus amigos, sus actividades, el hospital… Había implicado a todos en su proyecto y al final todo había encajado de maravilla.
Sus hijos se habían comprometido a cuidar de la pequeña en determinadas fechas, Iñigo se había guardado días de vacaciones y algún día se la podría llevar a la oficina y Cristina con todo ese engranaje de buenas intenciones había ido a la editorial a cuadrar el calendario. Llegaba rendida a casa.

Al entrar en casa suena un cálido saxofón de fondo.
—¡Jazz! —piensa.
Un aroma a azafrán y curri le guía por el pasillo y al fondo se oye la voz de Iñigo que le llama:
—¡Estoy en la cocina!
Allí lo encuentra, delantal puesto y sartén por le mango. Se acerca y la rodea con sus brazos. Se besan.
—¿Todo esto?
—Hoy Marina tenía baloncesto, he aprovechado. —Se vuelven a besar—. Me quedan unos quince minutos, tienes tiempo justo de una ducha rápida.
—¡Me vendrá de maravilla!

Marina siempre llegaba agotada de sus entrenamientos. Esos días poca después de las nueve caía rendida en la cama.
 Se fue a la ducha de tirón. El día había sido de los mejores del último semestre. Por la mañana había estado en el hospital y el padre de Marina había preguntado por ella. Por fin reaccionaba. Parecía que su mujer empezaba a dar muestras de responder al tratamiento. Se lo contó a Marina comiendo y la luz de la esperanza le dibujó una sonrisa tierna y tranquila que hacía días no veía en la niña.
Aquel día la ducha le resultó totalmente reparadora. El día del accidente puso en jaque toda la vida que tenían pensada en ese momento Iñigo y ella. Su recién recuperada intimidad, la casa de nuevo era de ellos. Su nueva libertad para disponer de su tiempo a sus anchas y que nada intercediera en su inspiración para escribir, sus planes con los chicos… Todo lo aparcó para acoger a Marina y sin embargo en vez de perder todos habían ganado con su decisión.
Al llegar al salón Iñigo le esperaba con una copa de vino, brindaron se sonrieron, cenaron, se besaron…
Y la velada se alargó hasta que los besos y las caricias les empacharon.
   
💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚💚
Aquí estoy de nuevo. Una semana más. Este relato me ha quedado un poco largo lo sé y además estoy un poco insegura con el uso que he hecho de los tiempos verbales, mezclando pasado y presente, para dar énfasis a algunas partes, pero que no sé si es correcto. Me gustaría que si lo lees me comentaras tu opinión. Gracias

Este es mi aportación de esta semana al reto 52 retos literup 2020.

Reto#19. Trabaja el trasfondo de tus personajes para explicar por qué tu protagonista es un buen samaritano que daría su vida por los demás










4 comentarios:

  1. maravillosa entrada que tiene la mezcla necesaria como para triunfar
    Me has encantado

    ResponderEliminar
  2. ¡Hola! Me ha encantado y creo que el cambio de tiempo verbal está bien planteado.
    Me quedo con una frase o, más bien, con la descripción de un tipo de persona: siempre encontraba la pieza adecuada para el puzle de sus vidas. Este tipo de personas se necesitan mucho.
    Cuídate mucho y te mando un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola! Gracias por tu opinión, lo del verbo me trajo de cabeza. Me alegro que te haya gustado esa descripción, busqué mucho esa parte, quería expresar como eran el uno para el otro, ni uno más ni otro menos. Si ese tipo de personas son necesarias.
      ¡Muchas gracias por tu visita!

      Eliminar