domingo, 31 de mayo de 2020

Salir de casa



Pues la seña Teresa dirá lo que quiera, pero aprender a nadar 

¡Claro! Que la persona más joven soy yo y ya cumplí los 70 Pasarlo bien, ¡sí lo pasamos!
Yo no estaba apuntada al cursillo. Por la mañana, en el pan, esperando la fila, las oí hablar entusiasmás. Una se había comprado el bañador, otra el gorro, que si el monitor era el hijo de la Tomasa, que si no, que era chica,  la nieta de Paco el boticario. En fin, me debí quedar mirando y me preguntaron si yo iría este año. ¿A la piscina, yo? ¡Pufs, pues no hace años!
Recuerdo que cuando mi hija era pequeña iba todos los días durante el verano. El pueblo es pequeño, pero tiene una rica piscina. En realidad, hay una piscina grande que va desde el metro hasta los dos metros, más o menos, de profundidad. Y un poco separada una para pequeñines, pero que está a la sombra siempre y el agua suele estar muy fría. Por lo tanto, quién más y quien menos aprende toda la chiquillería a nadar bien temprano, si no el socorrista no les deja meterse en la grande.
Bueno, eso es ahora porque, los mayores,  llegamos tarde a la piscina. Yo estaba ya casada y con la chica cuando la abrieron. No tuve necesidad de aprender, además: ¡El agua no es lo mío!
Al lío. No sé como lo hizo la Teresa pero,  el día que empezaba, era de las primeras en entrar al vestuario de la piscina a cambiarme.
Aunque por la hora,  las 10, daba un poco de pereza, por lo del agua fría y todo eso,  se notaba entusiasmo en el ambiente.
Cuando nos intentaron explicar quiénes eran, (los mo nitores me refiero, ¡tan jovencicos que se nos escapan!) no reconocíamos de quién eran. Pero enseguida, en cuanto nos dijeron, sin problemas, ¡convecinos de toda la vida con sus abuelos!
Pasamos el rato en el agua, pierna arriba, brazo abajo, andar hacia atrás, ir hacia delante, por parejas, sueltos, saltar (lo que se dice un mini saltito arriba) agacharnos hasta metí la cabeza una de las veces de tanto que me agaché ¡Y mira tú! Me gustó.
No pasamos de la mitad de la piscina así, como mucho, el agua nos llegaba a un palmo del cuello. Acabé rendida, y me estuve un ratito tomando el sol, descansando. Al salir, vi que algunas estaban en la terracita del bar y me acerqué. Ahí que me tomé una media caña ¡La de años que hacía de la última! Al llegar a casa ya era la una. Mañana pasada.
El segundo día empezamos igual moviéndonos en el agua, como haciendo gimnasia, pero luego trajeron los churros. Son como unos tubos alargados de colores, hechos como de corcho, gomo espuma no sé, un extraño material plástico.
Parte del grupo había hecho el curso el año anterior y sabían utilizarlos. Se los ponían por delante abrazándose con ellos, por encima del pecho, pasando  por debajo de la axila  y flotaban panza abajo o se lo pasaban por debajo de la axila pero viniendo de atrás y entonces se tumbaban apoyándose en ellos y flotaban de espaldas. Parecía divertido pero yo no me atrevía. Enseguida se acercó Rocío, la monitora y me hizo flotar. Le costó un poco que cogiera confianza con ella Yo te sujeto, tranquila tú déjate llevar”—me decía. Y ese día aprendí a flotar, primero con ella y luego por parejas íbamos arriba y debajo de la piscina, siempre haciendo pie quien guiaba. Al final hicimos un corro y todos de las manos flotábamos unidos. ¡Me pareció volver a los juegos de cuando niña!
(Teresa, Teresita que lo de nadar… lo veo negro).
Yo me lo pasaba pipa en el agua pero, lo de flotar con el churro. yo sola, se resistía. Pasaba la semana y seguía necesitando ayuda para flotar, y llegar a la parte más profunda de la piscina me daba mucho respeto.
Pero Manuela, ¡qué sorpresa verla por aquí! El nieto de la seña Enriqueta, vecino de siempre, al que había visto crecer, estaba allí sentado en el bordillo de la piscina.
Ya ves, intentando aprender a nadar. Saltó al agua cerca de mí.
Pues esto es pan comido. Debió notar en mi cara un poco de no sé qué—. ¿Usted confía en mí, Manuela?
¡Cómo no, si te conozco de siempre! Me rodeó con el churro, que todavía lo llevaba conmigo, y me llevó hacia lo más profundo.
Me hablaba suave, sonriendo, haciendo bromas: que si “déjese llevar”, que si “cierre los ojos”, ahora de frente, ahora de espaldas. Entre bromas, risas, chascarrillos, de pronto, lo veo frente a mí.
Y qué, Manuela, ¿Cómo se encuentra? Lo tenía delante con las manos libres, sonriendo guasón como él es.
De maravilla, esto de flotar es divertido y . ¡pero si ni me estás sujetando!—. Negó risueño con la cabeza.
Ya hace rato, Manuela. ¡Qué ha aprendido a flotar! —Vaya siras nos echamos.
Ese día, al salir no estaban mis compañeros en la terracita del bar. Me quedé sin la rubia y sin presumir de mi éxito. Pero llegué a casa tan cansada como contenta.

Acabé la primera semana del cursillo florando por mi misma con el churro y sin tanto respeto al agua. Nadar, no sé yo, Pero disfrutar de la piscina ya empezaba a verlo en mi cabeza.
La segunda semana seguí ganando confianza en el agua, trabajamos el pataleo agarrados al bordillo, con la tabla de nadar, con el churro y por parejas. 
Habíamos practicado la respiración y metido la cabeza bajo el agua. Nos Lanzábamos por la colchoneta, puesta como si fuera un tobogán hacia el agua  y salíamos de debajo el agua medio buceando.
En fin. Que al final de la segunda semana, flotaba como pez en el agua (con mi churro) y le había perdido miedo al agua.
Además, había hecho muy buenas migas con todos los del grupo que, aunque nos conocíamos de siempre en el pueblo, por mi carácter reservado y solitario no los tenía tratados. Acabábamos la mañana de charlica en las mesas de calle del bar o tomando el sol y, el fin de semana, solíamos quedar en la piscina una rato, por la tarde o por la mañana.
La última semana del curso, la tercera, Marcial y La Casiana habían dejado el churro y ya nadaban ellos solos. Con su particular estilo. Estira esos brazos, Marcial. ¡Así van los perricos”! —Se reía el monitor.
La seña Genara, La Encarna y Nicolás el de la chata ya sabían casi nadar al llegar y se les notaba la soltura. Y yo, la última en apuntarme, me movía con mi churro con la mayor tranquilidad y empezaba a dar brazadas tan solo apoyada en él, sin agarrarme como si me fuera a hundir si me soltaba.
El último día hicimos una comida de despedida con los chicos, Rocío y Mario, que se les veía satisfechos con su trabajo.
Yo miraba al grupo en silencio. Me habían regalado una nueva ilusión para seguir adelante.
A ver, me explicaré. Llevo viuda varios años y mi hija, por motivos de trabajo, vive lejos con su familia y viene poco. Yo no me he querido mover de casa, del pueblo. Aunque ella me lo ha ofrecido varias veces, pero me veo bien, me manejo con mi casica. 
Siempre me ha gustado salir poco, en casa leo, escribo, veo documentales, me gusta mucho andar pero la verdad salir, hablar con la gente, disfrutar de la compañía lo había olvidado. No lo echaba de menos. Eso creía.
Ahora he descubierto que el día tiene horas para todo. Que soy capaz de seguir aprendiendo. Que me gusta hablar y comentar con los vecinos. Salir y cambiar de ambiente.
Dicen que si sigo practicando me sentiré más ágil y dormiré mejor. Seguramente. Y lo voy a hacer. A practicar me refiero. Y este invierno tal vez me apunte a la piscina cubierta. Ya están insistiendo estos.
Pero esta nueva ilusión por quedar un ratito con los amigos, que casi me lleva a mis tiempos de moza, esto ¡no se paga con dinero!
👒👒👒👒👒👒👒👒👒👒👒👒

Reto #22: tu protagonista no sabe nadar, pero se ha propuesto aprender. Explica en tu relato sus andaduras en esta nueva aventura.  
52 retos literup 2020.
No es la primera vez que para hacer uno de mis relatos me "documento". Este reto  me está llevando a escribir de temas que a veces no sé por donde empezar. Entonces me meto en Internet y navego durante unos días mirando aquí y allí, cogiendo ideas, tomando apuntes.
Esta semana navegué por diferentes páginas donde hablaban de cómo enseñar  y dí con información dirigida a trabajar la natación con adultos:
Así me decidí a que mi protagonista fuera una persona de la tercera edad, y con una idea más firme topé con este documento fotográfico que acabó de perfilar mis ideas:


Estos han sido los entramados de esta historia. Es sábado no había escrito ni una línea que me gustara. Tenía hilada la historia en la cabeza pero, en el papel, no me acababa de convencer. Me levanté temprano para salir a andar, como suelo hacer, pero cogí primero el ordenador y miré en el documento en el que llevaba trabajando durante la semana. Empecé a escribir y la caminata se quedó para la tarde. Por fin el relato parecía tomar forma. He querido darle al personaje el aire de persona rural  poniendo en su boca algunas expresiones que he oído en el pueblo a personas ya mayores. ¡No sé si habré acertado con eso!

Y aquí lo dejo por hoy. 
Esperando vuestra visita, vuestros comentarios
vuestro calor.
¡Besos!

6 comentarios:

  1. ¡Hola!
    Me ha encantado el escrito. Mira que me he sentido identificada con la abuelita... eso de meterse en la piscina y aprender a flotar.
    Quizás éste año tenga que volver a aprender todo.
    Un saludo

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    1. ¡Hola! Gracias por tu visita, ¿volver a aprender todo? Me dejas intrigada.
      Nos leemos!

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  2. ¡Vaya, me he quedado impresionada! Se nota que has investigado muchísimo, la jerga de "abuela" está clavada y el tono es muy ameno... has conseguido que me alegre muchísimo por la protagonista, los párrafos finales son muy emotivos. ¡Un relato genial!

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    1. Gracias por tus palabras. Me encanta saber que me leen. Si gusta, genial. Si no, acepto las críticas.
      Nos leemos!

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  3. Me gustas me quedo un rato mas leyéndote

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